17 agosto 2006

Mejor decir

En tiempos de literatura verbosa, que nada sabe callar, o de literatura retrógrada en permanente enfrentamiento con la imagen, ya saben, eso de que la imagen se cepillará la literatura y demás, es muy agradable encontrar a un autor que, por un lado, sabe escoger con detenimiento y acierto cada una de las palabras que usa, y que sabe construir imágenes con ellas además de usar, de modo constante, la fotografía como elemento más de la narración.
Julián Rodríguez, a quien empecé a leer en una revista hoy extinta que se llamaba Península y que surgió con la arriesgada apuesta de unir los viajes, la fotografía de calidad y una literatura excelsa, y que, tal vez por eso, acabó cerrando o cambiando de nombre, ahora no recuerdo bien qué pasó, está desarrollando una labor narrativa originalísima que ha logrado recibir con Ninguna necesidad un abrumador éxito de crítica.
Uno, que siempre ha visto la figura de Rodríguez como ese tipo que queremos conocer a toda costa, a lo mejor porque le interesan muchas cosas que también le gustan a uno, como la tipografía, la fotografía, Portugal y Extremadura, las mujeres y la literatura –por eso después de trabajar mucho en la Editora Regional de Extremadura se ha lanzado a la arena con la Editorial Periférica- y que al mismo tiempo y también por todo eso le da un poco de miedo conocer, ha leído esta novela de un tirón y verdaderamente encantado. Antes había leído las buenas críticas que, en distintos suplementos culturales, han hecho de ella, destacando su capacidad de contención, de usar la elipsis, de apelar a los sentimientos sin mostrarlos explícitamente. Y en parte estoy de acuerdo, pero no creo que no haya sentimientos mostrados, los silencios de la novela se deben a mi juicio, a que no existen tampoco muchos sentimientos más allá de los explicitados. Lo que verdaderamente señala este texto es nuestra incapacidad para expresar y, por extensión, siguiendo las tesis de Wittgenstein, de sentir. No es tanto que no se quiera como que no se puede decir, porque falta la palabra. Dándole la vuelta al guante aquí se podría usar una vez más la cita cervantina de El amante liberal, quien sabe sentir sabe decir, pero para poder sentir hay que haber aprendido a reconocer las palabras para mostrar ese sentimiento. Así, el protagonista de esta novela se enfrente a dos realidades, su dolor y la incapacidad de verbalizarlo, de sentirlo. El autor, hábilmente, se hermana con su personaje, y en vez de usar sus propias palabras usa las de otros que supieron decir -¿sentir?- mejor que él, como Pavese, Jorge de Sena –a través de Víctor Botas-, Leopardo –a través de, y con, Cacciari- o incluso a la misma realidad es que la que le ha dado la excusa de la trama aeronáutica.
Pero es que esos silencios vienen, también, marcados por la otra gran referencia de esta novela, de su escritura y concepción, que es la fotografía. Muchas de las escenas, frías, que el narrador nos muestra, son verbalizaciones de fotografías, meras pinturas –emulsiones en este caso, a la espera de que podamos hablar de codificaciones digitales- realizadas con palabras en vez de los procesos habituales, que se ven interrumpidas, a travesadas, por los momentos en los que el narrador en tercera persona deja traslucir algo más que su hermanamiento con el protagonista de la historia.
O el desorden temporal, que a lo largo de los siete días que está agonizando el amigo, permite al protagonista repasar toda la relación de ambos, su ascenso social a la sombra de una familia acomodada, mientras realiza un viaje por la costa de Setúbal, el estuario del Sado y demás, responde, creo, al mismo modo desordenado en que se nos presentan los recuerdos, y más si como, en este caso, vienen ayudados por las imágenes fotografiadas, instantáneas que fijan para siempre una imagen, tan cargada de emociones que cuesta tanto expresar.
Porque, y por eso creo que ha escrito Julián Rodríguez esta deliciosa novela, frente al olvido y a la incapacidad de sentir hay que intentar nombrar, poner palabras a esos sentimientos, aunque muchas veces se nos escapen. Como dice Beckett en la cita que abre el libro, “Mejor decir”.

Julián Rodríguez Ninguna necesidad Mondadori, Barcelona, 2006