Estamos en el año 2007. Hay unas cuantas ministras desempeñando su cargo –una muy discutida por la oposición-, hay unas cuantas secretarias de estado desempeñando su labor, y hay unas cuantas mujeres con cargos de responsabilidad en la administración del estado y en unas cuantas empresas privadas. Pese a las políticas de cuotas siguen siendo menos, eso es cierto, pero si alguien abre hoy un diario nacional se encontrará con que en España todavía hay machismo. O al menos eso se deduce de las declaraciones que ha realizado Rosa Regás tras ser cesada de su cargo. Es curioso, ella dice que “con un hombre no se habrían atrevido”, pero en la historia reciente de este país se han cesado unas cuantas veces a directores de la Biblioteca Nacional, y a otros cargos, aún siendo hombre. Lo que sucede es que en los casos anteriores los destituidos admitieron, con la mayor tranquilidad del mundo, que era su gestión o sus diferencias con sus superiores los que seguramente les había alejado del cargo. Un cargo que se otorga a dedo, por cierto, sin ningún tipo de concurso de méritos ni nada por el estilo.
Cuando, hace tres años, Rosa Regás fue nombrada directora de la Biblioteca Nacional parece ser que su genitalidad no tuvo nada que ver en todo eso. O sea, que en aquel momento la nombraron por sus méritos –venía de una gestión en la Casa de América, entidad que, por cierto, desde su ausencia tiene mucha más actividad y esta es más visible socialmente en Madrid- y ahora la destituyen por lo que tiene en la entrepierna.
Para remate de todo este asunto, parece ser que la Regás se muestra “expectante por su futuro laboral”. Es pasmoso. Pues haz lo que se supone que has hecho siempre, hija, que es escribir. ¿No eras escritora? No, es mucho mejor tener un cargo, un despachito y cobrar un sueldo que se aleja mucho del mileurismo por un cargo designado a dedo. Si uno se saca su plaza de funcionario tiene trabajo de por vida, realizando las gestiones que el director de turno le pide.
La verdad es que es sorprendente la caradura de algunos, en este caso de algunas, para enarbolar la bandera del feminismo trasnochado –el que se ampara en los prejuicios para disimular la realidad: Doña Rosa, a usted la largan porque al nuevo ministro no le gusta usted o su gestión, no porque sea mujer, hombre.