Este libro, desde luego, es imprescindible –y esta entrada de la bitácora puede parecer algo ingenua porque estará sobrecargada de elogios, pero no cabe otra posibilidad ante el magnífico libro que se comenta- y en él se puede descubrir una nueva Praga a la que viajar. Yo recuerdo mi primer viaje –no he hecho más, pero sé que los haré- a Praga como algo muy deseado, y eso que lo decidó en apenas un mes y para allá nos fuimos. Allí me encontré con una ciudad mágica, llena de lugares preciosos, un verdadero sueño en el que alguien –estos checos- se habían encargado de poner en pie la imagen que uno siempre había tenido de cómo debían ser esas ciudades de los cuentos de hadas, de las historias infantiles de princesas y ogros, con esos bosques junto a la ciudad, ese castillo en la cima de la montaña dominando la ciudad entera, esas casas y torres con afiladas y picudas cubiertas como las de los cuentos. Cuando camina por Praga, por muy llena que esté de turistas –y lo está cada vez más- uno tiene la sensación de que está sólo, de que todo eso lo han puesto ahí sólo para uno, y tal vez por eso va cada vez más gente, porque a todos nos gusta saber que unos simpáticos –sé que muchos no opinarán lo mismo, pero yo sólo tuve un roce con una profesora de primaria en la catedral- habitantes nos han construido un sitio en que sabernos únicos.
Yo, que antes de viajar a Praga sólo había leído cosas de Kafka relacionadas con la ciudad, tengo desde entonces una praguitis que me obliga a leer cuanto libro sobre la ciudad cae en mis manos. Por eso removí Roma con Santiago para encontrar la Praga mágica de Angelo Maria Ripellino, que me dejó absolutamente fascinado. Y por eso corrí a pedir a la gente de Bruguera este libro apenas supe de él –aprovecho la circunstancia para dar las gracias a Ana María Moix y a su equipo por la acertada decisión de relanzar Bruguera y este libro en particular- para volver a pasear por las calles de esta ciudad maravillosa.
Leyéndolo uno se entera, por ejemplo, de que el nombre de la ciudad deriva de la raíz en checo de “umbral”, y que tal vez por eso uno siempre tenga la sensación de que está entrando en un lugar mágico y único. Porque Praga es el lugar donde los alquimistas vivían en un callejón dentro del castillo del rey, porque quería tenerlos a mano, y allí un rabino podía convencer a un rey católico de que respetase a la población judía, y generar el mito del Golem, un hombre sin conciencia hecho para trabajar, y, siglos más tarde un escritor, Čapek para ser exactos, crea la palabra robot, un trabajador hecho para tan sólo trabajar, sin sentimientos. En este libro se nos cuenta todo esto y muchas más cosas. Se nos habla de la rivalidad entre autores de lengua alemana y de lengua checa, sus disputas y sus puntos de encuentro. Nos enteramos de la existencia de un sin fin de figuras aparentemente secundarias –qué delicia ir memorizando esos nombres eslavos llenos de consonantes e imposibles de pronunciar para un español que no haya estudiado lenguas eslavas- y de su importancia en la cultura checa y europea.
El gran acierto de este libro es que consigue ser un umbral, como la ciudad en sí, a un nutrido número de artistas, de seres excepcionales y de libros por leer que van surgiendo al hilo de la lectura de éste.
No voy a extenderme mucho más porque a lo largo de estos días comentaré algunas cosas curiosas que he ido descubriendo mientras leía el libro.
Vayan a comprarlo ahora mismo, o róbenlo, pero léanlo.
Patricia Runfola Praga en tiempos de Kafka Bruguera, Barcelona, 2004