17 julio 2012

Huida sin fin


Soma Morgenstern conoció a Joseph Roth cuando tenían diecinueve y quince años respectivamente. Ambos habían nacido en Galitzia, de familia judía y se dedicarían a lo largo de su vida al periodismo y la literatura. Ahora se reedita un libro único, una perla porque no sólo por ser un libro maravillosamente escrito, sino porque es un testimonio excepcional de la vida de Roth y su entorno: “Huida y fin de Joseph Roth” (Pre-Textos). En él Morgenstern retrata la amistad que los unió y el progresivo deterioro físico provocado por el alcoholismo que llevó a Roth a la tumba cuando tenía tan sólo cuarenta y cinco años. Sorprende, si uno lo ve en las fotografías, conocer que murió tan joven. En ellas se aprecia la exacta descripción de su amigo: un enorme bigote, canoso, hinchado por el exceso de alcohol y la falta de comida. La vida de ambos fue, en realidad, una continua huida. En las notas del libro –por cierto, la edición de Ingolf Schulte es excepcional- se incluye un curioso detalle. Tanto Roth como Morgenstern incluyeron la palabra flucht (huida, fuga) en los títulos de varias obras. No es casual. Galitzia formó parte de más de cinco estados durante la vida de Roth, tenían varios pasaportes que usaban según sus necesidades, y se pasaron la vida huyendo. Morgenstern, que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, se exilió a Nueva York, donde murió desconocido por todos y con sus libros desaparecidos en las librerías alemanas. Roth murió antes de que los nazis invadiesen Polonia, por lo que se ahorró un episodio más de su personal fuga sin fin. En la obra de Roth se percibe una nostalgia constante del ideal europeo que supuso el Imperio Austrohúngaro, la idea de una Mitteleuropa unida en la que había libertad de circulación y donde nadie era perseguido por su religión –la presencia del judaísmo es constante en la obra de Roth-, se hizo aún más idílica a medida que se alejaban de la caída de imperio. Leyendo la idea del mundo que tiene Roth se puede entender el ideal austrohúngaro como precursor de ese Mercado Común transmutado en estado con proyecto constitucional en el que vivimos. En cualquier caso, lo más interesante del libro es que rescata los ideales fundamentales de Roth. Por un lado la claridad: prefería los periodistas a los escritores, se burlaba de los escritores para escritores, y siempre despreció a los que se dejaban llevar por la retórica o el hermetismo. Un buen ejemplo es el momento del libro en que se narra como el hijo adolescente de Morgenstern le dice a Roth que le gustan sus libros porque entiende todo. Por otro la nostalgia del ideal habsbúrgico que quizá ha provocado que, en el actual panorama de recuperación de autores de la primera mitad del siglo pasado, el lector pueda confundirse. Poco tiene que ver Roth con la facilidad superventas de Zweig –ojalá los autores de best-sellers supieran escribir hoy como lo hacía Zweig-, o con el delirio kistch de Marái –recuperado por su aroma a naftalina, como un sofá estampado de Cuéntame-, su obra ha sido siempre exaltada por los que buscan en un libro algo escaso: verdad.

"La marcha Radetzky" (1932) es la obra maestra de Roth. Reeditada en diversos formatos por Edhasa. La identificación entre el emperador Francisco José y la familia Trotta, cuyos caminos se cruzan por primera vez en la batalla de Solferino, le sirve a Roth para retratar el esplendor y declive de un mito utópico, el del Imperio Austrohúngaro y la Finis Austriae.

Roth siempre presumió de su faceta periodística. "Viaje a Rusia" (Minúscula) reúne las crónicas del viaje que realizó a la Rusia posrevolucionaria en 1926. Lo que presenció durante su visita le desencantó del ideal comunista, con el que estaba muy ilusionado en la época. En el libro señala que el antisemitismo impidió a Trotsky tomar el control del partido comunista.

La editorial que más ha apostado por devolver a las librerías en ediciones actuales a Roth es, sin duda, Acantilado. Desde la indispensable “La cripta de los capuchinos” hasta los títulos recién editados: “La rebelión” o “Judíos errantes”, son doce los libros, de narrativa y ensayo, que ha editado ya. Y, afortunadamente, no parecen tener intención de detenerse. Agradezcámoslo.
 Este artículo apareció durante el mes de abril de 2008 en el diario Público