Para Chema, que también echa de menos a Andurinha.
Corre, pregúntale a tu padre dónde demonios puso todos los discos de vinilo cuando jubilasteis el plato. Todavía te parece estar viendo aquella escena: tu madre encantada porque, por fin, convenció a tu padre de que había que deshacerse de esa enorme cadena –esa maravilla de los indicadores de agujas oscilantes- y de los aparatosos altavoces que de unos años a ahora sólo servían como poyetes para el tronco del Brasil que os trajeron tus tíos de aquel fabuloso viaje a Río. Aquél día tu madre no cabía en sí de gozo. Tu padre se fue llevando, en unos tres o cuatro viajes, los bafles –se llamaban bafles, todavía lo recuerdas-, el enorme plato plateado en el que se apoyaban los dos premios planeta que tu tío os regaló –tu madre siempre sospechó que estaban incluidos en la cesta de navidad que le daban en la editorial- y los dos tochos que tu padre siempre llamó amplificador y ecualizadores. Desde entonces una discreta microcadena, que dormita entre las botellas de licor que saca tu madre para cualquier visita, y unos CDs de pasodobles o de Luis Cobos –al fin y al cabo suenan tan parecidos- ocupan un pequeño hueco en el enorme mueble mural del salón. Desde que llegan los catálogos de Ikea tu madre le insiste cada vez más a tu padre en la posibilidad de deshaceros del dichoso mueble.
Pero hoy, cuando has leído una crítica del disco de esos melenudos granadinos que no paras de escuchar desde que te lo bajaste por Internet tras recomendarlo Johann y Kira –sobre todo Kira, que sabe de todo- en Cuatrosfera, cuando te has enterado de que las armonías vocales de los chicos recuerdan a las de los Brincos, te ha venido a la memoria que tu padre tenía discos de esos tipos. Así que no has podido resistir la tentación de preguntarle dónde los puso, donde están esos discos. Pero él no lo sabe. Porque tu madre estuvo limpiando el trastero hace un par de años. Sí, el mismo verano en que te fuiste con la banda al piso de Paco en Gandía y crees que perdiste la virginidad con esa chica de Moratalaz –manda huevos tener que irse al levante para conocer a una chica del barrio de al lado- porque te levantaste manchado, bueno, la cama estaba manchada, aunque ella lo negase todo, pero ya sabes cómo son las chicas, que con tal de mantener un poco la reputación…Así que ahora vas corriendo a por tu madre y te dice que lo tiró todo. Que lo sacó a la calle, que ya era hora deshacerse de tanta mierda, que tu padre lo guarda todo y si ella se descuida hasta los discos de los Beatles esos que se trajo del viaje de novios a Ibiza, sí, esos discos pequeñitos de un par de canciones que estaban todos en inglés y mandaba narices no saber qué leches decían, los tenía todavía rondando por casa. Que claro, así has salido tú, con esas patillas y los vaqueros pasados, que pareces un Adán, pero como él era igual no te dice nada.
Así que sólo te queda darte media vuelta, echarle un vistazo a tu padre que te mira desde el sillón donde ve los partidos cada domingo mientras se toma una cerveza y te sonríe. Te pide que te sientes a contarle para qué quieres esos discos. Y le cuentas que es porque un grupo que te gusta, Lori Meyers, -tiene nombre de actriz porno musita mientras da un trago al botellín- parece ser que se parece mucho a los Brincos. Y él se pone tierno, empieza a cantar con un sorbito de champán y a ti te da vergüenza ajena, joder, papá, que te van a oír los vecinos, y te vas camino de casa escuchando el disco en el Ipod que te regalaron por tu cumple, camino de casa de Paco, porque sus padre todo lo viejo lo han llevado a la casa de Gandía y a lo mejor tienen discos de los Brincos esos. Aunque seguramente no, porque los padres de Paco son más como mamá, y en el apartamento que tienen en Gandía tenían espejos con marcos de esos que parecen soles y un par de discos de Karina.