10 junio 2007

Testimonio sobrecogedor

La edición, en un solo volumen apaisado, más propio de las ediciones de tiras de prensa que de cómics dibujados, como están estos, para ser álbumes, de los seis títulos de la serie Paracuellos de Carlos Giménez ha sido, sin duda, una de las grandes noticias de esta primavera. Poner al alcance de nuevos lectores esta obra, y hacerlo a un precio económico, como se desprende de la edición en una editorial como Debolsillo, no puede ser considerado sino como un acierto.
Desde el momento de su publicación, en los primeros años de la transición, las obras fundamentales de Giménez –las que, conviene no obviarlo, han cimentado su prestigio- destacaron por lo crudo de sus planteamientos, la sinceridad de sus historias, que venían a sumarse a su ya reconocida calidad como dibujante. Por aquellos entonces, tanto sus trabajos como cronista irónico de la vida política en el Papus –muchas veces trabajando con Ivá-, como sus adaptaciones literarias –Hom y Koolau-, y, sobre todo, sus trabajos autobiográficos –Paracuellos, Barrio y Los profesionales- supusieron un revulsivo al acomodaticio mundo del tebeo español. Eran –y siguen siendo- cómics para adultos, no por una temática sexual –por favor, seamos serios-, sino por un mensaje tan sofisticado y comprometido como el de expresiones artísticas que gozan de un mayor reconocimiento como la literatura o el cine.
Paracuellos es un testimonio descarnado, de una sinceridad y una valentía enorme, de lo que fueron esos años de la posguerra. Violencia, desarraigo, carencia de afecto… el repertorio de los desmanes que se cometían en los hogares –que ironía, llamarlos así cuando eran de todo menos hogares- de Auxilio Social no puede dejar indiferente a nadie. Desde el mismo momento de su nacimiento, el cómic se convierte en una referencia fundamental para todo lo que hoy llamamos, quizá benévolamente, “cómic para lectores adultos”. La lectura de las miserias por las que pasaron muchos niños en la posguerra sigue siendo hoy, como podrá comprobar cualquier lector que se acerque a este libro, fuente de historias, de rabia, todo contado con una especial fuerza.
Lo que sí permite esta edición es analizar de primera mano la evolución de la obra. Una de las cosas más interesantes de Paracuellos, y también de Barrio, cuando aparecieron por primera vez en la segunda mitad de la década de los setenta, era la irresistible fuerza de lo narrado. Era tal la cantidad de material con el que trabajaba Giménez que la sucesión de golpes narrativos, de momentos impactantes, se producía de un modo incesante. En una sola plancha de Paracuellos, en las dos páginas que había para cada historia, podía uno encontrarse con momentos de especial fuerza dramática en mitad de una de las tiras de la paginación, de hecho la planificación era tan rígida y estricta como la disciplina de los orfelinatos en los que tienen lugar las historias. Cada plancha estaba distribuida del mismo modo: cinco viñetas por tira, cuatro tiras por plancha, dos planchas por historia, en total cuarenta viñetas para contar historias desgarradas y, lo que es más importante, desgarradoras. Y en esas cuarenta viñetas estaba todo, sin tener en cuenta efectos de paginación, como sí había de suceder más tarde, al colocar los momentos climáticos al final de cada página. Dentro de ese estrecho margen se movían siempre las historias de esos niños, y la habilidad de Giménez residía en que su dibujo, su trabajo se convertía en una denuncia más efectiva en tanto que imitaba las posibilidades de los protagonistas. El dibujo, además, tenía un aire más tétrico, más feísta o tremendista si así se quiere ver, en la primera entrega que en las posteriores. Había un fiel reflejo ahí también del momento, de la dureza de la vida de esos niños, y se plasmaba en unas imágenes que, en algunos casos, son sobrecogedoras.
A media que se avanza en la lectura de este libro se aprecia una evolución a mi juicio a peor tanto en el dibujo, que se infantiliza –porque no se caricatiruza, ojo, sino que se hace más suave, más infantil- a medida que pasan los álbumes, pasando a un estilo más naïf, más cercano al dibujo animado; como en la planificación de las planchas, que se libera, permitiendo un mayor juego y mayor variedad de distribuciones, pero perdiendo en efectividad lo que gana en variedad de planchas. La narración gráfica se infantiliza al mismo tiempo que las historias van teniendo cada vez un aire más costumbrista, más conformista. En los últimos álbumes hay tramas que se prolongan a lo largo de varias historias que tienen ya poco de denuncia y se acercan más a una novela infantil de aventuras. En una ocasión, con el pretexto de una entrevista, cuando todavía no habían aparecido los cuatro últimos volúmenes de Paracuellos pero Giménez estaba ya escribiéndolos, le pregunté al respecto, haciéndole ver que, dentro de los dos primeros álbumes se apreciaba ya esa variación, esa suavización, por así decirlo, y me contestó que eso se debía a la propia mecánica del medio. Por entonces los cómics se publicaban en revistas y uno no sabía cuánto tiempo podría dedicarle a la serie antes de que el editor de la revista decidiera dejar de publicarla. Por eso tuvo que meter primero lo que más necesitaba soltar, lo más crudo. Añado yo que, además, lo hizo con un grafismo más sobrecogedor de lo que lo haría luego.
En esa misma entrevista me comentó ya que había estado teniendo conversaciones con algunos compañeros de los hogares de Auxilio Social, y de ellas deducía que tenía para llegar a unos seis álbumes –lo cumplió- y que también estaba preparando otros tantos de Barrio. Entonces ya podía sospecharse lo que finalmente sucedería, que de esas conversaciones no saldrían sólo denuncias –a nadie le gusta recordar los malos momentos- sino que sería material, sobre todo, para narraciones sobre la magia de la infancia, como luego se evidenció al leer los álbumes de la serie dibujados ya a finales de los noventa.
No quiero, de todos modos, que el lector pueda pensar que esos álbumes son malos. No es así. Carecen de la fuerza de los dos primeros, pero siguen estando llenos de verdad y de historias deslumbrantes. Leer las seiscientas páginas de esta recopilación de cabo a rabo es un verdadero placer. Pero tampoco puede obviarse que lo realmente fundamental de la obra está al principio.
Planean, de todos modos, ciertas dudas sobre el trasfondo editorial de este proyecto. Los seis volúmenes de la serie Paracuellos se encuentran sin problema en las librerías hoy en día en la edición de Génat. Una edición respetuosa, en formato de álbum en cartoné que llegó para dignificar el relativo olvido de la obra de Jiménez. No se puede decir, por tanto, que esta obra no estuviera al alcance de los lectores, y lo está, además, en un formato mucho más adecuado para la lectura del tebeo, respetando el formato original. Por eso sorprende esta edición que corta de un modo claro cada una de las planchas para imprimirlas en dos páginas distintas. Se da el caso, además, por lo ya explicado antes, que esta edición juega todavía más a favor de esos primeros álbumes, que son los que no se ven afectados por esta segmentación de la plancha, frente a los últimos, donde se pierde el trabajo de diseño de página llevado a cabo por el autor.
En cualquier caso, sea en las ediciones originales, sea en las de Glénat, sea en esta de la que hablamos, Paracuellos sigue siendo una de las obras más importantes del siglo xx hispano, y un referente fundamental para entender la capacidad que el cómic tiene a la hora de marcar nuestra existencia.
Carlos Giménez Todo Paracuellos Debolsillo, Barcelona, 2007