14 agosto 2007

Otra literatura es posible

Parece mentira, pero uno no deja de escuchar y de leer cosas como que la literatura ha muerto, que ya todo esta corrupto y que es imposible encontrar cosas que merezcan dedicarles tiempo en las librerías. Yo, en cuanto comienzo a escuchar ese discurso pongo tierra de por medio, porque en cuestión de minutos esos mismos que están predicando el final del los tiempos van a intentar colocarnos su modo de arreglarlo todo. Desconfíen de esa gente, lo que esperan es venderles algo –y los peores son los que dicen que rechazan la sociedad capitalista en la que todo tiene un precio, esos no quieren venderle nada, piensan que tiene derecho a exigírselo, corran más rápido todavía.
Esos pájaros de mal agüero no deben conocer Internet –o bueno, lo conocen, pero como navegan poco o nada también se enteran de poco, así que sus dicterios suelen estar lastrados por su escasa información. Gracias a Internet hoy se puede leer sin desplazarse del salón de uno una de las voces más interesantes de la literatura en castellano.
Algunos, pocos, lo habrán podido disfrutar en su no-novela La expectativa, que publicó Caballo de Troya hace algo más de un año. La ausencia de anécdota, de trama, que hace que las ciento cincuenta páginas de la novela discurran como una prolija disertación sobre la nada –y por eso sobre todo- con el marco de la crisis económica que casi acaba con Argentina en esta década, demostraban que un autor puede construir una novela armada sobre el vacío. La nada. Lo radicalmente novedosos de la novela de Tabarovsky radica en que refleja el vacío de la existencia, días de espera, una constante expectativa de que algo suceda. Pero nada. De un modo cínico, irónico, viene a destapar uno de los dramas del tiempo que nos ha tocado vivir: sí, en muchos países se ha logrado imponer eso que, pomposamente, llamamos “libertad”, pero de qué sirve esa libertad social, institucional, cuando uno no tiene nada. ¿Cómo podemos tener la desvergüenza de permitir a los líderes políticos que digan actuar en aras de extender la libertad y la democracia por todo el orbe, si, como está sucediendo en muchos países en vías de desarrollo –o que caen en una severa crisis económica como el caso de Argentina-, luego se mueren de hambre? ¿No empieza la dignidad del hombre por el derecho a un trabajo y a ganar el dinero que le permita subsistir? Ya se ha acabado, dicen, el mundo de las utopías, seamos pues coherentes y demos a la gente algo bien material y sólido: dignidad y trabajo. Permitámosles convertirse en primer mundo como nosotros.
El nihilismo radical, la plasmación de la angustia del deseo, convirtieron a La expectativa en uno de los libros más interesantes que se publicaron el año pasado.
A mí, personalmente, me interesó como para pedir en una de mis librerías de confianza, Traficantes de sueños, un ensayo suyo que provocó chorros de tinta en Argentina. Se trata del magnífico libro de ensayo Literatura de izquierda. Ahora que en España anda el gallinero muy revuelto con el asunto del dominio de una literatura concebida estrictamente como producto para ser vendido, no estaría de más que algún editor se animase a editar aquí –o algún importador a hacerle un favor a la gente de Beatriz Viterbo trayendo muchos ejemplares aquí- para que muchos pudiesen leerlo. Los cinco ensayos están aunados por una visión irónica, que desmitifica y ataca los tópicos más acendrados por los intelectuales progresistas de estos lares. No hay que escribir a favor o en contra del mercado, sino aparte de, no hay que reivindicar las vanguardias, hay que escribir más allá de ellas y de la tradición.
Copio un fragmento del libro:
El peso de tener atrás a las vanguardias parece insoportable. Pero lo verdaderamente insoportable no es que las vanguardias hayan fracasado o se hayan diluido o que hayan sido absorbidas por el sistema, sino la dificultad de ser hoy vanguardia. La literatura contemporánea profundiza esa imposibilidad. La condición de la vanguardia consistía en levar una posibilidad hasta su extremo. La condición de la literatura contemporánea consiste en llevar su propia imposibilidad hasta el extremo. En algún poema, escribe Louis-René des Fôrets: “Irreparable fractura. Tomemos nota”

