05 julio 2007

Hacer autocrítica

El pasado 26 de abril, el suplemento "cultural" del rotativo El Mundo incluyó una encuesta a diversos críticos españoles que llevó a cabo el también crítico Germán Gullón. Dicha encuesta tuvo un moderado eco en la red, y creo que se debe a que los internautas interesados no han tenido un espacio para explayarse sobre las preguntas que hizo el propío Gullón o sobre las respuestas de los entrevistados. Vamos a abrir aquí un pequeño hueco para el debate, aprovechando los calores veraniegos, y procurando que la gente se exprese.

Las preguntas que hizo Gullón fueron las siguientes:
1. ¿Qué es lo que da credibilidad a un crítico?
2. ¿Cualquiera puede ser crítico? ¿Qué mínimos deben exigirse?
3. Si comparan la situación de la crítica española con la del resto del mundo, ¿en qué salimos ganando, y en qué perdiendo?
4. ¿Qué pasa con las acusaciones de excesivo academicismo; falta de conocimientos académicos, dependencia del mercado; amiguismo y compromisos; obediencia a consignas , falta de referencias para comprender la creación más joven?

Pasemos a las contestaciones que dieron cada uno de los interpelados.

Ricardo Senabre
1.La independencia –frente a editoriales y autores– y la sinceridad. También una competencia profesional sin la cual lo demás no serviría en absoluto, porque nadie apreciaría la independencia de un botarate. Lo que el lector espera del crítico son orientaciones razonadas, no elogios vacíos ni rechazos injustificados. El lector necesita saber si vale la pena leer esa obra y por qué, y eso hay que dejarlo claro.

2. En la práctica, y a juzgar por muchos ejemplos reales, se diría que cualquiera puede ser crítico. Pero lo cierto es que habría que exigir unos mínimos: un amplísimo caudal de lecturas –algo muy raro, por lo que se ve–, un buen conocimiento de la historia literaria y una estrecha familiaridad con los fundamentos teóricos y los métodos críticos. La verdad es que, en el amplísimo elenco de críticos españoles en ejercicio, muchos –demasiados– no llegan al aprobado en estas cuestiones.

3. Frente a otros países, ganamos en la atención a obras estrictamente literarias y de diversas literaturas. Perdemos en independencia: hay demasiada consideración con editoriales poderosas, por una parte, y, por otra, excesivo temor a reseñar negativamente obras de autores prestigiados –a veces producto de la mercadotecnia–, algunos de los cuales pueden reaccionar como si cada reparo puesto a su obra fuese una ofensa a su persona. En realidad, la lucha del crítico que no renuncia a su honradez se plantea contra el complejo mecanismo publicitario que desde hace medio siglo se ha ido apoderando de la creación literaria y artística, gracias al cual lo que se vende es lo que vale. ¡Qué aberración!

4. Creo que la falta de conocimientos del crítico y el amiguismo son acusaciones fundadísimas en múltiples casos. Hace años, en un suplemento literario de cuyo nombre no quiero acordarme, un crítico comenzaba su reseña confesando ser amigo del autor de quien se disponía a escribir. Naturalmente, la reseña era elogiosísima. ¿Qué crédito pueden merecer una crítica y un suplemento así?

Ignacio Echevarría

1. Una primera puntualización: hace ya tiempo que la crítica ha dejado de ser la piedra angular de los suplementos literarios, por las razones que más adelante doy. Así pues, hace ya tiempo, también, que ha dejado de hacerse cuestión de la independencia de la crítica, menos todavía de su credibilidad, no nos hagamos demasiadas ilusiones con eso. En un pasaje que suelo citar en ocasiones como ésta, Robert Musil, preguntándose en qué consiste el gran talento para la crítica, se responde a sí mismo: “¡La capacidad de tener razón!”. No es fácil dar una respuesta mucho más satisfactoria a la cuestión, sin duda peliaguda. Esa “capacidad de tener razón” obedece a una mezcla variable de talentos, algunos innatos y otros adquiridos, entre los cuales cabe mencionar el buen gusto, la posesión de un criterio articulado, la confianza en ese criterio, la voluntad de compartirlo y la capacidad de persuasión.

