Acabo de leer la reseña que en el último Babelia escribe Rafael Conte del primero de los volúmenes de la obra completa de Vargas Llosa que publica el Círculo de Lectores. Conte, que debió leerlo todo hace años –o eso dice él y buena parte de los bienamados por él- de un tiempo a esta parte se encarga de las reseñas de esos libros que no hay que leer para comentar –y si hay que hacerlo no lo hace y escribe la reseña igual sin decir nada del mismo- porque supongo que un alma caritativa en el grupo Prisa –que no suele andar muy sobrado de caridad, precisamente- ha decidido que pase una vejez decente, sin penalidades. En dicho artículo se muestra como un buen catedrático universitario, sobre todo de la Complutense, esto es, alguien que repite como un loro lo que ha leído en alguna contraportada o solapa de un libro, e insiste varias veces en la idea de “la novela total” en referencia a la obra de Vargas Llosa. Uno, que tiene tan sólo veintinueve años –y por eso es impetuoso e irreflexivo dirán muchos- lleva la mitad de los mismos –desde que le empezó a interesar esto de la literatura- leyendo en cientos de artículos de críticos y decenas de manuales de literatura –esos a los que ya pertenece, en todos los sentidos, el señor Conte- lo de la dichosa novela total y empieza ya a andar algo escamado con el tópico. Tal y como he creído entenderlo, toda esta idea la acuñó el propio Vargas Llosa en un libro que leí al cogerlo prestado de la biblioteca de la facultad –Gabriel García Márquez: Historia de un deicidio- y en la posterior La orgía perpetua. Bien está que se lea a un autor para saber hasta dónde quiere llegar y cuál es su concepto de la literatura, y más todavía si, como en el caso de Vargas Llosa, es un autor de referencia al que, guste o no, hay que leer y conocer.
Y no lo digo en el sentido político, donde el peruano es, posiblemente, uno de los seres más detestables con que uno se pueda topar hoy, con toda esa retórica de Straussismo descarado que tantos lacayos cacarean poren cualquier medio donde les dejan exhibir la pluma. Aunque en honor a la verdad haya que destacar el hecho de que él, al menos, ha leído de verdad a los autores que cita, sobre todo a Berlin, y por lo menos las barbaridades que dice las ha acuñado él solito, algo de lo que no tantos podrían presumir.
Pero me estoy desviando de lo importante, que es su obra. Vargas Llosa es un raro caso de narrador de una solidez envidiable –y envidio, sobre todo, al de los sesenta y al de La guerra del fin del mundo- y un crítico agudo capaz de sacar todo el jugo de las obras que se propone analizar. Su análisis de la obra de García Márquez hasta el año en que se escribió el libro ya mencionado es no sólo un brillantísimo ejercicio de desvelamiento de las obsesiones y los recursos de un autor, sino el libro del que todo crítico bebe hoy para acercarse al Nobel colombiano. Su no reedición -perdonen el matiz binario- durante todos estos años –circunstancia a la que estas obras completas parecen poner fin- ha permitido a muchos medrar a costa de repetir como papagayos las tesis de Vargas Llosa.
Por cierto, no deja de ser curiosa la lacra que tiene este hombre, los exegetas de su antiguo amigo le plagian, los tiralevitas del neoliberalismo le copian, los poderes políticos y económicos le agasajan, es difícil no creerse un dios, o decidida, tanto da. Lo raro sería mantenerse humilde como se mantuvo en todo momento al acercarse a Flaubert y completar en un díptico fundamental a la hora de entender la crítica ejercida como alguien que es juez y parte. La Carta de batalla por Tirant lo Blanc es la guinda del pastel, pero el resto de su obra crítica no está, ni de lejos, a la altura de las mencionadas.
Lo dicho, no me parece mal que alguien acuñe un término y que se le aplique a su obra, ya que, como todos sabemos, un autor al hacer crítica no sólo ajusta el canon, sino que, indefectiblemente, busca introducirse en él. Lo que sí que me preocupa es que el mero hecho de usar el término en cuestión sea, de por sí, un argumento de la calidad del producto. Nadie en su sano juicio utilizaría términos como lo real maravilloso –término acuñado por Carpentier- o realismo mágico –busquemos ahora a Uslar Pietri en la Wikipedia-para designar, de por sí, la calidad de una obra. Tan sólo las caracteriza genérica o formalmente. Sucede en esto lo mismo que con la "deconstrucción", que es ya una palabra vulgarizada y desgastada hasta perder la pureza de la significación original. Otro tanto sucede con "surrealista".
Alabar la ambición de la empresa es válido, pero siempre teniendo en cuenta la estupidez que deja traslucir. Porque el uso indiscriminado que se va a hacer ahora de esta expresión para alabar la obra de Vargas LLosa –aprovechando la avalancha que coincidiendo con la Feria del Libro vamos a vivir de su figura- revela la incapacidad crítica de la mayoría de los que hablan –o escriben, tanto monta- de literatura y el total desconocimiento que demuestran de la misma. En primer lugar por, como ya he dicho, pensar que las novelas del hispanoperuano son mejores sólo por ser ambiciosas. En segundo lugar porque cuando se dice que la “novela total” pretende reconstruir todo un mundo, suplantar el que consideramos real por el cread por la mano del autor, se olvida, siempre, que esa es la pretensión de todo texto. Otro asunto es que cuando el escritor lo hace sea capaz o no de modelar ese mundo capaz de sustituir al nuestro. ¿Cuando Borges escribe Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, -qué mejor ejemplo- no está construyendo un mundo entero para su relato? ¿No es su pretensión la de hacer un “cuento total”? Pues no, su pretensión es hacer literatura, ficción por más señas. Porque es ése el objetivo de todo autor medianamente serio.
Ahora bien, que un grupo mediático quiera seguir vendiendo como rosquillas a su buque insignia, y para ello se valga de todo tipo de tácticas es lícito dentro de la realidad del mercado. Aunque algunas sean esos bulos ridículos que uno no acaba de entender, como lo de “eterno candidato al premio Nobel” que es algo que induce ya a risa porque se usa para cientos de autores, hasta para Gin Ferrer –por cierto, no se excedan en los gin tonics con esta marca, ya que embota y adormece bastante. Y todo eso sin olvidar que el hecho de ganar el Nobel no es, precisamente, un marchamo de calidad, sino sólo de haber alcanzado un prestigio "moral" a los ojos de unos señores suecos. Los métodos de un comerciante para colocar su mercancía son ignotos y no es mi intención analizarlos, pero el eco totalmente acrítico que los acompaña es, a todas luces, algo idiota. Y, lo que es peor, un fiel indicador del nivel medio de los comentaristas literarios de este país.
En fin, agradezcamos al señor Vargas Llosa ser escritor, pensar y vivir como tal, porque tal y como está el patio parece ser que no es poco.