Belén Gopegui fue, sin duda, una alegría. Fue la primera de una serie de escritoras hispanas que han decidido dejarse de idioteces y escribir, sin complejos, como les salga del alma, y hablar de su mundo desde su visión particular, sin someterse a comportamientos heredados o luchas que nada tienen que ver con ellas. Gopegui es una aura valiente, más que muchos compañeros de generación, fueran hombres o no, que se ha atrevido a alumbrar territorios donde otros no se aventuraban.
Gopegui fue la primera voz que tuvimos aquí que se acercaba a esa valentía narrativa que han demostrado autoras como Lispector, Kristof, Jaeggy, Jelinek. No deja de ser curioso que quiénes se han atrevido a mirar a los ojos a la crueldad, al miedo y al dolor hayan sido mujeres. El único autor comparable en los riesgos que abarca su mirada sería Coetzee hoy por hoy.
Por eso me ha seducido muy gratamente el libro de Elvira Navarro, que se sitúa en esa estirpe, al mostrar el mundo con ojos femeninos y con una valentía muy seductora. Este su primer libro, elegido por un editor tan poco sospechoso de complacencia como es Constantino Bértolo, es una muestra de una literatura que nos puede ofrecer muchos momentos de placer en un futuro.
En apenas cien páginas nos ofrece, sobre todo, una manera de mirar el mundo, de descubrir sentimientos, pensamientos y realidades escondidas, que desarma por completo al lector. Desde la primera historia, en la que vemos esa niña que hace sufrir al mismo tiempo que teme a sus tías, nos entregamos a la voz de la narradora. Las siguientes historias usan de un modo más directo aspectos ya de por sí connotados o que entran dentro del tabú: el sexo, la pederastia, la violación, el placer, el deseo. Pero están siempre construidos de un modo impecable, su lectura es no sólo un catálogo sugerente de osadías, sino sobre todo unas historias –momentos narrativos los ha bautizado Constantino- perfectamente construidas, que uno no puede atravesar sin salir de ellas herido, tocado por la siempre punzante visión de Elvira Navarro.
El personaje que sirve como hilo conductor de todas ellas, esa Clara a la que vemos de niña y conociendo su cuerpo y sus deseos en esta narración –me resisto a llamarla novela, y no sé si es por prejuicio o por su estructura descoyuntada- de aprendizaje, esa Clara se nos vuelve, de un modo irónico y ambiguo, transparente y opaca al mismo tiempo. Se nos develan sus pensamientos, sus dudas, sus temores, pero a la vez no comprendemos porque da los pasos que da, hacia donde se dirige, y es por esa opacidad, por ese secreto, por lo que nos seduce más todavía, y leemos estas páginas embriagados por su aroma de niña camino de ser mujer, por el modo en que asume e investiga en el dolor, por su coquetería con lo más sórdido, y quizá más auténtico, que hay en nosotros mismos.
Voy a atreverme, con la osadía del que en el fondo no sabe nada, a hacer una clasificación de la humanidad. Están los que se hacen daño a sí mismos y los que se lo hacen a los demás. A los primeros acostumbramos a llamarles mujeres, a los segundos hombres.
Elvira Navarro La ciudad en invierno Caballo de Troya, Madrid, 2007
Al buscar imágenes para ilustrar el post me he encontrado con una entrevista a la autora, que por lo visto ha sido elegida Nuevo talento Fnac de Literatura -supongo que eso le asegurará que siempre haya ejemplares de su libro en las tiendas de la cadena francesa, de no ser así no sé para qué sirve. Échenle un vistazo.
Al buscar imágenes para ilustrar el post me he encontrado con una entrevista a la autora, que por lo visto ha sido elegida Nuevo talento Fnac de Literatura -supongo que eso le asegurará que siempre haya ejemplares de su libro en las tiendas de la cadena francesa, de no ser así no sé para qué sirve. Échenle un vistazo.