2. No cualquiera puede ser crítico, desde luego, ni falta que hace. La ausencia de alguno de esos talentos que acabo de mencionar basta para inhabilitar incluso al más voluntarioso y bienintencionado aspirante al oficio. El crítico genuino es un tipo muy particular de lector que al placer natural de la lectura añade el de indagar en los mecanismos que intervienen en ella. De esa especie de perversión deriva el crítico una función social: la de orientar a los otros lectores en la tarea de responderse responsablemente a la pregunta que justifica la existencia misma de la moderna crítica periodística: ¿qué leer? Importa mucho insistir en esto último, dado que la mayor parte de los suplementos literarios parecen haberse desentendido de esa pregunta, conformándose con incentivar la lectura. Por eso no existe apenas crítica en la actualidad: porque la consigna de leer (y de leer siempre los mismos libros, de la misma manera) ha desplazado a la pregunta de qué leer, que comporta siempre, para ser respondida cabalmente, un cierto compromiso ético y político, no sólo estético, y que presupone además, sin la obsesión de fomentarla, la afición a la lectura. En cuanto a los mínimos exigibles para un crítico, obedecen antes a cuestiones de temperamento que a grados de cultura. El crítico hace siempre un uso estratégico de su cultura. En su caso, mucho más que los conocimientos acumulados, a menudo inservibles, importa el punto de vista que los ordena. Lo que caracteriza al crítico (y me estoy refiriendo exclusivamente al crítico reseñista) es una determinada escala de preferencias y una decidida voluntad de intervención. De otro modo, estaríamos hablando de simples comentaristas, o directamente de publicistas, que es lo que más abunda. En cuanto al estilo, es la única herramienta de que dispone el crítico para persuadir. Si resulta mediocre o incompetente en este aspecto, su eficacia será nula.

3. Me cuesta responder a esta pregunta, ya que apenas alcanzo a imaginarme qué pueda entenderse por crítica española, toda vez que –hechas las excepciones de rigor– sus más conspicuos representantes gastan sus menguados recursos en mantener un esforzado equilibrio entre la mansedumbre y la inanidad. Comparada con la del resto del mundo, la situación de la crítica española es, por decirlo buenamente, poco comprometedora: sencillamente, pasa desapercibida. Lo cual no acaba de constituir una ventaja, o no exactamente, dado que en casi todo el mundo la crítica ha sido condenada a la inexistencia. Sus espacios, si algunos le quedan, son residuales, marginales, periféricos a lo sumo, cuando no puramente simbólicos. Exageraciones y dramatismos aparte, la crítica española es, en cualquier caso, fiel reflejo de la prensa que la ampara: una prensa degradada, hipócrita, inepta, carente de todo proyecto cultural y por lo tanto de toda iniciativa en este campo, como no sean aquéllas a que le impulsan sus intereses particulares.

4. –Excesivo academicismo. De este reproche deberán responder los críticos de procedencia académica, abundantes en un oficio que, es verdad, suelen ejercer con cierta predisposición al eclecticismo y la taxonomía, y grandes dosis de aburrimiento.
–Falta de conocimientos académicos. De este reproche deberán defenderse los críticos de varia especie, periodistas y escritores en su mayoría, que lo reciben insistentemente de parte de sus colegas los críticos academicistas.
–Dependencia del mercado. ¿Y cómo soslayarla? El mercado es el medio en el que la crítica interviene, contra el que actúa. Es la corriente que tiende a arrastrarla y a la que ella debe resistirse. El problema, entonces, no es tanto la dependencia como el sometimiento al mercado, es decir, la sumisión, la interiorización de sus consignas.
–Amiguismo y compromisos. Ésta es una lacra endémica en el oficio. Por lo demás, hay una sola vacuna para curarse de ella: tomar partido. Buena parte de la mejor crítica moderna está impulsada por la complicidad de grupo, de tendencia: es crítica amistosa y comprometida, en el mejor sentido. Pero es cierto que, por estos lares, a menudo se queda sólo en crítica amigable y convenida.
–Obediencia a las consignas de la Casa (periódico, grupo). Carentes de todo proyecto cultural, como ya he dicho, los grupos de comunicación y los periódicos españoles no emiten consignas propiamente dichas a los críticos: se limitan a establecer un embrollado sistema de listas blancas y negras conforme a las cuales se hinchan o se omiten las novedades de colaboradores afines y no afines. En este punto, no vale la pena extremar la paranoia conspirativa: se trata de la más vulgar y mecánica miseria humana, con frecuencia incrementada hasta la caricatura por los intereses comerciales.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven. Es éste un reproche grave, respecto al que todo crítico deberá mantener se alerta, y que plantea la conveniencia de buscar mecanismos de regeneración por parte de quienes regentan los espacios en que la crítica opera. La mayor virtud que puede adornar a un crítico es el olfato para lo nuevo, y no sólo para “lo bueno”; su mayor hazaña será la construcción de un lenguaje de acogida para la recepción de aquello que, por dilatar el campo de la sensibilidad establecida, carece todavía de un registro público. Con todo –y como no he dejado de decir en más de una ocasión–, una de las funciones menores de la crítica, puestos en lo peor, sería la de actuar como obstáculo, como frontón mediante el cual la sociedad y la época se defienden de las transgresoras innovaciones del joven artista. Éste se forjará, para bien y para mal, en la perseverancia y en la entereza que emplee ya en imponerse, ya en adaptarse a las convenciones con que la crítica de su tiempo lo juzga.

Jaime Siles
1. A un crítico la credibilidad se la da sobre todo su práctica, es decir, lo que ha hecho, el modo en que viene desempeñando su oficio. Otra cosa son los mandamientos que cada crítico tenga como suyos y para sí, porque eso no constituye un método sino una doctrina. Mi doctrina personal como crítico se ha regido por los siguientes principios: en primer lugar, intentar entender la obra tanto si me gusta como si no, tanto si satisface mis intereses como si se encuentra en los puntos opuestos de mi poética. Creo que el crítico es un mediador, alguien que conoce las propiedades, los elementos constitutivos de un producto, y que intenta hacerlo trasmisible desde su propio juicio a los demás. Un crítico debe ponerse en la piel del autor al que juzga y preguntarse si ha conseguido o no los objetivos que en esa obra se propone, y si los medios han sido los adecuados para ello. El juicio de valor no me interesa. Creo que la crítica además de estar bien escrita y digo esto porque soy un crítico sui generis, porque también soy creador, no un crítico estricto, sino un poeta y ensayista que hace crítica literaria, pero la crítica literaria es un género muy específico, como la poesía y dentro de ella, de la poesía que nos llega en traducción, lo que obliga no sólo a juzgar el texto del poeta traducido, sino también la textualidad de la traducción.

2. Sí, cualquiera que tenga formación adecuada para ello y los criterios de gusto suficientes y que fuese capaz de trasmitirlo podría ser crítico literario. De hecho, cualquier lector a su modo lo es. Ahora bien, como en todo hay unas exigencias mínimas: creo que un crítico literario debería tener una amplia formación intelectual y un profundo conocimiento de la historia y de la teoría literaria que le permitiera situar una obra en el horizonte no sólo de su género y de su propia lengua sino de su propia tradición. Es decir, debería dar su latitud y longitud.

3. A veces nos juzgamos en exceso, porque tenemos una serie de periódicos importantes que cuentan con su propio suplemento cultural, donde funciona el juzgado de primera instancia, porque aquí se da noticia de la existencia de libros mucho antes de que lleguen a las universidades y Academias. Si comparamos la situación de España con la de otros países, hay que destacar, a favor, que los suplementos culturales españoles dedican una especial atención a la crítica de la poesía, que está abandonada a su suerte en muchos países. La novela es el género al que más atendemos aunque hay otros dos géneros importantes, el teatro y el ensayo, que sufren una especial desatención. En cambio, esos dos géneros tienen mucha más importancia en países como Alemania, especialmente el teatro.

4. En general, creo que las acusaciones contra la crítica que aquí se mencionan lo que denuncian son todos los riesgos, pero la respuesta más clara la da Cicerón cuando, animado por su amigo Ático a dedicarse a la historiografía, le expone las dificultades y problemas que encontrará. El problema no es la independencia literaria o no, o la falta de referencias, o los compromisos o los academicismos, sino que lo único que debería importar en la crítica literaria es la independencia de criterio, de manera que la forma de luchar contra estos vicios sería acuñar un método y un modo para defender y mantener dicha independencia de criterio.

Darío Villanueva
1. La credibilidad de un crítico radica en la autoridad que posea por sí mismo. La crítica se compadece mal con cualquier ejercicio de ventriloquia. En última instancia se trata de un arreglo entre lectores: entre ellos se le reconoce a uno en concreto voz propia, autorizada, para hablar de literatura. Es una obviedad: el fundamento de la crítica es la lectura y la impresión que deja en el que la lee. En esto, todos los lectores, críticos o no, somos iguales. Más aún: el crítico que no reacciona ante la obra como un lector genuino se parecerá más a un burócrata. Tampoco veo su papel como el de un dómine con palmeta. La crítica en cuanto juicio y valoración no debe tener un fundamento normativo y doctrinal, sino rigurosamente fenomenológico. El mejor crítico sería el que transmitiera su enjuiciamiento como la consecuencia implícita en el análisis de los porqués de su impresión. Y para ello, es inexcusable la forma de la obra. Si todavía existe el arte de la literatura, no consiste en otra cosa que en lo que Coleridge definía como las mejores palabras en el orden mejor.

2. Cualquier lector puede, efectivamente, ser crítico. Y de hecho, por lo general, lo es: si lee atentamente y es capaz de desgranar los entresijos de su propia lectura e investigar en las causas de sus impresiones como lector. Claro que luego, si quiere ejercer, no podría ser ágrafo: deberá comunicar su experiencia mediante la escritura. De todos modos, la lectura atenta, que se puede ejercitar y perfeccionarse, debe ir amparada por ciertos saberes. Me resulta difícil concebir un ejercicio crítico cabal sin el apoyo de la historia literaria, de los fundamentos generales de una poética y sin el comparatismo, que permite trascender las fronteras lingüísticas de una sola literatura.

3. No dispongo de suficiente información como para tanto. Admiro la crítica anglosajona a través del “Times Literary Supplement”, pero me resulta muy difícil extender mis apreciaciones a la de otras lenguas. De todos modos, leyendo los libros de los críticos extranjeros que se expresan también en la prensa, los suplementos y las revistas literarias, no acabo ni con complejo de superioridad ni con baja autoestima.

4.–Excesivo academicismo: Admito que a la crítica académica (donde milito) se le vea debajo de la puerta la patita del academicismo, pero no a la crítica profesional o “militante” (“crítica pública” la llamaba N. Frye), o la crítica, con frecuencia tan interesante, ejercida por los propios escritores sobre las creaciones de sus pares.
–Falta de conocimientos académicos: Admito que a la crítica no académica se le pueda achacar semejante cosa, pero a lo mejor maldita la falta que les hacen tantos conocimientos académicos si sus lecturas son atinadas y competentes.
–Dependencia del mercado: Ése es el gran problema, probablemente sin solución, al menos por el momento. Raymond Federman, hace ya un cuarto de siglo, advertía que la responsabilidad de la crítica era entonces “hacer la distinción, marcar la diferencia entre libros y no-libros”. Pero para cumplir semejante compromiso hay que estar pendiente del mercado: para desenmascarar a los segundos, por muy best-sellers que sean, y para que no pasen desapercibidos los primeros.
–Amiguismo y compromisos: Es verdad que a veces, ante determinadas críticas de obras previamente leídas por mí cuya euforia no atino a comprender, acabo reparando en que le coeur a des raisons que la raison ne connait pas.

–Obediencia a las consignas de la Casa (periódico, grupo): Hice mis pinitos en la crítica hacia 1973, recién licenciado, de la mano de Pepe Batlló, director de Camp de l’arpa. Desde entonces hasta hoy, en que ya peino canas, nunca jamás nadie me transmitió ninguna consigna, ni en Barcelona, ni en Madrid, ni en la American Book Review, ¡qué quieren que les diga!. Como decía aquel personaje de Billy Wilder en Some like it hot, “nadie es perfecto”.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven: En todo caso, irá por parroquias. Habrá críticos con las tupidas anteojeras del establishment y otros con mayor curiosidad; de hecho, los hay. A título de ejemplo, puede valer el que en 2006 un título como Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo haya obtenido el eco que sin duda merecía.

Vicente Luis Mora
1. En mi blog, hace unos meses, pregunté por “la crítica que queremos”, y multitud de escritores y críticos llegamos a unas conclusiones que intento respetar a rajatabla. Resumidas: lectura completa, comprensiva y sistemática del libro, conocimientos culturales amplios y profundos de literatura (española y de otras tradiciones), estudio complementario sobre el autor cuya obra puntualmente se analiza, ver el libro como un todo, dedicarle tiempo de reflexión, obviar sus valores de mercado, tener conciencia de la crítica como ejercicio artístico, valoración no descriptiva, reducir al mínimo la inevitable parte subjetiva, y constituirse en una crítica democrática e independiente, que no repita los errores de la institucional, mediática u oficialista.

2. En un ensayo que saco ahora, y fijándome en los ejemplos mejores, como Conolly, el Dr. Johnson, Bloom, Sainte-Beuve o Eliot, entre otros (¿qué otros modelos imitar, sino los mejores?), propongo un mínimo algo radical, disculpen: el crítico debería ser tanto o más culto que el escritor más culto de su tiempo. Si el libro plantea epistemes que uno desconoce (medicina en Martín Santos, tecnología en Gibson o Pynchon, filosofía en Musil, estética oriental en Valente, Maillard o Aguado), el crítico tiene dos opciones: callarse o adquirir un mínimo saber antes de emitir juicio al respecto. Añádale un mínimo conocimiento de teoría de la literatura. Además, hay que saber leer. Eso es lo más difícil: no puede estudiarse.

3. Sería insincero si dijera que conozco la del resto del mundo; leo crítica literaria occidental, y eso en sí mismo es una reducción drástica. Desde luego le digo: casi cualquier profesor universitario norteamericano tiene, no sé si más conocimientos, pero desde luego menos prejuicios y un modo más global de entender el hecho estético que sus homólogos españoles. Salvo excepciones, los mejores críticos patrios –véanse los ejemplos de Masoliver, J.J. Heffernan, M. Casado, Fernández Porta, Cuesta Abad, entre otros–, tienen una importante formación en el extranjero, por lo común anglosajona.

4. Excesivo academicismo. Y tanto. Dentro de la universidad española hay joyas, que nunca son las que vemos. La crítica que más me interesa hoy suele estar extramuros de la universidad.
–Falta de conocimientos académicos. Interesante denuncia: sugiere que en España la crítica académica puede desconocer o usar mal hasta los rudimentos filológicos.
–Dependencia del mercado. Inapelable. Hasta una mala crítica con foto puede volverse comercial. Vénganse a Internet, es casi gratis.
–Amiguismo y compromisos. La buena crítica debería superar la amistad y la animadversión. Eso sí: los compromisos son pútridos en todo caso.
–Obediencia a las consignas. Si pudiera contar la mitad de lo que sé… Vénganse a Internet, no hay casas, el grupo es uno mismo.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven. Cierto también. Un crítico de un suplemento, en un gesto que le honra, se hizo la autocrítica recientemente en este sentido.

Ahí están completas, para que nadie me acuse de manipular, y para que cada palo aguante su vela, que también merecería un largo comentario algunas de las contestaciones.

Antonio Jiménez Morato

1. Los aciertos. Está feo decirlo, pero la realidad es que la credibilidad es algo que se gana poco a poco y que es muy subjetivo. Unos creen a pie juntillas todo lo que dicen los medios de Prisa y otros todo lo que dicen El Mundo y la COPE –no son la misma empresa pero es innegable que se coordinan-, y luego muchos otros no nos creemos ni a unos ni a otros. La realidad es que la credibilidad de un crítico depende de las valoraciones en las que haya compartido criterio con el lector.
Si uno lee críticas positivas de libros que le gustan, es posible que entienda que el criterio de ese crítico es de fiar. Y lo seguirá.
Otro asunto es que haya muchos críticos sin criterio, y de ese modo es difícil tener credibilidad. Repasar los registros del ISBN del autor o publicitar el libro siguiendo las directrices del departamento de prensa de la editorial no es, desde luego, tener criterio.

2. Cualquiera puede ser crítico, en el sentido de que no hay lugar alguno donde a uno lo hagan, o le nombren crítico. No hay colegio de críticos, y no hay estudios que le licencien a uno como crítico.
Ahora, también es cierto que no todos saben leer, que es lo primero que debe exigírsele a un crítico. Y no saber leer es algo que muchos demuestran cada semana. Llevo un año poniendo el mismo ejemplo porque me parece un ejemplo palmario de lo que sucede con la crítica, mercenaria, académica o amateur en España. El libro Últimas conversaciones con Pilar Primo, de Antonio-Prometeo Moya, que llegó a ser candidato al premio Fundación Lara a la mejor novela editada ese año, fue reseñado como libro de historia, de memorias, o, en los casos más benévolos, como faction. Y para desentrañar que ese libro es una novela, ficción, basta con el ejemplar del libro, leer el texto y paratextos –solapas, contra de cubierta- que lo forman. Con gentes así, qué se puede esperar.
Por supuesto, saber escribir es importante, porque de ese modo se transmite el pensamiento. Colaboradores con sintaxis comanche como Juristo plantean serias dudas sobre criterio.

3. No anda uno muy puesto en cómo está la crítica en el resto del mundo. Yo creo que la crítica de los suplementos de los periódicos está lastrada por una celeridad excesiva, que tiene su origen en el hecho de que sus páginas son más publicidad y propaganda que otra cosa. Buena muestra de ello es que los editores están contentos con que se hable de sus libros, quieren “salir” porque eso es como un anuncio, e importa poco que la crítica sea negativa.
Por otro lado, la crítica académica es de una banalidad insoportable, y lo es por carencias de los que la ejercen. La crítica académica debería ser profunda y reveladora, pero es apenas una exégesis y un desarrollo bibliográfico. Las revistas universitarias, las especializadas y los prólogos y estudios críticos sirven como indicador de la escasa capacidad indagadora o reflexiva de sus autores, que en muchas ocasiones son meros repetidores de solapas o resúmenes de manuales de literatura.
En Internet hay de todo, algunos autores –un crítico es un autor- que ejercen su labor con honestidad –y aprovecho para decir que de estos también hay en las dos categorías anteriores, pero lo hiriente es que en las otras haya unos pocos tan sólo, ya que son profesionales de esto frente al amateurismo de los internautas-, pero también una carencia de formación pasmosa, una incapacidad expresiva preocupante, y se está comenzando a apreciar la formación de camarillas de “desterrados” de los otros medios que prefieren ser cabezas de ratón y calmar así su ego maltratado.

