Creo que hay que volver al libro, leer el libro, para poder entenderlo. Para poder, al menos, asumirlo. En la página 157 del mismo aparece la descripción que nos regala el propio autor:
Es un juego. No una novela.O, lo que viene a ser lo mismo, el lector no debe transitar por las páginas que lo componen buscando una historia, una estructura novelesca, sino que debe entrar en un tablero en el que tan sólo existen unas reglas: avanzar saltando las casillas que nos permitirán entender una historia u otra.
No hay historia. Sólo reglas.
El lector va cayendo en una serie de casillas del tablero, observen que los capítulos no siguen el orden habitual, sino que son una sucesión de números sin orden aparente: el de las casillas en las que ha ido cayendo el narrador -¿el lector?- para leer -¿vivir?- una historia u otra. No es casual que en la dedicatoria del libro se aluda a los que intentaron llegar a la última casilla.
¿Y qué se va encontrando ese jugador a medida que avanza por el tablero? Pues varias historias: la de un grupo de estudiantes de ciencias aficionados a la narrativa que aceptan formar parte de un experimento con hadón y que escriben una novela a catorce manos, la de un periodista que investiga la desaparición de dos hermanos durante una exclusiva celebración en la costa chilena que termina con un éxtasis de odio producido por la misma droga: el hadón, o la historia de un adolescente y su chófer que se divierten robando toallas en las playas que visitan a bordo de su Cadillac. Los personajes, los jugadores, que deambulan por el tablero junto al lector van cambiando de nombres, de personalidades, pero siempre tenemos la sensación de que se trata de las mismas personas, de un juego de máscaras, ¿de rol?, en el que cada uno traza su historia ateniéndose tan sólo a las reglas acordadas antes del inicio.
Por supuesto, como jugadores que son, construyen un mundo ficticio en el que desarrollar el juego, y lo hacen a través de numerosas referencias. Desde la novela de Chesterton, El hombre que fue jueves, puesto que cada uno de los estudiantes que están escribiendo una novela que se envían por correo electrónico acepta usar como máscara uno de los días de la semana, hasta la obsesión paidófila de Lewis Carrol y su Alicia –así se llama la pequeña de los hermanos. Pero también aparecen Edgar Lee Masters y su Antología de Spoon River, y no desdeña la cultura popular que le permite elaborar escenas orgiásticas o enclaustramientos experimentales del tipo de los que vemos en muchos filmes de ciencia ficción o anticipación –al fin y al cabo toda historia de anticipación habla del presente y toda ficción histórica habla del futuro.
Pero, y ahí es donde radica la verdadera novedad de la novela de Labbé –porque los experimentos constructivos y la concepción de la novela como juego tiene ya algunos años, más que yo como mínimo-, lo más interesante de este libro es el modo en que espera llegar al lector. Todo aquel que se centre en la reconstrucción del puzzle se está desviando del verdadero objetivo de la novela, que es poner en duda el mundo en el que nos movemos –plantear serias dudas sobre la diferencia que exista entre ficción y realidad- mediante la experimentación de esos vasos comunicantes. No tanto enunciarlos, aludir a ellos como lo haría un periodista, o tratar de analizar sus mecanismos y causas, como haría un científico, sino construirlos ante el lector para que este transite por ellos. Si Navidad y Matanza es un juego, un tablero por el que discurrir, la labor está más que conseguida, puesto que vamos viviendo poco a poco esa experiencia del juego –no creo que las similitudes con los juegos de rol sean casuales- y nos sumergimos en el mundo que se nos propone, en el delirio sin sentido de la celebración del alto copete que sirve como excusa de una de las historias, en el sórdido mundo de los Vivar, en las ambiguas relaciones entre los personajes, en la aparición de seres extraños y fantásticos como unas sirenas, en el desdoblamiento de los personajes. Todos esos recursos, sabiamente administrados, levantados como edificios ante el lector, nos permiten contemplar, vivir, esta historia de un modo único. Uno no lee este libro, lo vive, lo transita, y ahí reside lo radicalmente novedoso de la propuesta de Labbé, un autor para el futuro con un presente resplandeciente.
Carlos Labbé Navidad y Matanza Periférica, Cáceres, 2007