Libro de lectura obligada, verdadero vademecum de cómo se debe leer hoy -les recuerdo que a comienzos de tercer milenio, para bien o para mal, está muy feo seguir leyendo de un modo ingenuo- hasta en sus diatribas, a veces excesivas -no comparto su desprecio por la obra de Fresán, por ejemplo, es un libro que está llamado a cambiar el modo de acercarse a la literatura hispana.
La literatura de izquierda es, para Tabarovsky, algo imposible, indecible, inefable. Y precisamente por eso hay que arriesgar hasta el extremo para decirla. Frente a la verborrea de las vanguardias, llena de soflamas huecas cuya única intención era provocar, el arte contemporáneo indica en su esencia su misma futilidad. Por eso es tan valioso, porque es honesto, conceptual. Porque huye de la retórica en su desnudez. Cuando contemplo a compañeros y amigos que andan desorientados repitiendo errores del pasado, anacrónicos, intentando levantar un edificio en ruinas en vez de construir uno nuevo sólido, pienso que debería regalarles el libro de Tabarovsky, pero luego me digo que ya son mayorcitos para acercarse solos a la librería y comprarlo.
Como hice yo una tarde, llevándome a casa una pequeña delicia llamada Kafka de vacaciones. Treinta y un páginas de generosa tipografía, eso es todo. Pero qué todo. Un delirio, algo sin sentido, vacío, y enteramente lleno de riesgo, donde todo es lenguaje –no hay apenas trama en esta historia contada por, o desde, un perro. Treinta y un páginas donde no cabe el bostezo, tan sólo la desorientación, el desconcierto. Qué lejos cae el pleonasmo constante del Murakami de Kafka en la orilla, qué vacuidad posmoderna, perdón por la libre asociación.
Y para leer todo esto no hace falta ni salir de casa, puede uno comprar los libros por Internet –ya sabemos que sólo un cinco por ciento de la población tiene acceso a Internet, pero esos que dicen que la literatura anda moribunda lo hacen en el mismo medio, así que uno deduce que también pueden comprar libros a través de él.
Pero es que, además, uno puede leer en Nación apache los artículos del propio Tabarovsky. No tiene pérdida, es uno de los enlaces de la derecha. Todas las semanas aparece allí el artículo que ha escrito para el suplemento cultural del diario Perfil. Por la cara. Y en la misma web puede uno leer a menudo textos más que interesantes de otros autores. Quien no lee a Tabarovsky es porque no quiere, eso ha quedado claro.
Como creo que me he extendido mucho, voy a aprovechar para extenderme más e incluir una entrevista que apareció en el diario argentino Página/12 el 11 de marzo de 2005:

ENTREVISTA CON DAMIAN TABAROVSKY

“El escritor es narcisista, megalómano e improductivo”

El autor de Las hernias, que defiende esos valores, considera que la literatura actual sólo apunta a la eficiencia. En esa línea, dispara contra todos sus colegas y dice que los escritores de izquierda son conservadores.

