19 agosto 2007

Dar grasa

El verano, a veces, nos deja buenas noticias. No se queden con el desastroso terremoto de Pisco, procuren sobrevivir a los huracanes y tifones que comenzarán a imponer el pánico entre los turistas despistados que contrataron sus vacaciones caribeñas en la temporada equivocada. No, pasen por encima de ellos y quédense con lo bueno, por ejemplo, a Javier Rioyo le han quitado, por fin, el programa. Ya saben, esa cosa que se llamaba Estravagario, que le debieron poner como pago a los servicios PRISAtados, y en la que el pobre hombre –ahora que ya le han largado da no sé qué ponerse ácido con el pobrecillo, es tan poca cosa- evidenciaba lo poco que lee, lo poco que ha leído y el poco respeto que les tiene a los entrevistados. Por cierto, abro un inciso, qué fue de esos entrevistadores como Joaquín Soler Serrano que sabían esperar a que el entrevistado terminase de contestar. Y continuando con la digresión, ¿por qué los invitados a los programas permanecen tan comedidos cuando el entrevistador, sistemáticamente, les corta las contestaciones para preguntar chorradas? ¿Ya no hay nadie que tenga las narices de decirle al presentador de turno que si le han invitado se supone que es porque les interesa lo que va a decir y deberían dejarle hacerlo?
En fin, todo esto viene a cuento de que he estado leyendo este fin de semana uno de los libros que tenía en la cola de lectura –esto de llevar el orden de los libros como las impresiones el ordenador no deja de tener su gracia- y antes de escribir sobre él he realizado una pequeña búsqueda internaútica y me he encontrado este delicioso vídeo de Labordeta recomendando el libro de Grasa.
Curiosidades idomáticas, en portugués la expresión "dar grasa" se usa para indicar que se está adulando o hacienco la pelota a alguien. Al pelota, de hecho, se le llama "grasista".
El interés no radica tan sólo en las palabras del diputado aragonesista sobre su paisano o en la reivindicación que hace de la editorial Xordica –llena de razón, por cierto- sino en presenciar los balbuceos de Rioyo, que por no saber no sabe ni en qué editoriales tienen sus libros publicados sus invitados. Ni para buscar bibliografía en Internet vale el chico, y luego le extraña de que le hayan largado.