Lo que es más curioso todavía es que el editor de un libro no considere que el título que ha publicado sea una obra relevante. Y eso sucede con este libro, que está editado, según su propio editor, con un afán polémico. Hay que hablar de una vez por todas de los mecanismos que el Imperio –término acuñado por Negri y Hardt- usa para lograr sus objetivos, y de las herramientas de enfrentamiento que, como ciudadanos, tenemos para defendernos de él.
Este libro se centra en la repolitización de la economía, pero al mismo tiempo va repasando muchas de las controversias creadas por lo tópicos de la época que nos ha tocado vivir. Su título, provocador, llama la atención por el simple hecho de que recoloca en el centro mismo del debate el lenguaje, el sentido, qué queremos decir con las palabras. El sistema capitalista ha sabido desactivar los verdaderos significados de las palabras a través de un uso abusivo de las mismas. El estado capitalista ha generado una idea de la tolerancia muy lejana al significado original de la misma. No es algo sorprendente, desde hace ya dos siglos una de las labores que más intensamente han desempeñado los políticos es la de redefinir conceptos para, utilizando ideas aceptadas por la mayoría, colar nuevos argumentos ideológicos. Hoy, la idea de tolerancia, tal y como se establece en el ámbito del mundo occidental está contaminada de un modo lamentable por su opuesto. Hoy la tolerancia del estado se basa en la transgresión del respeto. El tópico progresista pasa por el: “Una ideología, una religión, un modo de vida son tolerables en tanto que no atenten contra los ideales de la vida en común”. Mentira, cualquier cosa es tolerable siempre que no atente contra el sistema capitalista y los poderosos del sistema. Si la minoría transgrede todas las “normas” de la vida en común es tolerable si posee el dinero suficiente para ser intocable, como sucede, por ejemplo, con muchos jeques árabes, que son recibidos como prohombres aunque sus costumbres violan muchas de las leyes occidentales. Caso parecido pero en el entorno opuesto es lo que ha sucedido en las antiguas colonias europeas de África, sobre todo las británicas. De los procesos de independencia, en realidad guerras civiles apoyadas desde las antiguas metrópolis para mantener los privilegios económicos en la zona, han surgido sociedades que ya no imponen la cultura colonizadora y que están gobernadas por nativos. Pero en ellas el poder real sigue estando ostentado por una minoría blanca, descendiente de los criollos, que es intocable por su posición social y que son los que pueden llevar una vida cómoda en países que carecen por completo de infraestructuras.
Todo ello se ha logrado mediante la afirmación de que el sistema es inmejorable, el capitalismo ha venido para quedarse y no hay otro modo de entender las relaciones económicas entre seres humanos. Se entra entonces en un entorno post-político donde las únicas variantes que ofrece los partidos de derecha e izquierda es una mayor o menos política social. Se da el caso de que, independientemente de quién esté en el gobierno, dichas políticas son, siempre, cosméticas y están destinadas más a paliar los casos puntuales que salen a la luz que a resolver de un modo integral al problema.
Para hacerlo así habría que retornar a una concepción de la política como entorno de lucha ideológica, como campo de batalla de diferentes concepciones económicas. No deja de ser paradigmático que los ideólogos del pensamiento único, la tercera vía, el neoliberalismo y demás corrientes políticas que asumen el capitalismo como único marco de desarrollo posible, partan siempre de una lectura de la historia apegada a los textos de Marx, al que al mismo tiempo deslegitiman como pensador político o económico. Nunca como hasta hoy se ha producido una asunción del pensamiento político y económico dentro del entorno filosófico. Hoy se puede hablar de pensadores de gran relevancia que tan sólo investigaron procesos económicos. Pero, al mismo tiempo que esto se produce, contemplamos una ausencia total de debate al respecto entre los “representantes” de los ciudadanos.
Hay que abandonar la tolerancia, sobre todo hacia los gobernantes, los representantes de la sociedad que no debaten, que han abandonado todo enfrentamiento ideológico para enfrascarse en meras luchas de matices o en abiertas reyertas por el poder ejecutivo carentes de toda intención social. Basta con ver el espectáculo que tenemos en los telediarios todos los días como botón de muestra. Un político es capaz ya de echarle en cara al contrincante lo mismo que habría hecho él de estar al mando.
La solución que propone este libro es bien sencilla: devolver al centro del debate político la cuestión económica. Y hacerlo con o sin los representantes políticos. Frente a la “sociedad del riesgo” que se nos vende desde el poder y a través de los medios de comunicación de masas, en las que las amenazas que se ciernen sobre la sociedad perfecta en la que vivimos son fruto de catástrofes impredecibles o de errores en la puesta en práctica de los pilares de la misma, el único método que tiene el ciudadano es cuestionar la actitud de los políticos, hay que destrozar de ese modo la fantasía creada por los ideólogos neoliberales. Frente a la asunción acrítica de los postulados capitalistas, el único modo de cuestionar, y cambiar, el estado de cosas pasa por resituar en el centro del debate político aquello que ya nadie cuestiona: el sistema económico en sí. Un sistema que permite la acumulación de fortunas desproporcionadas por medio del azar y que carece de otra lógica que no sea su propio autodesgaste.
Agresivo, cínico, irónico, este libro pretende llegar más allá de lo que acostumbra la mayoría del ensayo actual, que se limita a matizar, maquillar y, por momentos, cuestionar el estado de las cosas. Este libro propone una revolución que modifique el sistema antes de que llegue la verdadera catástrofe, que sea la caída en sí del mismo.
Slavoz Žižek En defensa de la intolerancia Sequitur, Madrid, 2007