27 abril 2011

Los libros infinitos


No sé cuántos seremos a día de hoy, pero comenzamos a constituir una cantidad respetable. Me refiero a los fanáticos de César Aira. No llegamos al exceso adolescente de empapelar nuestros dormitorios con fotografías suyas, ni siquiera a lucir por las calles camisetas con su rostro. Pero todo se andará, tiempo al tiempo.
Entretanto lo que sí intentamos es mantenernos al día en lo tocante a su producción literaria, lo que no deja de ser una gincana con todas las de la ley, y más si uno no vive en Argentina. Como bien sabemos sus fanáticos, quizá también ustedes terminen siéndolo así que no está de más divulgarlo, Aira tiene el detalle de suministrar varias dosis a lo largo del año. Si los cálculos no me fallan, y lo que voy a decir ahora, lo sé, es un síntoma evidente de mi patología, los años más prolíficos editorialmente han sido 1998 y 2001, porque hay cinco libros editados en cada uno. Sin ir más lejos, en el 2010 contabilicé cuatro, lo que no es sorprendente porque hay varios años con cuatro libros editados. Repasemos la cosecha de 2010: Una de ellas se editó en España. Se trata de El error (Mondadori), y se puede comprar sin complicarse uno demasiado la vida. La segunda llega sin excesivos problemas a la península mediante la importación: El divorcio (Mansalva). La tercera, que no llega a las librerías peninsulares, se puede comprar sin excesivas complicaciones en la mayoría de las librerías porteñas: Yo era una mujer casada (Blatt & Ríos). Pero, ¿y la cuarta? La cuarta es una edición limitada hecha en Guatemala de El Té de Dios (Matamala). Yo la tengo, pero porque he ido al único lugar en todo Buenos Aires donde podría comprarla y me ha tocado regatear con el librero. Cosa que, por otro lado, me pareció muy divertida porque de un día para otro había bajado el precio como una cuarta parte. Quizás por eso estoy mucho más orgulloso de tenerla, y de haberla disfrutado. Es lo que tiene ser un adicto, que al final todas las dosis son pocas y, cuantas más lleguen, más disfruta uno. Hacer las cosas por vicio es, desde luego, mucho más satisfactorio que hacerlas por obligación.
Este año 2011 parece andar con buen ritmo en ese aspecto. Aún no hemos terminado el cuarto mes del año, el segundo en realidad si tenemos en cuenta que enero y febrero en tierras australes son meses veraniegos en los que apenas hay novedades, y ya tenemos cuatro libros de Aira. ¿Cuatro? Sí, cuatro. Uno es la novelita que ha editado el BAFICI, Festival, que en estos momentos debe estar en la maleta de una amiga sobrevolando el océano. Los otros tres son unas novelas que han editado en La Bestia Equilátera con un mismo título. Se llama El mármol. Yo he logrado hacerme con una de ellas, la que tiene en la tapa los sapos que, como buen adicto, me parecía la más prometedora por aquello de los viajes lisérgicos.

La leí apenas me la trajo un amigo al que acaban de editar en España, por fin, su primer libro de cuentos. Apenas me hizo entrega del ejemplar, en un restaurante cercano al hotel donde se alojó, lo abrí y comencé a hojearlo. Si no me puse a leerla allí mismo es porque todavía me queda un poco de educación. Lo que sí hice fue leerla en un bar junto al hotel apenas terminamos la comida y hacía tiempo antes de que nos acercáramos a la librería donde teníamos la presentación. Estuve tentado de pedirle a mi amigo que me dejase leerla en la bañera del hotel, pero me contuve. En lo de leer en la bañera me parece que Aira demuestra una inteligencia digna de elogio, porque en muchos de los hoteles modernos, el cuarto de baño es el único lugar convenientemente iluminado. Si desistí de hacerlo es porque una cosa es ser un fan y otra andar imitando actitudes. Imaginen que uno se hiciera fan de Lennon o, mucho peor, de Chapman. No, mejor un café y una mesa con buena iluminación.
La novela que yo leí es, como todas las de Aira, veloz y delirante, llena de ocurrencias y mucho más cohesionada como narración que las del año pasado, que parecían compilaciones de novelas atomizadas. El mármol narra las peripecias de un maduro parado en medio de los comercios regentados por orientales en el barrio porteño de Flores y es una delicia de principio a fin. Se conoce que, cuando se besan los sapos, sigue uno convirtiéndose en príncipe. Quizás me estoy confundiendo. Me gustaría leer las otras dos, la verdad, porque esta me ha dejado un gratísimo sabor de boca.
Me dicen los que bien me quieren que, en realidad, se trata de la misma novela, que tan sólo cambian las cubiertas. Alguno, más perspicaz, me ha intentado convencer diciéndome que se trata de un inteligente subterfugio de los editores para aprovecharse de fanáticos como yo porque así compraremos un ejemplar de cada portada y se agotará antes la tirada. Pero yo sé que eso no puede ser así. Sería demasiado sencillo, algo casi burdo si viene de la cabeza de Aira. Yo sé que en cada uno de esos libros hay algo distinto más allá de la tapa, es más, creo que debería hacerme con cada uno de los mil quinientos ejemplares porque en esa variedad de las cubiertas hay que leer una clave fundamental para entender el mensaje de su autor: cada uno de los ejemplares es distinto. Tal vez reuniendo el millar y medio encuentre una clave que se escapa a los que tan sólo lean uno. No sé si estaré en lo cierto, pero creo que sí. Tiempo al tiempo.
César Aira El mármol La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2011
La foto de Aira es de Daniel Mordzinski