Muchos han sido los estudiosos de la literatura que se han dedicado a establecer las relaciones entre autores, a analizar su correspondencia y todo tipo de nexos que pudiera haber entre ellos. Algunos llegan a practicar técnicas inductivas que pueden generar más confusión que otra cosa. Por ejemplo, la tan traída influencia de Joyce sobre Svevo y la redacción de La conciencia de Zeno. Pero, cuando se analiza la relación entre ambos, que fue fructífera y uno de los casos más azarosos de la Historia de la literatura –¿qué narices pinta un irlandés exiliado en Trieste y conociendo a un hombre que se le saca más de veinte años?, nunca podremos despejar esa incógnita del azar-, la realidad cronológica demuestra que la novela más famosa de Svevo estaba ya publicada un año antes del encuentro de ambos.
Así que las hipótesis son, siempre, muy arriesgadas. Una de las escenas que reviste de más interés la novela Madrid, de corte a checa es el momento en que se narra la creación del himno falangista, el Cara al sol, que muchos españoles todavía hoy recuerdan porque les obligaron a cantarlo muchas mañanas al llegar a la escuela. Sánchez Mazas, Jiménez Caballero, Agustín de Foxá, Ridruejo, todos los falangistas de entonces estaban con José Antonio redactando el himno que, a qué negarlo, tiene momentos de un lirismo exaltado y bello.
Lo que tal vez sea más desconocido, y ha llegado a mi conocimiento a través del libro de Patricia Runfola sobre Praga, es la liga de galácticos que se reunió en Viena durante la Gran guerra. Siguiendo el rastro de Franz Werfel, que se hizo famoso cuando Max Brod recitó sus poemas expresionistas en el Berlín de 1910. Brod estaba fascinado con él desde que lo descubrió por recomendación de un amigo común. Runfola nos relata cómo con su aspecto juvenil, algo bohemio y descuidado pese a su incipiente gordura, se olvidaba en el momento en que comenzaba a recitar sus versos. Brod le recomendó como colaborador del diario Die Zeit, dirigido por Camil Hoffmann, amigo de juventud de Stefan Zweig, que se publicaba en la capital imperial, Viena. Y también lo mandó a conocer al editor de Rilke y Kierkegaard, Axel Juncker, en Berlín.
Werfel fue un poeta de una precocidad pasmosa. De familia acaudalada, ya destacó como alumno del Colegio Regio Imperial de San Esteban, su amistad con Brod le permitió ser el interlocutor de la sección joven de lo que el amigo de Kafka llamó “El doble círculo”. Los mayores eran el propio Brod, Kafka, Welstch y Baum, los jóvenes Ernst Popper, Paul Kornfeld, Willi Haas y el propio Werfel. Brod y Werfel fueron siempre el punto de contacto de ambos grupos pese a sus dispares gustos musicales –Brod era un devoto wagneriano y Werfel un entusiasta seguidor de Verdi- y mantuvieron la amistad hasta el fin de sus dias, Brod huido de Praga a Israel ante la invasión nazi y Werfel como un vagabundo por Europa hasta llegar a los Estados Unidos, donde murió.
Bien, durante la Primera guerra mundial fue destinado, en un principio al frente de los Cárpatos, posiblemente uno de los más calientes debido a la tensión en los Balcanes que sirvió como disparo de salida del conflicto.
Pero luego se le destinó a Viena, no sabemos si por deseo expreso del emperador Franz Joseph, para formar parte de la liga de galácticos a la que he aludido antes. Parece ser que las noticias que llegaban del frente –y que no hacían sino anticipar la finis-Austriae- eran tratadas antes de entregarlas a los periodistas. Los retocadores trabajan el archivo de la guerra y eran, además de Werfel, Rilke, Hofmannstal, Zweig y Roda-Roda. Ahí es nada. Consiguieron, cuenta Runfola, que la pérdida del mayor acorazado austrohúngaro se convirtiera en una exaltación a la unión de un imperio que estaba ya desmembrado cuando comenzó la guerra, al inventar al figura de un soldado que, sobre el puente de mando, recitaba en el latín original la divisa del imperio habsbúrguico: indivisible e inseparable.
Con semejante repóker, uno no sabe cómo no convencieron al mundo de que el Imperio había ganado la guerra. Hay otras mentiras que se ha tragado más gente y con menos arte, como lo de las armas de Irak.