31 agosto 2006

In memoriam

El verano, más especialmente agosto, nos ha traído dos noticias con una percha común: premio Nobel y literatura. Naguib Mahfouz ha muerto, y lo ha hecho sordo y ciego, él que fue un narrador del ruidoso y exuberante El Cairo. Yo, la verdad, no he leído casi nada de él, pero le tenía un afecto especial. La trilogía de Mahfuz era lo que leía en el despacho del padre de mi amigo O. mientras esperaba a que este terminase de arreglarse, o de jugar una partida al ordenador –él siempre fue mucho más aficionado a estos trastos que yo- para irnos a la calle. Yo me metía en el despacho de su padre, que estaba junto a la puerta principal del adosado donde vivían, y cogía alguno de los libros que allí había y los hojeaba, a veces me sentaba y los leía auspiciado por el eterno buen humor de ese hombre bueno que jamás nos regañó por muchas trastadas que hicimos.
A mí me gustaba mucho lo que contaba Mahfuz, era un mundo que parecía casi la España de la que me hablaban mi abuela y la de O. mientras nos daba de merendar –yo pasé muchas horas en aquel chalet adosado, a qué mentirnos- y cuando, años más tarde, estuve trabajando como becario en una de las editoriales del grupo Planeta siempre que alguien ponía mala cara al decirle qué editorial era yo la defendía diciendo que ahí estaba publicado todo Mahfuz.
Además era un escritor con un compromiso real, con la gente de su entorno, con lo que sucedía en el día a día de sus vecinos. Su islamismo moderado respondía a una necesidad de dejar espacio vital a los ciudadanos, y por eso estuvo realmente amenazado por los fundamentalistas –de hecho un fanático le asestó varias puñaladas en la calle y desde entonces nunca recuperó del todo la salud. Mahfuz se atrevió a decir verdades en un mundo donde estas no son bien recibidas y venden muy poco.
Parece ser que el Calígula de Valladolid le hizo una visita en un viaje oficial a Egipto y le manifestó su admiración por su obra y su cultura. Mahfuz, bien educado y agradecido, agradeció la visita del presidente español. Pero eso no le impidió que, cuando contempló las fotos de la reunión de las Azores y vio allí al mismo amante de la cultura islámica que le visitó, se preguntase qué tipo de amor y respeto por la cultura tenía ese hombre. Y así lo hizo saber públicamente. En ese mismo momento, le pesase a quién le pesase, por encima de las consecuencias negativas que le pudiese acarrear.
Mahfuz tenía prohibido visitar muchos países árabes, pero no así sus libros, que seguirán haciendo disfrutar a afortunados lectores –incluso a Aznar-, y una militancia social y política que respetamos muchos otros –no creo que, en este caso, suceda lo mismo con Aznar.
Al lado de la figura de alguien así, qué más da la aburrida literatura, los aburridos discursos y la escasa coherencia de GG, qué más dan las SS, los Nobel –que, como dijo Benítez Reyes, es un premio que la gente que no lee nunca cree que lo da Dios, aunque lo dé sólo un grupo de viejos suecos, a lo que yo agrego que viejos suecos que leen poco- o que un señorito alemán confiese ahora, para vender unos pocos libros más, que hizo o dejó de hacer a los diecisiete años. Cuando lo importante es que a lo largo de los sesenta años siguientes se lo haya callado, y todo para que antes o después le diesen un premio unos suecos.
El día 23 de agosto de 2006 murió un gran escritor, se llamaba Naguib Mahfuz, lo otro es tan aburrido que parece salido de Aquí hay tomate.