13 junio 2007

Suze Rotolo


Mi primer disco de Bob Dylan fue The Freewheelin Bob Dylan. Lo tenía en una cassette de cromo -los discos buenos los grababa en cintas de cromo, pensaba que de ese modo sonarían mucho mejor- que desgasté de tanto escucharla en mi walkman. Como una venganza contra los pijos, las cintas de cromo duraban menos que las de hierro. Me sabía de memoria todas las letras de las canciones -la mayoría las he olvidado a día de hoy, aunque cuando vuelvo a escuchar cualquiera de ellas me sorprendo tarareándolas- en un inglés macarrónico que sólo era inteligible en algunas de las canciones. Creo que, si rebuscase por el domicilio familiar, encontraría aquella cinta, que debe sonar ya temblona como las voces de los pitufos -salvo que lo de las cintas de cromo sea cierto y haya aguantado mejor el tiempo, pero lo dudo, al menos mi experiencia me dice que no será así.
Yo me acerqué a ese disco, y no a otros de Dylan, porque me encantó su portada. Esa calle neoyorkina nevada -tiene pinta de ser el Village, qué raro es esto de la mitomanía, uno nunca ha estado en esa ciudad y reconoce algunas calles- por la que pasean Bob Dylan y una chica ateridos de frío, rodeados de coches sacados ya de otra época, de las películas ambientadas en los años cincuenta. O sea, coches que no eran tan viejos entonces pero que hoy parecen el fruto de una buena labor de diseño de producción.
Esa chica me pareció una preciosidad, desde siempre. No porque fuera especialmente bella, pero es lo que tienen estas cosas, que casi sin quererlo uno debe reconocer que uno se derite por ellas. Como por aquella época cuando se hablaba de Bob Dylan siempre alguien sacaba a colación a Joan Baez, sobre todo si sonaba el Blowin' in the wind, yo pensé duante muchos años que esa chica debía ser ella. Vamos, que me hice a la idea de que esa chica no podía ser otra que Joan Baez. Y lo dejé estar, así que durante muchos años me convencí de que esa portada maravillosa de un disco único era una muestra más del amor de esas dos estrellas de las canción.
Con esa inocencia de los jóvenes supongo que se me quedó grabado en la cabeza que esa debía ser, más o menos, la imagen del amor. Un par de jóvenes que, pese al frío del entorno, sonríen y se abrazan con cariño, que se dan calor el uno al otro. Si es verdad eso del subconsciente, yo creo que desde mi adolescencia -grabé el disco cuando tenía quince años- esa fue mi idea de la felicidad, de la imagen ideal que debía tener eso que llamaban amor.
Años después cayó en mi poder una fotografía de Joan Baez. Y vi que no podía ser entonces la chica de la portada del disco, no se parecía en nada. Entonces se abrió un agujero, ¿quién narices era esa mujer, esa chica que hizo que, de entre todos los discos que había en la fonoteca de mi barrio, escogiese ese, precisamente ese, para acercarme a Dylan?
Internet es un aliado, sobre todo para buscar a la gente. Dice una asociación que Google no respeta nada la privacidad, pero la verdad es que yo he encontrado en el buscador una manera única de ampliar mis conocimientos, de salir de dudas cada dos por tres. Un día puse en el buscador que quería saber quién era la chica de la portada de aquel disco, y entonces descubrí que se trataba de Suze Rotolo. Por lo visto, los fanáticos de Dylan han creado una web llamada Quién es quién en el Universo Dylan. En ella explican que fue la novia formal de Dylan desde julio del 61 hasta marzo del 64, casi tres años. No es sólo la chica de la portada del disco, sino que es la protagonista, o la inspiradora por lo visto, de Boots of Spanish Leather.
En sus Crónicas, dice de ella:
Cupid's arrow had whistled by my ears before, but this time it hit me in the heart and the weight of it dragged me overboard... Meeting her was like stepping into the tales of 1,001 Arabian nights. She had a smile that could light up a street full of people... a Rodin sculpture come to life.
"Encontrarla fue como meterme de un salto en Las mil y una noches." ¿Puede uno imaginarse mejor piropo que ése? Habría que calcular si su relación duró más que esos mil días, porque no llegó a tres años. En fin, no soy muy aficionado a la numerología, y no me apetece hacer cuentas. Mil días, bien, es una cifra mítica que siempre viene bien para estas cosas.
Desde que sé quién es, que se llama Suze Rotolo, que su familia era de Cerdeña, que hace diez años desde el día en que escribo este artículo vivía todavía en el Village y trabaja como artista -la gente que lleva esa web sobre Dylan es increíble a la hora de rastrear a la gente, desde luego-, me resulta más subyugadora todavía esa portada. Me sigue pareciendo que esa pareja que camina abrazada es la imagen del amor.
¿Qué por qué he dicho hoy todo esto? Que cada uno sepa leer entre líneas.