Una de las cosas que, desde siempre, más he admirado de un solista es la capacidad de enfrentarse a solas con el público sin más armas que su obra, sin la protección de nadie, sólo ante el peligro, que diría Gary Cooper. Hay muchos músicos, normalmente los compositores de música popular, que se escudan en una banda. Pienso en Mark Knopfler, por ejemplo, que durante muchos años se escondía tras la máscara de Dire Straits cuando todo el mundo sabía que él componía, él tomaba las decisiones, él, él, el...
Ayer fui a un concierto de un músico del que tengo un par de discos que me parecen muy buenos. Yo pensaba que este buen hombre saldría al escenario con una pequeña banda -era en el Clamores, que como sabrá cualquier que haya estado es una sala pequeña y cálida con un pequeño escenario- que le arroparía. Y sí que estaba arropado, pero por los amigos que habían ido a verle -y a cantar alguna que otra canción en el escenario, también-, no por músicos. Él solo se bastaba para cantar, tocar la guitarra como si fuera un grupo de músicos los que estaban detrás de él, cuando sólo era un ampli, hacerse sus propios coros y efectos sonoros y hasta interpretar las canciones. Hubo un par de momentos en que se permitó unos pequeños monólogos en un español más que presentable. Un verdadero show, con todas las de la ley.
En los bises sólo tocó un par de canciones suyas, el resto del tiempo se dedicó a repasar la historia de la música brasileña: Pixinguinha, bossa, samba. Hubo una canción que, de creer lo que dijo, estaba compuesta a finales de la década de los diez. Mientras en Europa la gente se mataba en las trincheras en Brasil hacían canci0nes que suenan hoy tan novedosas como debieron serlo entonces. Y que luego digan que somos los europeos los habitantes del mundo desarrollado...
Una verdadera delicia, de principio a fin. Un concierto de los que no se olvidan. Un músico capaz de ser muchos, de ser muchas cosas. Un placer infinito.