25 abril 2011

Un hueco que urgía tapar lo antes posible


Las coincidencias son, desde luego, muy curiosas: A lo largo de esta Semana Santa, en Long Island ha tenido lugar un derribo: el la mansión de Land's End en Sands Point, la casa en la que se inspiró Francis Scott Fitzgerald para la que, en la ficción, era el hogar de Daisy Buchanan. Se convertirá en varias casas de lujo, cinco, cada una con un precio de salida de diez millones de dólares. Se trata de la última de las propiedades de la Costa Dorada de Long Island que se mantenía en pie.
Y, en estos mismos días, coincidiendo con el día del Libro, ha llegado a las librerías españolas El precio era alto. Una recopilación de diecinueve relatos de Scott Fitzgerald. Han tenido que animarse a cruzar el charco los editores de Eterna Cadencia para que los seguidores de Scott Fitzgerald puedan, esta vez sí, decir que pueden tener todos sus cuentos en los estantes de su biblioteca. Hasta ahora, pese a que se encuentra en el mercado una edición titulada Cuentos completos, no podían leerse todos los relatos de uno de los grandes autores de la Generación perdida. Porque, pese a lo que dice el título, faltaban muchos, diecisiete al menos, relatos en ese libro como para poder llamarse así. Con la reedición de El precio era alto se soluciona un vacío importante.
El origen de este libro es curioso: En 1982, hace ahora casi treinta años, se publicaron dos volúmenes en la colección Libro amigo de Bruguera con el título El precio era alto, que era la traducción íntegra del volumen publicado en los Estados Unidos en 1979 bajo el título The Price Was High: The Last Uncollected Stories of F. Scott Fitzgerald. Para los que no sepan inglés Los últimos, o definitivos, cuentos nunca recopilados de Scott Fitzgerald. La traducción la firmó Marcelo Cohen.
Supongo que por motivos mercantiles, dicha recopilación no se reeditó nunca desde entonces. Yo tengo el ejemplar que aparece en la foto porque uno ha sido, de siempre, aficionado a revolver en las librerías de viejo, pero era, ya, un título que no se encontraba en librerías. Además, el hecho de que hace ya unos diez años en la colección de recopilaciones de cuentos en volúmenes de gran formato de Alfaguara se editasen en dos volúmenes los que se titularon Cuentos completos -reeditados en uno sólo con el nuevo diseño de la colección el año pasado, es el que se ve en la foto- creó la confusión de que, realmente, se incluían en ese libro todas y cada una de las narraciones breves que firmó el autor de El gran Gatsby. Pero no era así.
Scott Fitzgerald, como todo aficionado sabe, vivió una vida digna de cualquiera de sus relatos. Su relación con Zelda, la afición mutua a la bebida y su obsesión por los ricos marcaron su biografía. Scott Fitzgerald consiguió que todo el mundo conociera sus dos nombres en un país donde la gente tiene tan sólo el nombre de pila, lo que habla a las claras de su temprano éxito, del reconocimiento casi automático que obtuvo y, paradójicamente, de como su estrella se fue eclipsando, quizás injustamente, a medida que ascendía la de su amigo Ernest Hemingway y su compañero de generación, quien finalmente recibió el premio Nobel: William Faulkner. Mientras tanto, él no hacía más que escribir numerosos relatos para vender a las revistas y obtener dinero fresco con el que intentar mantener el excesivo tren de vida que su mujer y él pretendían llevar. Muchos de esos relatos se recogieron en El precio era alto.
Puede resultar demasiado sencillo relacionar esos objetivos eminentemente crematísticos de la su escritura con la calidad de estos textos. Pero sería injusto, además de apresurado. En estas narraciones está el mejor Scott Fitzgerald: el estilo grácil de su escritura, la capacidad de introducirse en la psicología de unos personajes escurridizos, y su vocación narrativa. De hecho, puede afirmarse que en estos diecinueve relatos hay más de lo mismo que siempre nos ha dado: momentos de un intenso y emotivo placer lector.
Por suerte, el libro ya está al alcance de todo el que quiera leerlo.
Francis Scott Fitzgerald El precio era alto Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2010