06 febrero 2006

La vida ausente

Por fin, de algún modo extraño, se ha hecho realidad esa creación de seres autónomos, de sueños tan reales como nosotros mismos que imaginó Borges en el entorno de unas ruinas circulares. La sucesión de ceros y unos, de días y noches, es el escenario en el que la gente se relaciona. Desde que, hace dos meses, me puse en serio con la bitácora, veo que llevo dos vidas.
Una es la de siempre, la que comienza cuando la alarma del teléfono móvil me despierta con los primeros acordes de la Gymnopédie de Satie -ahora no recuerdo qué número, pregunten a los de Nokia-, por la que discurro soñoliento mientras atravieso la plaza Mayor y cuando esquivo a los jóvenes jipis que me piden dinero para ONGs en la calle Preciados, la que malgasto ocho horas al día sentado frente a un ordenador en la oficina, la que apenas disfruto cuando por las noches llego a casa y me tiro en el sofá -que ideal vivir tumbado como hacía Onetti- a leer, a escuchar música o a ver la televisión.
La otra, la que me ha sorprendido, es la que tiene que ver con este espacio. Por el discurre la gente y no yo, mientras el otro lo han construido para mi, lo montan cada mañana para que esté todo listo y no vea la tramoya -y eso que me gusta variar las rutas de mis paseos para ver si les pillo e un renuncio, pero siempre están todos los escenarios bien ajustados, y los figurantes interpretan con una verosimilitud envidiable su papel- este otro lo construyo yo día a día, y me sorprende que la gente venga tan a menudo, y me deje recuerdos, notas de su paso por aquí.
Sólo de vez en cuando mis dos vidas se cruzan. Alguien deja una nota que tiene más que ver con la otra vida que con esta como comentario; otras se acerca alguien de la vida que duele, la táctil, la física, en la que se suda y se duerme, y te hace un comentario sobre alguna de las habitaciones que construiste en esta vida, o te echa en cara que él siempre viene a visitarte y tú nunca le visitas a él. Y tiene razón, a qué negarlo, anda uno tan ocupado en construir esta vida que descuida la del resto.
Y el hilo de los días se ovilla y se desenreda cada vez en un sentido, hasta que uno no sabe si vive una vida para hacer la otra, o si la otra es la que le permite entender la primera.
Sólo queda la certeza de que los días pasan.