18 julio 2007

Tardes de verano

La lectura de Contra la república perfecta de Adolfo García Ortega deja un sabor de boca extraño, ambiguo. Por un lado es un libro divertido, que se lee con extraordinaria facilidad, y eso es ya de por sí una gran virtud, más teniendo en cuenta que está compuesto de textos que usan modos estructuralistas, enciclopédicos, memorialísticos, apuntes, artículos, etc. Pero, por otro lado es un libro del que uno sale sorprendentemente incólume, intacto –no me atrevo a decir indiferente, pero sí desde luego inapetente.
García Ortega ha recogido en este libro una serie de textos de diversa índole que se ven unidos por dos características comunes: su afán lúdico y juguetón –cualquier lector con una competencia mínima del castellano saben que no son sinónimos- y su falta de ambición. Y, lo que por un lado es mérito, ya que permite que el libro se lea con alegría y buen humor, va en contra del mismo al recordar lo que ese libro ha dejado en nosotros: muy poco.
Yo creo que se debe a que los asuntos exprimidos son muy locales, están dirigidos a un lector especializado, al que le importa la literatura por encima de todas las cosas, y que disfruta más del estilo, de la actitud del autor a la hora de encarar su uso del lenguaje que de construir vida. Dicho en plata: García Ortega hace un libro sobre literatura, y eso a los que nos gusta la vida por encima de todo nos parece un poco descafeinado. Que a la literatura posmoderna está más interesada en el código que en el asunto es algo evidente, a uno le miran mal en los congresos de intelectuales si se le ocurre decir que en Madame Bovary y La educación sentimental hay más vida, y por lo tanto más verdad que en Bouvard y Pécuchet, pero hoy toca haber leído la enciclopedia delirante de Flaubert y destacarla por encima del resto de su obra.
Este libro es lo más parecido a un cajón de sastre que vamos a encontrar. En él puede encontrarse un poco de todo, pero siempre contado, escrito, desde una perspectiva moderna, curiosa, pero, quizá por eso mismo, muchas veces plana, anecdótica. Al lado de textos inanes, meros muros de palabras que no comunican, que sólo existen, como las notas estructuralistas escritas en torno a una pieza de Berruguete, o las notas del viaje a Moscú, aparecen textos que son, al menos, indagaciones ingeniosas en torno a obras literarias, como el que se interroga sobre la tipología de los diarios o las notas en torno a los dos enciclopedistas flaubertianos.
Pero, en cualquier caso, la sensación del libro es ligera, espumosa, agradable. Es, si se me permite la comparación, como un sorbete, ligero pero poco nutricio.
A pesar de lo dicho les recomiendo su lectura en una de estas tardes estivales. Como el sorbete, es refrescante, aunque a veces haga aguas.
Adolfo García Ortega Contra la república perfecta Abada, Madrid, 2007