15 agosto 2006

Cuatro grandes cosechas

Doce años para cuatro libros de poesía, o, mejor dicho, cuatro libros que asumen su condición de colecciones de poemas. Juan Bonilla ha dicho, cargado de razón, a todo el que quiere oírlo, que la poesía no son los versos, sino un sustrato que se esconde en algunos textos, independientemente de su condición genérica, y que los convierte en algo mágico. En las colecciones de poemas de Juan Bonilla hay momentos en que esa poesía aparece, y no son pocos.
El estilo de la obra lírica del autor jerezano es multiforme y cambiante y revela los distintos intereses del autor, que se gana la vida como periodista, pero estudió también clásicas, le gusta la fotografía y ha publicado novelas, libros de cuentos y ensayos. Y en todo texto de Bonilla siempre hay una mezcla de todo eso. En sus cuentos aparece el versificador del mismo modo que en los versos se trasluce siempre el narrador que los ha vertebrado. Y es esa visión transversal de los géneros –o sencillamente el ser escritor a tiempo completo- lo que lo hace especialmente interesante. Bonilla es de esos autores que “no dejan indiferente”, como dice el tópico, porque pretende, siempre, meter el dedo en el centro mismo de la llaga, y tanto da que sea la social como la existencial. Por eso en su poesía habla tanto de las guerras que han asolado el mundo en las últimas décadas –guerras menores en apariencia pero que en conjunto conforman un escenario bastante lamentable para poder sentirnos orgullosos- como de la necesidad de recibir noticias de los amigos, de los seres queridos -esos que dibujan el retrato de uno mismo. Buzón vacío es un poemario ya maduro, de un hombre que ha cruzado la cuarentena y que siente muchas ausencias y comienza a asumir la muerte –y su profeta, la enfermedad- como la moneda de pago del futuro, y tal vez por eso no es un poemario alegre, pero sí muy sereno.
La libertad de su obra se refleja en la carencia de ataduras estilísticas a la hora de enfrentarse al poema. Estrofas clásicas y versículos se dan la mano en una obra que, cada día, se asume más libre y espontánea.
Por ejemplo, hay un poema, delicioso, en el que el poeta mide las relaciones, su duración, su intensidad, por el número de bolsas de basura que han generado. Ahí es nada, si quieren originalidad va a ser difícil que encuentren algo mejor.
Bonilla es como Borges, como su propio Borges cleptómano que fatiga mil y un libros a la busca de una idea original y cautivadora para convertirla en suya. Bonilla ha leído muchísimo y tiene la virtud de encontrar entre sus lecturas los trampolines desde los que saltar. Me explico: Uno podrá encontrar en la obra de Bonilla ecos, usos, de elementos externos, pero en sus manos parecen cobrar nueva fuerza, nuevos significados, y de esa reutilización hábil y generosa -no confundir con el plagio, la última palabra que han aprendido los cuatro que no han leído en su vida y ahora quieren ir de listos- de materiales ajenos consigue él hacer su obra siempre novedosa e interesante.
Cuando comenzó a publicar con sus Veinticinco años de éxitos en La Carbonería se podía decir que era un escritor con mucho futuro. Ahora se puede afirmar que es un autor con mucho presente y un sólido pasado desde el que construir el futuro. Los cimientos son, entre otros, sus cuatro libros de poemas: Partes de guerra, Multiplícate por cero, Belvedere y Buzón vacío. Son refrescantes, idóneos para estas fechas, pero conviene no engañarse, porque son refrescantes no son ligeros.

Juan Bonilla Buzón vacío Pre-Textos, Valencia, 2006