4. –Excesivo academicismo. Muchos de los críticos de los suplementos culturales son, también profesores universitarios, y sorprende la benevolencia que tienen para con los títulos que tienen que comentar semanalmente frente a sus reticencias a introducir elementos nuevos en el canon académico. Yo creo que el problema viene dado porque en las aulas son tímidos y en los periódicos se muestran tal y como son, sin tener que obedecer las directrices del programa. Además del hecho de que es muy incómodo hacer un estudio profundo de un autor para poder incluirlo en dichos programas, pero es mucho más sencillo ser benévolo en el periódico. Yo creo que hay un exceso de académicos y docentes universitarios haciendo crítica mercenaria, y poca voluntad investigadora en la crítica en general.
Falta de conocimientos académicos. Si nos referimos a Internet hay que decir que sí, la incultura lectora es verdaderamente sorprendente. No es ya que no se hayan leído muchos títulos, es que ni siquiera suenan. Aquí el problema es lo acomodaticio de la profesión, donde una vez se ha ganado el púlpito no es necesario dar ya ni un palo al agua. Hay críticos que están descubriendo a Zweig en las reediciones de Acantilado, que en sus críticas indican como fecha de escritura de un libro extranjero el pie de imprenta de la edición española, que citan a autores de oídas. El problema no es de conocimientos académicos, es de conocimientos a secas. Y de vergüenza.
Dependencia del mercado. Como dice Echevarria, el problema es el sometimiento al mercado. Y cuando digo sometimiento no me refiero sólo a los que aplauden lo que se vende, sino a los que desprecian lo que se vende. Se está produciendo, cada vez más, un fenómeno verdaderamente idiota y esquizoide. Los suplementos literarios son, en realidad, folletos publicitarios, y en esos medios se habla de lo que vende. En frene, una crítica del “afuera”, del “lo que vendrá” que alaba lo que no se vende, independientemente de su calidad o de sus objetivos, que en muchos casos son los mismos que los de los que venden, sólo que no reciben el marchamo del mercado.
Hay que hacer crítica sin el mercado. Tenerlo como referencia a favor o en contra es igualmente estúpido. Un crítico no es un analista de mercado.
Amiguismo y compromisos. En todos los ámbitos, prensa, universidad, underground. Lo peor es que, en la mayoría de las ocasiones ni se reconoce. Senabre critica que el reseñista indicase que era amigo del reseñado, pero a mí me parece que en ese caso al menos se jugó con las cartas sobre la mesa. Cuántas críticas elogiosas se acuerdan entre filetes y cañas.
-Obediencia a las consignas. Aquí estaré de acuerdo con Vicente Luis Mora. Váyanse a Internet, donde cada uno sigue sus consignas y no tiene que dar cuentas al medio donde colabora ni a los anunciantes del mismo.
De todos modos me parece que esto es algo que se desactiva fácilmente, porque sólo un ingenuo piensa que las críticas positivas de los libros de Alfaguara en El País lo son porque el libro es bueno, por ejemplo.
–Falta de referencias para comprender la creación más joven. Yo creo que esto es un hecho, pero que debe ser subsanado por parte del medio. No podemos ya conseguir que Rafael Conte lea libros. El hombre se hace sus artículos de libros leídos que se reeditan, de autores a los que, hagan lo que hagan, va a poner bien. Y en sus reseñas nos dice todos los libros que han escrito, cuando los conoció y de qué va el libro. Qué más le vas a pedir al hombre. Otro tanto sucede con García Posada y así hasta el infinito. El problema del estamento crítico en este país es que está avejentado y que cuando llegó allí ya lo estaba en buena medida porque debían ser “viejos mentalmente” para que se les abrieran las puertas.
Y muchas veces los críticos ejercen su labor con conceptos críticos equivocados. Por ejemplo, la sección que Echevarria llevó en El País sobre autores nóveles que luego llevó Francisco Solano. Pues bien, Echevarria consideraba que sólo se podía hablar de novelas porque es el género de maduración de un autor. Borges se murió sin madurar, pobrecito. Y Solano tan sólo puso bien al completo a Méndez, 65 años cuando editó el libro y con unos modos perfectamente integrados en la doxa, y un poco bien a Mercedes Cebrián. En un año sólo eso. ¿Tan malos eran todos los demás?
Los críticos deben formarse continuamente, y de no ser así hay que dejar un hueco a gente joven formada capaz de asimilar nuevos lenguajes, nuevos modos. Los colaboradores de la nueva etapa de Quimera –Carrión, Mora, Fernández-Porta, Rodríguez Zavaleta- pueden realizar juicios más o menos acertados, pero se interesan con seriedad por nuevos modos de acercarse a la escritura. Es absurdo que alguien como Guelbenzu intente comprender un libro de Foster Wallace.
De todos modos hay algo que muchas veces se obvia, porque el escritor quiere el reconocimiento de la minoría crítica prestigiada, pero a una nueva literatura le corresponden unos nuevos críticos. Pretender que los reseñistas que aplauden cada nueva regurgitación de Vargas-Llosa desentrañen todo el calado y las novedades de autores como Elvira Navarro o Julián Rodríguez es de una candidez pasmosa.

Ya sólo queda que os lancéis vosotros a opinar. Porque en España todos somos el presidente, el seleccionador de fútbol y un crítico literario.