20 febrero 2006

Cine y literatura

Cada vez que oigo en la televisión, en la radio, en alguna conversación, cada vez que leo algún artículo donde se comenta que la gente no da la importancia que debería tener al estudio de las disciplinas humanísticas me tengo que controlar para que no me de el brote y tenga que dormir en un psiquiátrico. Esto es como lo de los buenos modales, todo el mundo los echa de menos y los reivindica, pero nadie los cumple. "Si pudiera cambiar el mundo haría que la gente no te empuje en el Metro, la gente ya no tiene educación." Pero luego en los ascensores no decimos ni hola al vecino de dos plantas más arriba -que tampoco nos saluda a nosotros, claro- y así como con todo.

La literatura es, hoy por hoy, pasto de nostálgicos o de incurables excéntricos, a nadie le importa. Y sirva como botón de muestra la controversia que está generando la adaptación cinematográfica de ese montón de papel impreso al que llaman Código Da Vinci –me niego a llamarlo libro o novela y a considerar tan siquiera que eso sea un título, por eso va sin comillas y en letra redonda, lo siento, soy uno de los excéntricos o nostálgicos de los que antes hablaba.
El hatillo de hojas –me tendré que exprimir la mollera para lograr explicarme sin mancillar la palabra libro- que ha vendido cerca de cuarenta millones de ejemplares en el mundo, y ha suscitado veintinueve entradas en el registro del ISBN sólo en España –pueden comprobarlo: si teclean “código da vinci” aparecen 29 registros vivos- parece ser que no ha sido suficiente para que la organización –llamémosla católica integrista– Opus Dei se movilizase.
Ahora bien, en el momento en que se ha aproximado el estreno de la versión fílmica la polémica se ha desatado. En el Opus Dei están preocupados porque su recaudación va a bajar, y se han lanzado a dar entrevistas y declaraciones por todas partes. La razón es bien sencilla: dejar claro que, por un lado, todo esto no es más que ficción y, por otro lado, aprovechar el tirón para abrir puertas e intentar captar a nuevos colaboradores.
Sin entrar a analizar el lenguaje que usan en el Opus –que, sirva como indicio, es similar al de las sectas- sorprende la pasividad con la que han observado crecer el fenómeno mercantil del legajo y la actividad que ha despertado el celuloide.
Sorprende, eso sí, el inteligente uso comercial que hacen ahora las empresas de las campañas eclesiásticas, ya sea la reedición del, llamémosle libro, Camino de Escrivá de Balaguer o la promoción de la película de llas Crónicas de Narnia.
Es normal, tampoco hay que extrañarse. En un mundo en que Cristo tiene el rostro de James Caviezel.