Ahora, creo que en buena medida el éxito de este cómic dentro del mundo intelectual, su prestigio, se debe a algo que no es mérito de Art Spiegelman, su autor, sino a una realidad fantasmática –qué lacaniano estoy- que todavía nos persigue: el Holocausto judío. Basta con agitar la bandera de los seis millones –de hecho basta con decir esa cifra para que sepamos de qué se nos habla- para que todo se revista con una pátina de seriedad que lo ennoblece. Si tu tema son los desmanes nazis sales con algo ganado, pero si, por ejemplo, eliges hablar de los treinta millones que cayeron durante la dictadura de Stalin, ya no las tienes todas contigo. Mi abuelo, por ejemplo, se murió siendo estalinista, y cuando le comentabas lo de los gulags lo negaba y punto.
En cambio hay un sentimiento común con el Holocausto. Incluso ha quedado en el acerbo común la afirmación de Adorno –por cierto, qué mal nombre para un filósofo, o quizá el mejor posible- de que no se puede escribir poesía tras Auschwitz. No se admiten bromas con el genocidio judío –ahí están los problemas que tuvieron Vullemin y Gourio con Hitler=SS-, salvo que sean las cándidas y melosas que realizó Benigni.
A lo mejor alguien pensará que se me está yendo la cabeza o alguna cosa así. Pero veamos el caso de La lista de Schindler. La película no está mal, pero, recientemente, hemos podido constatar que el American Film Institute la considera la octava mejor película de la filmografía yanqui. Y eso, evidentemente, responde a una cuestión que escapa a la calidad del guión, la interpretación y otras cuestiones artísticas. No, si es la octava es porque habla del Holocausto.
A mí me parece que lo sucedido durante el gobierno de Hitler es algo que escapa a toda comprensión humana. El sistemático método que usó para acabar con seis millones de judíos es algo incomprensible, pero sucedió. Y eso no puede ni olvidarse ni minimizarse.
Pero ya se va mostrando de un modo cada vez más evidente que hay una sobreexplotación de ese fantasma colectivo. Fueron, sí, seis millones de judíos, pero también casi uno de gitanos, unos cuatro de eslavos y cerca de otro entre presos políticos, homosexuales, discapacitados y demás. Uno de los aciertos de Spiegelman en Maus es que se ve que no había tan sólo judíos en los campos de concentración. Los métodos de genocidio se aplicaron a muchas etnias, muchos presos.
La razón de toda esta disertación es señalar que deberíamos ir comprendiendo que hablar del Holocausto es una cuestión temática, que no hace a la obra mejor que si habla del amor o de la muerte. Maus es una obra maestra independientemente de que trate de un tema u otro. Lo es porque Spiegelman ha sabido retratar a seres humanos con sus contradicciones y sus problemas. Ha sabido recrear la vida en su libro.
Conviene no mezclar las cosas.
Para saber más sobre el Holocausto puedes visitar el excelente artículo de la Wikipedia.