22 agosto 2007

Operar a corazón abierto

Dentro del aburrido panorama que presencia uno en las librerías –acabo de leer un artículo de Rodríguez Marcos en El País donde Elena Medel cuenta que compró un libro de Gamoneda en el Pryca, a lo mejor es que estoy yendo al sitio equivocado- de donde uno sale la mitad de las veces estafado con algo que no es lo que buscaba, es una verdadera suerte que alguien se haya animado a traducir a Paulo José Miranda al castellano. Me gustaría decir que ha sido una sorpresa que la editorial haya sido Periférica, pero, también por desgracia, las sorpresas suelen ser también pocas en este sentido, y uno puede apenas confiar en un puñado de editoriales a la hora de comprarse un libro. Desde luego, el que invierta los doce euros que vale Un clavo en el corazón no creo que salga defraudado.
Lo importante es el por qué. Casi siempre es lo más importante, pero en el entorno mercantil y posmoderno en el que nos movemos no dejan de bombardearnos con la idea de que importa más el cómo, el qué o el quién, pero no se dejen engañar, lo importante es el por qué y para qué, sobre todo el para qué, eso es lo que no les interesa que sepamos.
Miranda escribió un libro que parece sacado de otro tiempo. Por el estilo, que respeta de un modo estricto lo que debía ser una larga epístola. En puridad eso es el libro, una larga carta que escribe Tiago da Silva Pereira a su amigo el genial poeta Cesário Verde –editado en español por Hiperión, en traducción de Amador Palacios-. Por la temática, ya que trata esos temas que hoy parecen dar miedo a los creadores: el amor y el arte, con las relaciones que se establecen entre ellos. Pero, sobre todo, por la ambición, por la inusitada ambición de un autor que quiere llegar hasta lo más profundo del alma humana en cada una de las páginas del libro. Si algo destaca en este libro es la sensación, que lo hace irresistible, de que cada una de las ciento y pico páginas que tiene es irremplazable, fundamental y única. Y eso no es normal encontrarlo hoy en día en un libro.
Portugal es una tierra de artistas especialmente arriesgados. Tienen la desgracia de vivir en un país que económicamente no es muy boyante, y que ha perdido el liderazgo de la cultura en su lengua –que ahora reside en Brasil-, pero al mismo tiempo esa ausencia de presión económica, mercantil, les permite entregarse a proyectos mucho más arriesgados de lo que acostumbran, por ejemplo, en España. Uno, que ha vivido allí, ha encontrado siempre al arte portugués –cine, plástica, literatura, etc.- muy extremo, siempre al límite de despeñarse en cualquier momento. Eso permite la existencia de autores como Miranda.
La novela es, resumida de modo estricto, los comentarios que hace un certero lector a su amigo sobre los poemas que ha escrito. Pereira se sirve de esos poemas para disertar sobre el arte y el hombre, y para sembrar de consejos el camino de Verde, enamorado de la hermana del propio Pereira, con el objeto de que no se pierda como poeta en manos del amor de una mujer. Suena extraño, lo sé, pero es así. Pero el acierto de la novela es que, con esos mimbres, se suscita justo lo contrario. Uno ha tenido la suerte –la desgracia en realidad, pero a efectos de valorar el libro es una suerte- de leer este libro en dos ocasiones, siendo el contexto personal totalmente distinto. Lo leí disfrutando de una de las mejores relaciones sentimentales de mi vida –creo que la mejor- y lo he releído ahora que no estoy con esa mujer. Y las sensaciones que me ha despertado son similares y, al tiempo, complementarias. Lo primero que me ha seguido llamando la atención es el precioso canto al amor que, el desengañado y algo rencoroso Pereira, no puede dejar de realizar. En un momento dado de la carta escribe:
Para amar es necesario ser grande; quizá, incluso, ser poeta; todos los demás se engañan entre sombras.

Pereira está diciéndole a Verde que su hermana no merece el amor del poeta porque no es capaz de ser grande, de entender los verdaderos misterios de la creación de la poesía que intenta desentrañar el mundo. Pero Miranda, astuto escritor, nos está diciendo otra cosa, nos está señalando que todos somos poetas, creadores, hacedores de mundos, cuando amamos. Podríamos aferrarnos a una interpretación más aceptada y entender que ese amor es el de la pareja, el amor tal y como generalmente se entiende. Pero, al mismo tiempo, no puede obviarse la etimología de poeta, poiesis, “creación”, con lo que es posible que todos seamos poetas cuando amamos, aunque sea estrictamente una relación sexual. Miranda usa los códigos clásicos, que son naturales y lógicos dentro del discurso del personaje, para ir mucho más allá en nuestro mundo contemporáneo. Y ahí radica la verdadera grandeza de un artista, en construir artefactos capaces de enriquecer nuestro día a día, no estrictamente de cuestionarlo o de reflejarlo, sino de aportar aspectos, cosas, que van más allá de la comodidad que exhiben la gran mayoría de los artistas de hoy.
Y ahí radica la más que encomiable ambición de Miranda. Alejado de esos artistas entregados al discurso como único fin y objetivo, que olvidan que el estilo no es CÓMO decir, sino DECIR, y que en ese acto de habla van indisolublemente unidos forma y fondo, que se unen en un único mensaje, en su libro hay una voluntad real de expresar, de decir, de llegar al lector y de convertir lo dicho en parte de su vida.
Vuelvo a citar otras de las palabras que Miranda pone en boca de Tiago da Silva Pereira:
Porque desde siempre el arte permite, a través de sus creaciones, que nos amemos y nos odiemos mucho más que a través de nosotros mismos.
Ahí esta la esencia del arte, que no es otra que la de trascender las barreras de la realidad –no ignorarlas o combatirlas como inocentemente entendieron en las vanguardias históricas- para hacernos más humanos, más sólidos y etéreos al mismo tiempo.

Paulo José Miranda Un clavo en el corazón Periférica, Cáceres, 2007
Traductor: Antonio Sáez Delgado