16 febrero 2006

Mi mundo

Los limites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Ludwig Wittgenstein

Ando algo preocupado con lo que veo a mi alrededor. Sobre todo con los comentarios que escucha uno en el bar donde tomo el café cada mañana y a veces como sobre Cataluña y los catalanes. Tampoco es que me sorprenda, la verdad, porque un camarero fue legionario, uno de los parroquianos lleva siempre una mochila con el escudo de un regimiento de infantería, el dueño es del Real Madrid, y los periódicos que compran son el As y El Mundo. Al principio, cuando bajábamos mis compañeros del trabajo y yo, que pecamos todos de progres, nos miraban un poco raro, y ahora, que ya hay confianza y no nos han visto nunca en la sección de terroristas más busados de los noticiarios, se permiten alguna que otra confidencia que nos da a nosotros más miedo del que les dábamos nosotros al principio.
A mí, honestamente, que Cataluña sea o no una nación me da bastante igual. Me molesta, eso sí, que estén usando todo este asunto para tenernos entretenidos con chorradas en vez de gobernar para todos, se sientan españoles o no. Hoy por hoy ya me da lo mismo que Logroño se considere una nación o que Almería quiera montar una agencia tributaria propia. Lo que me preocupa es tener la sensación de que el dinero que me quitan del sueldo sirve para algo. Si el mundo es ya una aldea global, como decía McLuhan, y no hay diferencia entre vivir en Vallecas o el SoHo. y lo importante es el gobierno local para dar a los ciudadanos lo que la rutina les exige, reforzar la idea del gobierno local donde puede ejercer una labor participativa, a mí me da un poco igual ser español o madrileño administrativamente hablando. Mi entorno, mi hábitat, es para mí suficientemente importante como para preocuparme de mi nacionalidad.
Por eso me preocupa este ataque, incentivado desde algunas fuerzas políticas -algunos sociólgos europeos se preguntan cómo es que en España, con índices de inmigración tan altos, no se produce un rebrote de los partidos políticos de extrema derecha como en otros puntos de Europa, y es porque en su ingenuidad todavía se creen eso del partido de centro-derecha- que hace que en algunos momentos Cataluña parezca estar mucho más allá de los quinientos kilómetros que nos separan.
Yo a Cataluña la he tenido, la he sentido, siempre muy cerca. Primero porque la industria editorial ha estado, históricamente, afincada allí. Mis libros, mis tebeos, casi siempre estaban hechos allí. Pero es que además algunos de los autores que despiertan mi fanatismo son de allí. Yo no me imagino mi biblioteca, ni mi manera de leer y escribir, sin Monzó o Pámies y, de un tiempo a esta parte, Puntí y Moliner. Tanto he disfrutado que algunos de sus libros los he comprado en catalán, y acercarme a las librerías en Barcelona para buscar dichos libros me ha permitido conocer a autores como Pere Guixá, por poner un ejemplo.
Para mí esos autores forman parte de mi hábitat, de mi entorno, igual que autores ingleses -los que escriben en lengua inglesa-, franceses -apliquen el mismo criterio-, portugueses, alemanes y algunas lenguas eslavas sueltas. Y lamento mucho tener tan pocos árabes o asiáticos en mi ecosistema literario.
Así que no sé hasta que punto condiciona el lenguaje mi mundo, como decía Wittgenstein, pero sí que sospecho, cada vez con mayor certeza, la medida en que el lenguaje -o las limitaciones que demuestran a la hora de usarlo- condiciona el mundo de los políticos.
Mi mundo es más grande que el suyo. A lo mejor mi nación es más pequeña, pero es que nunca me he plenteado quedarme en casa para siempre.