Por Silvina Friera

Damián Tabarovsky se muestra como una suerte de francotirador.
No se considera un escritor rabioso porque el adjetivo le parece excesivo, o acaso incompatible con ese estilo absurdo, disparatado de su última novela Las hernias (Sudamericana), en la que se propuso llegar al grado cero del argumento, o como él prefiere denominarlo “la pavada total”. Pero cuando Damián Tabarovsky habla no deja títere con cabeza, dispara contra casi todos sus colegas, agita las aguas y espera el rebote o que alguien le devuelva la estocada o le redoble la apuesta. ¿Un nuevo francotirador? Quizá. Pero lo cierto es que desde que publicó el libro de ensayos Literatura de izquierda (Beatriz Viterbo), levantó el tono de voz. Y su perfil. “En un momento en donde los escritores hablan susurrando, alguien que levanta un poco el tono parece que tiene un vozarrón. En otra época lo que estoy sugiriendo sería absolutamente banal, apenas el enésimo libro de alguien quejoso que dice que no le gusta cómo funciona el mundo. No me siento un escritor rabioso, al contrario, soy un perrito chihuaua en un contexto en donde sólo hay pasto. Entonces parezco un animal rabioso, cuando en realidad soy un chihuaua rodeado de vegetarianos”, ironiza Tabarovsky en la entrevista con Página/12.
–¿Usted plantea que la literatura está en crisis?
–La literatura está en crisis porque la cultura es la crisis. No es que está en crisis porque pasa algo exterior a ella. La literatura, como a mí me interesa, pone en cuestión otros discursos, entonces hace de las crisis su pasatiempo favorito. Todo escritor contemporáneo tiene la sensación de que es el último escritor, todos viven en esa vanagloria porque la literatura es un arte casi epigonal. Lo que a mí me importa de la literatura es encontrar contenidos políticos en discursos que aparecen como políticamente neutros. Pero hay otra dimensión de la crisis, la sociológica, que es de la que más se habla, pero que no me interesa: por qué los libros no venden, qué hay que hacer para que la literatura vuelva a atrapar a los lectores. Durante el menemismo, la literatura argentina empezó a ocuparse de que las novelas y los cuentos cautiven al lector, que los finales sean efectivos, que los personajes sean verosímiles o las tramas interesantes. Son todas cuestiones secundarias que apuntan a que la literatura se vuelva eficiente. Así como hubo un discurso de lo eficiente respecto de las privatizaciones o del delivery a domicilio, la literatura fue porosa a esos temas y se convirtió en una literatura eficiente.
–¿En su concepción el problema residiría en que la literatura y el arte nunca buscan la eficiencia?
–Sí, yo los concibo como diletantes, ineficientes. El escritor o el intelectual son figuras sospechosas porque son diletantes, ineficientes, torpes. Me interesa la inmadurez literaria, como escritor quiero poner a la ineficiencia en el centro de la literatura. Aquellos escritores con quienes comparto la crítica política ideológica al menemismo y a la época son los que llevan la crisis al corazón de su literatura, porque cuando General Motors hace marketing, está mal, pero cuando ellos lo hacen desde una editorial es porque simplemente un libro se acerca al lector. Acá hay una línea de continuidad que es interesante desmontar. Esa influencia del marketing llegó a los textos, por eso se convirtieron en complacientes y lo que se valora es eso: que los cuentos tengan introducción, desarrollo y conclusión, que no se experimente, que no se innove.
–¿Qué sucede con las vanguardias artísticas en ese contexto?
–El problema es que la literatura suspende cualquier discusión con las vanguardias, que aunque han entrado en crisis hace mucho tiempo, podrían ser un horizonte donde vale la pena sentarse a discutir. Pero la literatura argentina de los noventa dio por clausurada esa discusión casi festivamente: ¡qué bueno que se terminó esa neurosis, ahora podemos dedicarnos a tener lectores! Pero fracasaron los textos y el mercado. Todavía vale la pena seguir polemizando sobre literatura, pero buena parte de mi generación no reabre estas preguntas que suponen clausuradas.
–¿Por qué?
–Creo que toman como un éxito el fracaso de las vanguardias, que ponían en cuestión la relación entre la vida cotidiana y la literatura, la literatura entendida como una experiencia de la otredad, de la ruptura y de la disolución. Algunos lo viven con pesar o son nostálgicos de la vanguardia, otros lo vivimos con perplejidad en una tensión entre añorar eso que pudo haber pasado y saber que eso no va a volver más. Pero hay un largo grupo, el corazón de mi generación, que lo vive con alegría porque sabe que puede dedicarse a hacer una literatura que no cuestione nada, que sea falsamente ingenua y que se convierta en un producto más en el mercado como tantos otros. El escritor es narcisista, megalómano e improductivo, valores que yo defiendo. Un escritor como yo, que no gana plata, que no vende demasiado y que no va a pasar a la posteridad, qué puede tener que no sea un poco de narcisismo: esa es mi valija portátil.
–Si usted se inscribe dentro de la tradición de izquierda, ¿por qué cuestiona a escritores como Abelardo Castillo o Liliana Heker?
–Porque cuando escriben, sus propuestas literarias son conservadoras. Esta paradoja ya ha sido dicha otras veces. Libertella, en Nueva literatura latinoamericana, señalaba esta paradoja veinte años antes, con otros autores. A mí me interesa la tradición de izquierda entendida desde el anarquismo, es decir para mí lo que define la tradición de izquierda es que es la única que está permanentemente preguntándose qué es ser de izquierda. La derecha, aparentemente, no se pregunta qué es ser de derecha. Hay una frase de Hannah Arendt que me parece extraordinaria: “Cuando la ética de los fines últimos desaparece, la ética recae sobre los medios”. Como no hay fines últimos claros, que entraron en crisis con el fracaso de los movimientos populares en los ’70, hoy por hoy es cotidiano preguntarse qué es ser de izquierda. Para mí, la tradición de izquierda es aquella que vive cuestionando sus propios fundamentos.
–Usted caracteriza a ciertos escritores de los ’90 como “los jóvenes serios”. ¿Cree que les falta sentido del humor en lo que escriben?
–No sé si les falta humor, prefiero pensarlo en términos de que les sobra solemnidad. Porque si no podría pensarse que si la literatura no tiene humor no funciona. Aunque me interesa el humor, a veces siento que es conservador y que lo verdaderamente radical es la ironía. La generación mía es muy solemne, son esos tipos de personas que dicen que el humor es una cosa seria. Pero hubo otras generaciones muy serias: Viñas y el grupo de Contorno, que vinieron a decir cosas muy importantes sobre Martínez Estrada o por qué había que romper con Murena. Esta generación es igualmente seria como la de Viñas, pero no tiene la radicalidad del grupo Contorno, sino la seriedad de Santo Biasatti (risas).

Desde hace un mes ando algo nervioso, con un poco de ansiedad. En Caballo de Troya prometen para octubre un nuevo libro de Tabarovsky, Autobiografía médica. No sé si voy a ser capaz de aguantar hasta entonces.