uno. Desde que Verlaine publicase el libro Los poetas malditos el concepto del artista no reconocido por la sociedad, que malvive dentro de un ambiente bohemio o que sufre una vida trágica ha proyectado su sombra sobre la creación artística. Tan importante y productiva ha sido el malditismo que, en muchos casos, el único mérito que se ha esgrimido para defender a un autor ha sido su existencia desgraciada o un estilo de vida alejado del modelo burgués, sin valorar de un modo serio y ponderado el alcance de su producción. Hoy, que han pasado ya más ciento treinta años desde la publicación de aquel libro precursor, podemos afirmar que algunos de los allí recogidos y analizados son no sé si malditos, pero desde luego no fundamentales para entender la lírica de su tiempo o la posterior. Otros sí, y si lo son no se debe a esas circunstancias extraliterarias por las que se vieron, de algún modo, congregados a aquella reunión.
dos. La pose literaria es, como todo el mundo sabe, tan importante como la obra para hacerse un lugar dentro de panorama artístico en vida y, por descontado, desde ese presente proyectarse en el futuro. Por eso, y es algo que se ha señalado de modo reiterado por muchos ensayistas, es muy frecuente contemplar la paradoja de un autor exitoso que juega a enmascararse u ofrecer la imagen de ser un maldito en vida. Hay tantos autores que cuentan con el beneplácito de la crítica, el aplauso del público y buscan, además, parecer malditos que la misma idea de un escritor maldito se ha tornado hoy, más ingenua e innecesaria que incómoda.
tres. Porque el maldito es, ante todo, incómodo. Cuando Verlaine extrae la idea del maldito del primero de los poemas de Las flores del mal, “Bendición”, no está hablando de un artista que es marginado por la sociedad, no que elige apartarse, sino que la doxa del momento no es capaz de asumir la heterodoxia de su pensamiento. Es al verse rechazado por la sociedad cuando el maldito comienza a generar su moral propia, que en muchos casos pasa, necesariamente, por la negación de lo que la moral imperante considera apropiado. Es entonces cuando el creador marginado se sumerge en el entorno de los otros marginados sociales, la bohemia, como un espacio donde no es cuestionado, aunque, y no deja de ser doblemente frustrante para el artista maldito, la mayoría del lumpenaje que lo rodea sí que considera válidos los pilares morales burgueses.
seis. Con todo, hay un detalle que resume, en buena medida, el enfoque y logros del volumen. Sería, por así decirlo, la idea de un pensamiento periodístico, al desplegar una mirada sobre la literatura está siempre tamizada por la mirada del cronista. Y lo verdaderamente sorprendente es que muchos de los autores de los perfiles, de algunos de los más logrados de hecho, son autores cuya trayectoria los relaciona más con la ficción que con el reportaje. Eso da mucho que pensar, por ejemplo, sobre la explosión de la no ficción y, sobre todo, en los cambios que en el paradigma narrativo se están produciendo dentro del ámbito hispanohablante. Los malditos es, en resumen, un libro concebido y construido desde una mirada más cercana al periodismo que a la crítica. Ahí se explican sus fallos pero, sobre todo, los rotundos aciertos que alberga.
Leila Guerriero (Editora), Los malditos, Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2012
La fotografía es de Ourit Ben-Haim y pertenece a su proyecto Underground New York Public Library
La fotografía es de Ourit Ben-Haim y pertenece a su proyecto Underground New York Public Library