Pero los que, en su momento, yo recuerdo que con tan sólo doce años, conocimos su obra anterior, sus personalísimos álbumes, no los hemos podido olvidar y, aunque nos alegremos mucho porque Ferry, gracias a un trabajo que le gusta, pueda vivir muy bien, no dejamos de imaginarnos qué habría sido de la obra de Ferry –de la de Beroy, de alguno más de sus compañeros de generación- si la industria del tebeo español no hubiera estado por entonces en horas tan bajas.
La editorial Astiberri tuvo a bien, hace cuatro años, la idea de reeditar esos trabajos primerizos, que tan buen sabor de boca y tan grata memoria habían dejado en los aficionados. Un volumen de 338 páginas en formato folio donde poder ver reunidos Crepúsculo, Sebástian Gorza, La ruta de la Medusa y Marius Dark –que era en color en un principio aunque aquí aparezca en blanco y negro. Pretenciosas, ambiciosas, llenas de fantasía e ingenio, de obsesiones, y de historias vibrantes, siempre narradas con el personalísimo y fascinante estilo gráfico de Ferry, estas historias se quedan incrustadas en la memoria del lector. Las sugerencias de Crepúsculo y sus espectaculares acierto gráficos son, por ejemplo imborrables. El humor socarrón y descreído de Gorza sigue tan fresco como entonces, y la fuerza de las viñetas de La ruta de la medusa no ha decrecido con el paso de los años.
Leídas todas en conjunto, con unos pequeños extras como las páginas abocetadas del que debería haber sido el segundo volumen de La ruta de la medusa, estas obras muestran unas coincidencias temáticas, unas obsesiones recurrentes en la obra de Ferry. El otro, la búsqueda de la identidad, el doble, la maduración, casi todos los tópicos de la narrativa fantástica de la época victoriana –germen de casi todo lo que ha venido después dentro de ese género- aparecen en estas historias. Pero siempre con una nueva vuelta de tuerca, con un “algo” que las convierte en distintas, en narraciones peculiares donde el dominio de un blanco y negro expresionista se exhibe en cada página. Ferry es un caso extraño de extraordinario dibujante que no es sólo bueno con el lápiz, sino que además sabe cómo sacarse todavía más partido con el uso de las tintas –su obra en color, La torre, queda en este volumen un tanto deslucida al no poder verse el color, pero es que, además, su trazo pierde fuerza, porque el dibujo de Ferry está hecho de líneas rotundas, no de colores. Ferry es un dibujante de cómics, no un pintor, y por eso su mundo fantástico está hecho de líneas, de gruesos trazos cargados de sensibilidad, osados, valientes, que seducieron a los lectores desde el primero de los álbumes de su autor.
Aquí está todo lo necesario para echar de menos a ese Ferry. Uno a veces se reconforta imaginando esas obras maestras que “podrían haber sido”, que todos intuimos y sospechamos pero que no pudieron cobrar forma. Kubrick haciendo Inteligencia artificial, por ejemplo, El embrujo de Shangai de Víctor Erice, ese libro único que llevaba en su cartera Walter Benjamín, y esos álbumes que en su madurez el autor de Crepúsculo –todavía sigue siendo su mejor obra tanto en lo narrativo como en lo gráfico- iba a hacer. De momento triunfa y vive muy bien con eso de los superhéroes, pero uno no puede dejar de desear que llegue ese Ferry que todos los verdaderos aficionados al medio esperamos. Lo que sucede es que siempre será una alegría para el arte pero recibirá el eco de unos pocos. A modo de ejemplo habría que indicar que esta edición tiene una tirada limitada y firmada por el propio autor, una idea muy clara de lo reducido del alcance de la propuesta.
Pasqual Ferry Octubre Astiberri, Bilbao, 2003