Yo he decidido unirme al universo de la recomendación –cercano al consejo pero que está mejor visto en esta sociedad capitalista porque tiene una vertiente de mercadotecnia muy lucrativa, a saber: recomendaciones de Navidad, recomendaciones de San Valentín, recomendaciones del día del padre, etc.- y sugerir a los directores de periódicos, tertulianos de radio y televisión y políticos en general que lean a Kapuściński. Especialmente un librillo –sé que están muy ocupados y no tienen tiempo que perder- llamado Los cínicos no sirven para este oficio y subtitulado Sobre el buen periodismo, que recoge a un Kapuściński oral, bien como conferenciante –en encuentros donde contestaba preguntas, no pontificando-, bien como entrevistado.
Digo que se lo recomendaría porque, entre los muchos temas que toca –y lo hace siempre de un modo inteligente, así que al menos podemos ver si se les pega algo- habla de lo que debe ser el periodismo hoy y en el futuro: búsqueda de la verdad. No esa información a secas, ese referir y mostrar los hechos sin analizarlos que hacen algunos –esa fría estadística que sigue los preceptos estalisnistas: Una muerte es una tragedia, un millón de muertos estadística-, o el uso tendencioso de los medios de comunicación, que por un lado construyen una realidad paralela y parcial de la historia –y ahí recuerda Kapuściński que si alguien estudia en el futuro la historia del siglo xx por la información de los medios pensará que estábamos matándonos todo el día, mientras que vivimos en un mundo bastante pacífico-, y por otro manipulan la información de un modo tendencioso sirviendo a intereses políticos o económicos –y en este caso los diarios españoles son una muestra verdaderamente lamentable por la mala praxis que evidencian en su oficio.
En la contraportada de la novela del colectivo Todoazen dicen que la suya es una novela porque se trata de “una sucesión de acontecimientos de interés humano ordenados para construir un sentido”. El otro día un amigo historiador me dijo que esa era una definición muy acertada de lo que es la historia. Y leyendo a Kapuściński se me aparece que es un moco idóneo de describir el periodismo. Todos trabajan con la misma materia: el periodista hace historia del presente, el historiador analiza y entiende las evoluciones de los hechos, el narrador las manipula para generar ideas universales. Pero todas estas labores se hacen por hombres con una finalidad, que quieren encontrar la verdad.
Kapuściński defendía un periodismo a pie de calle, en contacto con las personas, con el medio, entendiendo qué sucede mediante la experiencia y en análisis detenido. Y, por encima de todo esto, una voluntad de hacer el bien, de escuchar y de buscar soluciones. Una voluntad de mejorar el mundo.
Cuando uno ve programas de televisión donde los carroñeros de la sociedad se encuentran, como el programa 59 segundos que, al contrario de lo que muchos piensan no ha tomado ese minuto como límite para condensar las ideas del tertuliano –se pueden decir muchas cosas y muy inteligentes en un minuto, Kapuściński era una buena muestra de ello-, sino porque es el tiempo límite que los besugos invitados a opinar pueden estar callados escuchando a otro –y ver un día la farsa demuestra que ni eso saben hacer la mayoría-, se evidencia que la barrera que separa a los “dirigentes de la opinión pública” del ciudadano es enorme: la bondad y la inteligencia.
Ryszard Kapuściński Los cínicos no sirven para este oficio Anagrama, Barcelona, 2006