16 agosto 2006

Una mirada inteligente e inquisitiva

Cuando Mercedes Cebrián se estrenó, como autora que firma con su propio nombre, con un libro tan inesperado como El malestar al alcance de todos se produjo una recepción casi unánimemente positiva por parte de la crítica. Y la razón de ese feliz recibimiento se debió, creo, a la particular apuesta de su autora, que escribió el primer libro verdaderamente posmoderno de la literatura española.
Supongo que al oír esto habrá unos cuantos lectores tirándose de los pelos, unos por considerar que ellos son los autores del libro que ostenta ese moderado mérito o bien porque creen conocer al autor de ese libro; otros, que habrán degustado el libro de Cebrián, no estarán de acuerdo conmigo porque ese libro que tanto les gustó “no puede” formar parte de esa detestable realidad que se ha dado en llamar posmodernismo. Pero, si atendemos a las ideas fundamentales de eso que se ha dado en llamar posmodernismo o lo posmoderno –el serio, el que nace dos los textos de analíticos de Barth, de Eco, y de algún otro- vemos que en el libro del que hablamos cumple muchos preceptos de ese algo abstracto que es lo posmoderno.
En primer lugar, fusión de géneros. El malestar al alcance de todos está compuesto por once poemas y catorce narraciones, distribuidas estas de un modo desigual –no hay una distribución delimitada del espacio prosístico frente al del verso, a cada narración no le corresponde un poema como sucede en otros libros-, de hecho, tanto los cuentos como los poemas tienen un tratamiento similar en el que la vertiente narrativa y la lírica se funden, por lo que se puede afirmar que el trabajo de la autora se ha centrado en transmitir un mensaje sin adecuarlo a un género o una forma determinada. O sea, que ha despreciado los conceptos genéricos establecidos y ha hecho una relectura de los mismos para fines novedosos.
Por otro lado, más allá del aspecto meramente retórico o lingüístico del asunto, lo importante es el lugar que toma el autor, el yo poético y el narrador en cada uno de los textos. Todas las narraciones, todos los poemas, están vertebrados en torno a un yo, que es distinto en cada caso, sea cuento o poema, pero que se torna expresión de la masa, de la sociedad en su cambiante realidad pero que mantiene una unidad esencial. El uso que hace, por lo tanto, del yo, es plenamente posmoderno. Siempre muta, con lo que se puede permitir tratar asuntos variados tanto temática como sentimentalmente, pero mantiene una dicción y tono sorprendentemente único y sólido. Así pues, mediante el mecanismo más sencillo y antiguo de contar lo particular para hablar de lo universal se expone ante los ojos del lector un reflejo de la realidad en la que nos movemos. El espectáculo resultante de una sociedad siempre distinta y siempre igual, en perpetuo cambio para mantener su misma identidad, que se construye usando un método tan antiguo como la literatura en sí –la impostación de la voz narrativa o lírica- pero que recibe una libertad genérica insospechada hasta ahora. Más de lo posmoderno.
Aunque, lo verdaderamente interesante del libro es la creación de un tono extraordinariamente maduro para lo que se quiere contar. La estrategia es, casi siempre, la misma: exponer de un modo irónico los usos y costumbres de la sociedad que nos rodea sin olvidar, en ningún momento, incluir tanto al narrador como al lector, dentro de esas prácticas. Como si se tratase de una catarsis propia de la tragedia griega, se usa la idea de que hay que cuestionar las propias actitudes, los usos y costumbres de los que hacemos gala, pero siempre desde una perspectiva que, a medio camino de la inocencia y de la fina ironía, pone en entredicho no sólo los actos de los personajes –por extensión de la sociedad-, y del lector, sino también la actitud propia del narrador –por extensión del autor- de hurgar en esas heridas. Para decirlo de un modo más claro, lo novedoso del libro es que se plantea la capacidad y la oportunidad de la literatura de cuestionar la realidad, de ponerla en entredicho, y frente a la tendencia fácil de justificar esa capacidad de la literatura y el arte en general –si se cree que no se puede hacer basta con no escribir el libro, eso es evidente- lo verdaderamente acertado es que no responde a esa pregunta, la deja en el aire.
No sabemos si la literatura debe poner en jaque a la sociedad o al menos destapar sus vergüenzas, pero tampoco sabemos si la sociedad tiene derecho a controlar al arte dicha capacidad. La literatura, como la sociedad, existen y coexisten, del mismo modo que muchos día a día cuestionan a la sociedad y sus mecanismos, no está de más que alguien, en este caso Mercedes Cebrián, cuestione la literatura y sus mecanismos. Pero, sobre todo, que la cuestione haciendo libros tan inteligentes y divertidos como este.

Mercedes Cebrián El malestar al alcance de todos Caballo de Troya, Madrid, 2004