14 febrero 2006

Las ilusiones

Así como ayer me quejaba de las decepciones que se lleva uno en esto de la literatura, hoy me toca hablar de las ilusiones. Creo que ya he contado por aquí lo de que a uno el cae un libro en las manos y empieza a leerlo y no puede reprimir la alegría que le embarga al ir pasando las páginas y obtener momentos de felicidad.
Eso me está sucediendo con La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán, y me da un poco de miedo que, como con las relaciones, con un mayor conocimiento del otro lleguen las decepciones. Ya sabéis, lo guapa que es esa chica las dos o tres veces que has coincidido con ella en fiestas de amigos, y lo dulces que con las primeras citas hasta que empezamos a conocer esa desagradable costumbre de cortarse las uñas de los pies sobre el sofá, o de usar el mismo cuchillo para untar la mantequilla y la mermelada sin limpiarlo, lo que hace que, tras un par de desayunos, la mantequilla y la mermelada ocupen distintos botes en la nevera por mera convención social, aunque tú sepas que cogiendo cualquier de ellos vas a tener la cantidad de ambas sustancias que te es necesaria para tu tostada.
Por cierto, no sé porqué pongo este ejemplo si yo nunca desayuno, y las pocas veces que lo hago nunca son tostadas, y no se me ocurriría echarlas ni mantequilla ni mermelada. En fin, son las cosas de las metáforas, que muchas veces las hacemos sobre cosas de las que no tenemos ni la más remota idea, a lo mejor por eso podemos construirlas, de conocer mejor las cosas no podríamos simplificarlas para nuestras comparaciones.
No sé si con el paso del tiempo, son más de quinientas páginas de libro, me dará tiempo de desilusinarme. De momento dejo esta perla, con la que comienza el libro, como aviso de navegantes:
Con el paso de los libros y la sostenida práctica de esa imprecisa ciencia que, a falta de otro mejor, responde al nombre de Literatura, he comprendido, no sin algo de esfuerzo y bastante sorpresa, que en el fondo y en la superficie de todas las historias existen tan sólo dos categorías de escritores y, por lo tanto, dos categorías de lectores.
Están aquellos que al final de un cuento suspiran
¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí? y están los que optan por sonreír ¡Qué suerte que se le ocurrió a alguien!
Eso es todo, todos somos lectores de un modo o de otro.
Esto, leído de pie, junto a la estantería de una biblioteca, le deja a uno Knock Out, como diría Cortázar. No le queda a uno otra solución que llevarse el libro a casa para conocer mejor a este tipo.
Y madida que va leyendo uno el libro le van asaltando dudas cada vez más angustiosas: si cada vez que leo una de las frases geniales que están desperdigadas por él siento una envidia atroz, y si cada vez que termino una de las historias me alegra que alguien las haya escrito. Entonces, ¿qué clase de lector soy?