21 febrero 2007

La curiosidad de un lector infatigable

La obra narrativa de Roberto Calasso ha estado siempre marcada por un sesgo ensayístico evidente. Al mismo tiempo la obra ensayística ha tenido también una robustez narrativa considerable. Pero, con ser ambas cualidades poco comunes, no son únicas dentro de la literatura más actual. Una de las cosas más interesantes que nos ha brindado la posmodernidad ha sido la mezcolanza y la siempre interesante fusión de géneros.
En lo que sí es único Calasso es en su visión de la edición, de la labor de un editor literario, como una parte más de su creación. Siempre ha habido, y esperemos que haya en un futuro, editores que son conscientes de su labor fundamental en la difusión de cultura, y por eso hablan de hacer catálogo, como pueda ser el famoso caso de Jorge Herralde al mando de Anagrama. Ahora bien, el único que se ha atrevido a elaborar un tesis ha sido el propio Calasso. Dentro de las páginas de la revista Adelphiana apareció hace tres o cuatro años un texto provocador: La edición como género literario. No es una cuestión secundaria, y muchos de los editores-autores podrían firmar la casi totalidad de las afirmaciones que en dicho texto hacia el editor italiano. A fin de cuentas, cuando alguien decide lanzar al mundo un libro u otro le está dedicando tiempo y esfuerzo –trabajo- a dicho libro, y la difusión de dicho material es un acto intelectual en sí. Si analizamos el trabajo de las editoriales italianas durante la posguerra y hasta hoy en día, creando una cultura sobre las cenizas que supuso el gobierno de Mussolini nos haremos una idea de la importante labor que todo editor tiene.
Calasso ha sido, además, no sólo editor –y por lo tanto autor- sino también redactor de las solapas de sus libros. Con lo de los textos de solapas y contracubierta entramos en uno de los temas más controvertidos del mundo editorial. Hay muchos lectores que dicen no leerlas nunca, porque afirman que parecen escritas por alguien que pretende hundir al autor y al libro. Pero por otro lado todos conocemos ejemplos de autores que miman la redacción de sus solapas, y que incluso las cambian de libro en libro, sabedores de que son el zaguán de entrada a su obra –como botón de muestra quedan las solapas, siempre distintas, que hace Andrés Trapiello para cada uno de los volúmenes de sus diarios.
Como bien indica Calasso al inicio del prólogo que abre este libro,
«la solapa es una forma literaria humilde y difícil, que espera todavía quien escriba su teoría e historia. Para el editor ofrece con frecuencia la única ocasión de señalar explícitamente los motivos que lo han impulsado a escoger un libro determinado. Para el lector, es un texto que lee con sospecha, temiendo ser víctima de una seducción fraudulenta. