El fenómeno de las revistas gratuitas es, ya, uno de los fenómenos más extendidos de la cultura en el mercado desarrollado. Si ya no es importante crear el producto, sino el consumidor, hay que crear una demanda. Por supuesto, el consumidor medio no tiene la más leve intención de gastar dinero en estar al tanto de esos productos. La oferta es enorme, y los departamentos de promoción se esfuerzan en dar a conocer ese producto. Las revistas gratuitas crecen en ese caldo de un modo claro, ¿por qué pagar por recibir publicidad? Lo sorprendente es que, todavía, la gente acepte pagar una edición dominical de periódico que suele ser, ante la escasez de noticias que se suele dar los fines de semana, la más marcadamente publicitaria de la semana. Yo hace tiempo que renuncié a pagar un duro por un catálogo encubierto de un grupo empresarial, y desde entonces soy más feliz. Hoy sólo leo los libros que me interesan -que no son de los que suelen hablar en esos catálogos, por cierto- y compro los periódicos los días que se publican los otro folletos, que llaman suplementos culturales, pero que me permiten estar al tanto de lo que sucede en el ambiente de mi trabajo.
Las publicaciones gratuitas han venido para quedarse. Uno las puede encontrar en papel -son las que necesitan más dinero para existir y, por eso, son las que recaban más publicidad- o en formato digital -las revistas de Internet son uno de los fenómenos más extendidos e interesantes de los últimos años. Yo mismo colaboro en algunas, así que no puedo hacer otra cosa que sumarme a este "nuevo periodismo" que se sabe en muchas ocasiones breve -en el formato papel tiene que caber muchas cosas de muchos anunciantes y hay que quedar bien con todos pese al escaso espacio de las revistas, y en el formato digital el propio soporte no facilita las lecturas muy largas- y aún más efímero que el histórico -no se paga y el hombre hace ya muchos años que se ha acostumbrado a no encontrar un valor real en aquello que no le cuesta nada, pese a que sea uno de los errores a los que el sistema capitalista nos ha abocado: todo tiene un precio, por lo tanto lo que no lo tiene no existe, no está valorado, es secundario.
Eso sí, está inflación de letra impresa conlleva algunos pequeños inconvenientes. Uno es que la capacidad de informar está empezando a superar en número la cantidad de cosas de las que merece informar. Por encima de la relevancia de unas noticias, que ningún medio serio y eficaz puede soslayar, se produce una reptición en los referentes, en los temas y, lo que es más sorprendente en los enunciados.
Todavía recuerdo con gran perplejidad la entrvista que, creo que fue Rafa Cervera, hizo a Sonic Youth en su momento de mayor popularidad. Acababan de editar su disco Experimental jet set, trasch and no star y todavía se reflejaba en nuestra retina a Isabelle Huppert haciendo de monja en la Amateur de Hart Hartley al son de las canciones de Goo. Bueno, dicha entrevista apareció, si mal no recuerdo en el suplemento poppy El País de las Tentaciones, en la revista cool Rock de Lux y en las garagera Ruta 66. Con leves variaciones, claro, para cobrar tres textos, pero la misma.
Hoy me ha sucedido lo mismo. Bernardo Gutiérrez -una haha, amigo, un hacha- les ha colado el mismo texto a los chicos del suple de la Vanguardia y a los amigos de Calle 20. Bueno, el mismo, lo que se dice el mismo no. Pero pueden comparar. El del suplemento sultureta lo tienen aquí y el de la revista gratuita aquí. Además de adecuar el tono del texto a cada publicación hay poco cambio.
Lo mejor, de todas formas, es que la gente pueda conocer un poco mejor a Chico César, bueno, eso y que Gutiérrez ha cobrado dos artículos por escribir uno y medio, y la inteligencia, qué narices, hay que premiarla.