20 julio 2012

Vidas paralelas


uno. Desde que Verlaine publicase el libro Los poetas malditos el concepto del artista no reconocido por la sociedad, que malvive dentro de un ambiente bohemio o que sufre una vida trágica ha proyectado su sombra sobre la creación artística. Tan importante y productiva ha sido el malditismo que, en muchos casos, el único mérito que se ha esgrimido para defender a un autor ha sido su existencia desgraciada o un estilo de vida alejado del modelo burgués, sin valorar de un modo serio y ponderado el alcance de su producción. Hoy, que han pasado ya más ciento treinta años desde la publicación de aquel libro precursor, podemos afirmar que algunos de los allí recogidos y analizados son no sé si malditos, pero desde luego no fundamentales para entender la lírica de su tiempo o la posterior. Otros sí, y si lo son no se debe a esas circunstancias extraliterarias por las que se vieron, de algún modo, congregados a aquella reunión.

dos. La pose literaria es, como todo el mundo sabe, tan importante como la obra para hacerse un lugar dentro de panorama artístico en vida y, por descontado, desde ese presente proyectarse en el futuro. Por eso, y es algo que se ha señalado de modo reiterado por muchos ensayistas, es muy frecuente contemplar la paradoja de un autor exitoso que juega a enmascararse u ofrecer la imagen de ser un maldito en vida. Hay tantos autores que cuentan con el beneplácito de la crítica, el aplauso del público y buscan, además, parecer malditos que la misma idea de un escritor maldito se ha tornado hoy, más ingenua e innecesaria que incómoda.

tres. Porque el maldito es, ante todo, incómodo. Cuando Verlaine extrae la idea del maldito del primero de los poemas de Las flores del mal, “Bendición”, no está hablando de un artista que es marginado por la sociedad, no que elige apartarse, sino que la doxa del momento no es capaz de asumir la heterodoxia de su pensamiento. Es al verse rechazado por la sociedad cuando el maldito comienza a generar su moral propia, que en muchos casos pasa, necesariamente, por la negación de lo que la moral imperante considera apropiado. Es entonces cuando el creador marginado se sumerge en el entorno de los otros marginados sociales, la bohemia, como un espacio donde no es cuestionado, aunque, y no deja de ser doblemente frustrante para el artista maldito, la mayoría del lumpenaje que lo rodea sí que considera válidos los pilares morales burgueses.

cuatro. El libro Los malditos reúne diecisiete perfiles de escritores considerados como malditos escritos por otros diecisiete escritores que no lo son tanto. La duda que le asalta al lector desde el primer momento se refiere a los criterios Leila Guerriero, estupenda cronista ella misma, ha seguido tanto para seleccionar tanto a los retratados como a los retratadores. Dicho de otro modo, sería interesante saber si fue primero el huevo o la gallina, esto es, si Guerriero hizo la nómina de los perfilados y luego fue adjudicando cada autor a uno de los escritores o si la selección se basó más en los colaboradores del volumen y, cada uno de ellos, escogió al escritor objeto de su texto. Quién sabe. Pero sobrevuela sobre el libro, en todo momento, la duda de lo que se considera un “escritor maldito”. Por ejemplo, Adán vivió, sí, como un pordiosero debido a sus problemas mentales, pero desde muy joven fue considerado un poeta fundamental en su país. Algo parecido sucede con Alejandra Pizarnik, tan estimada en vida, que sufrió mucho debido, en buena medida, a sus enfermedades psicológicas. En realidad cuando uno transita por el libro va convenciéndose de que, quizás, habría sido más acertado llamarlo “Los desgraciados” ya que todos coinciden en la profunda infelicidad con la que vivieron.

cinco. Finalmente, lo relevante de un libro no es de quién habla, sino cómo se habla de ellos. Los malditos es un libro irregular, como sucede siempre cuando se reúnen textos de diversa procedencia y con distintas voces. En este caso son dieciocho, los diecisiete perfiles y el prólogo. Los hay más y menos logrados, y no siempre tiene que ver con el trabajo y esfuerzo que cada uno evidencia. Los hay en los que el autor demuestra haber leído muchos libros de y sobre el protagonista de su perfil, pero no logran atrapar al lector. Otros son más refrescantes y seductores, y en algunos casos no parecen haber requerido mucha más elaboración que los más aburridos. Alan Pauls escribiendo sobre Jorge Baron Biza está estupendo, lo mismo sucede con Daniel Titinger en su perfil de Martín Adán, Edmundo Paz Soldán sobre Jaime Saenz, Graça Ramos sobre Samuel Rawet (la traducción,por otro lado es muy plana, dan ganas de haber podido disfrutar del texto original), Rafael Lemus sobre Jorge Cuesta, Marco Avilés sobre César Moro o Mariana Enríquez sobre Alejandra Pizarnik, y el prólogo de Guerriero tiene pasajes de una rotundidad y belleza incuestionables. Los otros son textos válidos, pero no enamoran al lector con los protagonistas.

seis. Con todo, hay un detalle que resume, en buena medida, el enfoque y logros del volumen. Sería, por así decirlo, la idea de un pensamiento periodístico, al desplegar una mirada sobre la literatura está siempre tamizada por la mirada del cronista. Y lo verdaderamente sorprendente es que muchos de los autores de los perfiles, de algunos de los más logrados de hecho, son autores cuya trayectoria los relaciona más con la ficción que con el reportaje. Eso da mucho que pensar, por ejemplo, sobre la explosión de la no ficción y, sobre todo, en los cambios que en el paradigma narrativo se están produciendo dentro del ámbito hispanohablante. Los malditos es, en resumen, un libro concebido y construido desde una mirada más cercana al periodismo que a la crítica. Ahí se explican sus fallos pero, sobre todo, los rotundos aciertos que alberga.

Leila Guerriero (Editora), Los malditos, Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2012
La fotografía es de Ourit Ben-Haim y pertenece a su proyecto Underground New York Public Library