La novela está construida de un modo periodístico –no hay que olvidar que su autor es, sobre todo, periodista- y su aspecto es el de un reportaje que reproduce de modo literal muchas de las conversaciones de la narradora con el protagonista. De hecho, es esa representación de la relación entre entrevistado y entrevistadora al final de la novela lo único que podría salvar el naufragio del sorprendente giro final de la trama. Hay un momento en que el entrevistado reclama el dinero pactado por la entrevista, y es esa idea de comercio, de entrega de una mercancía que el comprador desea la única pista que el lector tiene de que estamos ante una invención, ante la ficción generada por el entrevistado que quiere colocar su producto a la periodista e inventa, incluso, un final domesticado y conveniente para su historia. Ya digo que sería esa interpretación la única que lograría cerrar de un modo coherente la narración.
¿Por qué digo esto? Pues por los elementos que el autor ha usado para construir su texto. Además de recurrir a técnicas periodísticas para avalar la verosimilitud de la ficción generada, el autor ha decidido ubicar su narración en un futuro próximo –no determinado, pero que se presenta como una nueva distopía a unir al catálogo ya extenso de las mismas- con lo que se una a una tendencia ya antigua en la literatura que está reverdeciendo con esta revolución tecnológica en que estamos inmersos desde hace treinta años, y que consiste en hablar del presente desde el futuro. Dicho de un modo un poco macarra: una versión 2.0 del costumbrismo. Pese a ello tiene todavía un encante y pequeño aroma a novedad que hace que los modernos no se miren mal por leer este tipo de literatura, aunque echen pestes de cualquier autor del siglo xix.
Bien: distopía anticipatorio, referencias constantes a la realidad actual, usos sociológicos –la novela requiere de la complicidad del lector para trazar las relaciones entre el mundo que se le propone y nuestra actualidad- y una historia que finalmente se cae por una mala evolución psicológica del personaje. ¿Cómo un cínico que ha registrado los desmanes de esas ONGs pervertidas que sirven ahora para controlar a los ciudadanos, que se ha aprovechado de ellas para vivir como un rajá puede, finalmente, presentarse como alguien que creía en la capacidad de liderazgo y casi divinidad de Marc Ji? ¿Y, mejor aún, como alguien que ha asumido finalmente la humanidad del líder puede creer que su secretaria es, verdaderamente, la encarnación del mal? Es un cierre ingenuo, plano, que tan sólo genera suspicacias respecto a lo narrado, y que deja una incómoda sensación de que alguien, en algún momento, nos ha robado la cartera. Es una pena, porque el oficio de Chiappe merecía haber atracado en mejor puerto.
Doménico Chiappe Entrevista a Mailer Daemon Lá Fábrica, Madrid, 2007