Si uno es, como lo somos yo y buena parte de los lectores de este blog, enfermos del cuento –me parece que enfermo es más exacto que fan o lectores, porque lo nuestro es una verdadera enfermedad-, lo lógico es que tengamos mitificada una cabecera como Esquire. En esa revista publicaron buena parte de los grandes cuentistas de la tradición estadounidense esos cuentos que otras publicaciones más clásicas como The New Yorker rechazaba. Los relatos de Esquire eran, cuanto menos, arriesgados, difíciles, o sexualmente explícitos –más picantes que los de la correcta revista neoyorquina. Por ejemplo, una figura tan interesante como Gordon Lish fue el editor de ficción de la revista desde el año 1969 hasta 1976. Allí publicó a Carver, a Ford y a T.C. Boyle, entre otros. Luego, ya trabajando con Alfred A. Knopf, se convirtió en el primer editor de Carver –y posiblemente en el artífice de su duro y seco estilo, pero esa es otra historia.
Por eso cuando se anunció que alguien se lanzaba a la aventura de editar Esquire en castellano uno comenzase a hacerse esperanzas. Como el primer número ha sido objeto de una campaña intensísima de promoción que ha puesto la cara de Woody Allen en casi todos los quioscos de mi ciudad, y costaba tan sólo dos euros, me decidí a comprarla. No le demos vueltas: una verdadera decepción.
Supongo que habrá lectores que encuentren originalísima y profunda hasta más no poder esta revista, a estas alturas del mundo a uno no le extraña casi nada, la verdad; pero sí que puedo afirmar que cualquier persona que se acercase a esta revista pensando en esa referencia mítica de la literatura norteamericana se sentirá enormemente estafado.
La revista presume de estar dirigida a hombres, pero, al contrario que la mayoría de las revistas masculinas que pueden comprarse en el quiosco, está dirigida de cintura parra arriba. Y leyendo este estreno uno comprueba que es así, porque de la página setenta y tres a las setenta y seis aparecen cinco chaquetas y la más barata cuesta quinientos veinticinco euros. Desde luego es una revista pensada de cintura para arriba, pero eso no quiere decir que entre sus objetivos esté el cerebro.
El único rastro literario de la revista es un artículo de José Ángel Mañas sobre Haruki Murakami. O lo que viene a ser lo mismo, el del cotolengo hablando del charcutero. Perdonen mi sinceridad, pero cualquier lector un poco entrenado –cien libros en veinte años es una marca suficiente- comprende la vacuidad de Murakami y las ventajas de no ir más allá de la estética del momento. Planteemos esta cuestión de un modo silogístico. ¿De repente todo el mundo se ha vuelto superculto y lee a Nabokov? No, de repente todo el mundo lee a Murakami, y creo que es evidente que “todo el mundo” no está por la labor de esforzarse mucho, y más con la lectura.
Con Mañas no voy a perder ni tiempo, yo leí en su momento lo del Kronen –era la moda, yo iba de vez en cuando al bar que ponía título al libro, esas cosas de la juventud. En fin, observen que en este párrafo no he mencionado una sola palabra que tenga que ver con literatura o cultura.
Pues bien, lo mejor de todo es que si uno lee el artículo resulta que Mañas se ha leído cuatro libros de Murakami. Sólo cuatro, y un par de entrevistas. Porque para rellenar las cuatro páginas de revista que tiene el artículo se tiene que poner a hablar de Japón –tópicos, por supuesto- porque con los tres libros que se ha leído –si los ha leído- no le llega.
No voy a incidir más en el asunto.
Si uno le echa un ojo a la página web de la revista en su versión hispana contempla un remedo algo escaso y burdo de la yanqui. Misma cabecera, misma distribución de las secciones, pero, sin sección de ficción. Pueden comprobarlo ustedes mismos, en la web de la revista original aparecen las secciones Women, Features, Style y -¡oh, sorpresa!-, Fiction. Incluso en la home aparece un destacado de The Napkin Fiction Project, que ha consistido en reclamar un relato que quepa en una servilleta de papel a doscientos cincuenta autores. Sirva como ejemplo el texto de Alarcón que también ilustra estas líneas.
En la española vemos Moda, Estilo, Ocio, Negocio y Reportajes. ¿Ficción?, no gracias. Eso para los yanquis, que son muy tontos y eligen elección tras elección a Bush. Aquí somos mucho más cultos, y europeos si me descuido. Desde luego, hojear las doscientas cuarenta y cuatro páginas de la revista demuestra que libros se leen pocos en la redacción. Una página, la cincuenta y dos, está dedicada a los libros. Aparece una originalísima fotografía de Diego Martínez en la que se ve los libros, puestos en pie sobre una mesa, desde arriba. O sea, que se ven hojas, podrían ser los libros de los que se habla u otros cualesquiera. Son cinco, y el texto de Daniel Entrialgo en el que, a razón de veinticinco palabras por libro, se limita a no decir nada de ellos, es lógico, con sólo dos docenas de palabras es difícil que se evidencie que uno no los ha leído.
Han sido sólo dos euros y media hora de mi vida, pero qué mal me ha sabido. Ahórrense el esfuerzo ustedes, que han sido más sabios y han esperado a que otro pasase el mal trago.