30 abril 2011

Pasión


Lo más curioso de la pasión es que, pese a que siempre pensamos que se trata de un sentimiento íntimo y propio, realmente consiste en dejarse invadir por otro. Para que haya pasión debemos renunciar a ser los dueños de nuestros actos y convertir nuestro cuerpo en el espacio donde alguien nos someta a sus acciones. Su presencia, llena de olores, de sabores, de roces, junto al recuerdo de todas esas experiencias, todo creado en nuestra imaginación. Pasión, etimológicamente, tiene su origen en el verbo padecer. Uno padece los actos que otro realiza en uno, la excitación, el placer, y, finalmente, el dolor. Por eso la pasión es tan perturbadora, y por eso necesitamos hacerla nuestra, aunque sea violentando el mismo origen de su significado. Y queremos apasionadamente, cuando deberíamos ser más honestos y usar el adverbio arrebatadamente.
Es padecimiento tiene, quizás, un correlato más exacto en el éxtasis, que primero fue místico y luego, secularmente, amoroso. Tan sencillo resulta ver en el cuerpo del amado la imagen divina, tan lógico y comprensible habida cuenta que es a través del frenesí sexual cuando logramos salir de nosotros mismos, perder por unos instantes la corporeidad en la que estamos encarcelados y sentirnos un poco muertos, un poco idos. Ese es el éxtasis, salir del cuerpo, abandonar el espacio del padecimiento.
¿Cuándo comenzamos a mezclar la pasión y el éxtasis? ¿En qué noche oscura del alma nos abandonamos y comenzamos a pensar que el objetivo era el padecimiento y no el abandono?
Quiero que tú me sometas al padecimiento necesario para poder sentirme fuera de este cuerpo.

Publicado en el número 62 de la revista argentina La mujer de mi vida
La imagen es un fotograma de Nuit Noire, película de Olivier Smolders