08 abril 2011

NYC

Qué tiene Nueva York que a todos nos fascina. Muchos, sin haber puesto jamás un pie en ella, sentimos que la conocemos íntimamente, y sospechamos que muchas de las esquinas de la ciudad deben parecerse mucho a las imágenes de ellas que hemos formado gracias a las fotografías, películas y novelas que hemos hecho nuestras. Nueva York vive dentro de cada uno de nosotros, más allá de que estemos sometidos a la presión cultural que se ejerce desde el país que la alberga. Algo así le sucedió a Pier Paolo Pasolini en los dos viajes que hizo a la Gran Manzana. Y con ese aire de turista entusiasta lo retrata David Sánchez, usando como modelo las fotografías del propio Pasolini que incluye el libro. En ellas se aprecia al visitante risueño, contento con lo que ve, que posa divertido por sentirse una pieza más de la ciudad en la que estaba inmerso antes incluso de haber puesto un pie allí. Un viajero alegre y desprejuiciado que no tiene empacho en comprar una pegatina para su maleta en la que dejar claro cuál ha sido la ciudad en la que ha estado de vista. Ese hallazgo de Sánchez en la cubierta nos habla del entusiasmo de Pasolini ante la capital de occidente. El mismo entusiasmo que dejó claro en la entrevista que le hizo la Fallaci cuando la adjetivó como "arrebatadora". Una pasión por la ciudad casi juvenil en los dos viajes que hizo a ella.
El primero, en 1966, de apenas diez días, le sirvió para tomar contacto con una ciudad que lo fascinó. El segundo sirvió como marco para una extensa entrevista que sirve como tronco de este libro. En ella se hace evidente que el creador italiano vio reflejados en NYC todas las tensiones que habían surgido en el planeta tras el final de la Segunda Guerra Mundial y que cristalizaron en la convulsa década de los sesenta de la sociedad norteamericana.
Pasolini contempló los anhelos de los idealistas jóvenes estadounidenses como un fiel reflejo de la actitud del primer cristianismo que tanto admiró y que intentó volcar en esa extraña cinta que es el Evangelio según San Mateo donde un ateo como él se permite diseccionar la figura humana del hijo de Dios. Esas contradicciones, que constituyen, sin duda, lo más seductor y rotundo de la obra de Pasolini afloran también en la transcripción de las palabras habladas en la entrevista y en su intenso texto sobre los conflictos que se viven en una sociedad en expansión y llena de vectores como la neoyorkina.
Pasolini trabajó en las calles y murió en las calles. Su trabajo estuvo siempre relacionado con lo que sucedía en el día a día, y su principal contribución al arte del siglo pasado fue demostrar que en cada uno de esos ambientes que la intelectualidad había aprendido a ignorar, a veces incluso despreciar, latía una luz más pura y candente que en cualquier biblioteca. En un mundo volcado a lo abstracto y los conceptos, supo acariciar la carne y demostrar que lo que no puede ser tocado carece de verdadero interés. Él demostró que la libertad es sólo válida cuando puede ser vivida y disfrutada. En estos tiempos que corren, donde la libertad es un documento con mero valor institucional pero que no tiene un valor comercial reconocido, por lo que no puede ser usado, hay que rescatar su visión del mundo.
Su visión de la ciudad que es el crisol de nuestra época y que, por eso, parece atraernos siempre a través de los años. Pocos libros se leen con la intensidad de este. Una delicia.
Pier Paolo Pasolini Nueva York Errata Naturae, Madrid, 2011
Traducción de Paula Caballero