16 mayo 2006

Portadas tipográficas


Parece que en mitad de la era de la imagen ha llegado el momento de la portada tipográfica. Los directores de marketing saben que es más fácil vender un libro si la portada es bonita. Una buena imagen vende más que mil palabras. Sin ir más lejos yo recordaré de por vida la odisea que supuso buscar la fotografía de Antón Chéjov en la puerta de su casa en Yalta,con su perro Quinino, para el libro que editamos en Fuentetaja. Hubo que hablar en inglés con las secretarias –por supuesto rusas- de un par de museos, topar con la burocracia poscomunista y al final tuvimos que tirar de director del Cervantes moscovita, Víctor Andresco, para poder tener la imagen. Ahora, la foto es preciosa, posiblemente la más bella que se le hiciera a Chéjov, en la que aparece acariciando a su perro y vestido con un abrigo que le debía proteger del fresco verano de Crimen y que no pudo apartarlo de la tuberculosis que se lo llevó en Badenweiler. Lo que demuestra lo bonita que es la fotografía y lo difícil que es de localizar es que los amigos de Acantilado han debido escanear la portada del libro que editamos y cortar la imagen para ilustrar el texto que la Ginzburg le dedicó al maestro del cuento.
Pero, del mismo modo que una imagen es la que vende el libro, es también la que más envejece –la imagen y las maquetas que se hacen siguiendo las modas, claro. Basta, como ejemplo, coger un par de portadas de Anagrama o Tusquets, dos editoriales independientes y prestigiosas, de hace unos veinticinco años. Las portadas están ya muy viejas, y eso que, en ambos casos, la maqueta apenas ha sufrido variación alguna. Pero la imagen, que vale más que mil palabras, se desgasta con la misma velocidad con la que llega. Porque, normalmente, para leer las mil palabras hace falta más tiempo que para ver la imagen.
En cambio, las portadas tipográficas que hiciera Satué para Alfaguara siguen hoy tan vigentes como entonces –de hecho parecen más nuevas que las que gastan hoy en Alfaguara, por mucho Oscar Mariné o Manuel Estrada que por allí pase-, y las de editoriales que se han mantenido fieles a su diseño clásico como Pre-Textos son hoy tan elegantes como hace treinta años.
Por eso debemos todos felicitarnos de que las pequeñas editoriales que van surgiendo para mantener un poco viva la inquietud editorial se animen a mantener esas portadas tipográficas. En la colección Clásica de Artemisa Marian Montesdeoca acierta de pleno en el diseño de las portadas –no tanto en el de los interiores, pero de eso hablaremos otro día, que hoy estamos contentos- con ese aire clasicista que parece resucitar con sus Bodoni lo mejor del siglo XVIII. O el nuevo diseño que Sergio Gaspar le ha dado –en compañía de una mirinda por lo visto- a la colección de narrativa Los cinco elementos de su editorial DVD. Son mucho más bellos los libros de Flavia Company y Vicente Luis Mora, con esas helvéticas secas sobre fondo negro, con la leve nota de color del título del libro y que adelanta en su portada el interior del volumen, que los antiguos libros con su viñeta más o menos típica sobre un neutro fondo blanco –un diseño que, en cambio, queda mucho mejor resuelto en la colección de poesía, pero porque ahí se juega de un modo mucho más novedoso con la portada de lo que se hacía en esta otra colección.
Decía Juan Ramón, y lo repite siempre Trapiello oportunamente, que un mismo libro editado de un modo u otro dice cosas distintas. Yo me limitaré a decir que, donde estén un par de palabras sobran las imágenes.