03 mayo 2006

Atarse a un árbol

Por encima de lo extravagante que pueda resultar la actitud de la baronesa Thyssen, que es una persona que hace gala de una extravagancia muy particular –también se podría decir que luce una extravagancia de gala, pero no es el objetivo de este comentario hacer juegos de palabras-, a mí me ha llamado la atención todo este asunto de los árboles del paseo del Prado por cómo ha evidenciado el modo de hacer política que tienen los amigos del Partido Popular.
Criados la inmensa mayoría en los humildes pisos del barrio de Salamanca, en palacetes de la calle Almagro, en monterías por Galapagar y el Pardo, lo normal es que realicen la política que vieron hacer a sus padres o abuelos. Lo de la educación, ya lo decía Ussía en su Tratado de buenas maneras, es importantísima.
A lo largo de estos dos últimos años se han debido talar cientos de árboles en Madrid. La mayoría de los terrenos por los que ahora se mueven los camiones, hormigoneras y excavadoras de la M-30 estaban ocupados por árboles. El paseo de la Ermita del Santo estaba lleno de árboles y acudieron a evitar su tala unos políticos con un poco de vergüenza y se levaron una denuncia además de algún palo –yo lo del palo lo entiendo: imagínense ustedes con uniforme, casco de antidisturbios, o sea, total impunidad, y un político delante, yo creo que me costaría mucho controlarme, sobre todo si soy un tipo violento que me he metido voluntariamente en las unidades antidisturbios.
Lo que sucede ahora es que le han ido a cortar unos árboles a la señora. Y, claro, la señora ha alzado la voz y las tiralevitas de turno les ha faltado tiempo para hacer lo que les enseñaron entre convivencias y catequesis: obedecer. Así hemos visto a doña Esperanza Aguirre –posiblemente el ejemplar más acabado de pija del Rastrillo del Nuevo Mundo- y a sus consejeros para cuadrarse y decir que van a hablar con ese malvado de Gallardón para que no le corte los árboles.
Quiero aclarar que me parece muy bien que le hagan un poco de caso a la baronesa, sobre todo porque en este caso tiene razón, y no creo que, puestos a gastar lo que se gastan en obras faraónicas como las del soterramiento de la M-30, se mucho pedir que los árboles sean trasplantados en vez de talados. Tengo la certeza de que dos seres tan sesudos y profesionales como Siza y Hernández León –y lo digo sin retintín, porque siento por don Álvaro Siza verdadera admiración- no tendrán mucho problema en adaptar al proyecto la conservación de esos árboles.
No, lo que quiero, sobre todo, es decirle a doña Tita Cervera que no era necesaria la parte de representación. Bastaba con decir: soy baronesa, me llevo los cuadros, quiero esto. Y el político se cuadra.
La pena es que todos los vecinos afectados por las obras de Gallardón –unos cuatro millones de cadáveres según las últimas estadísticas- no tengan en su mano la posición de la baronesa. Es lo que tienen los ascensores, que permiten llegar alto.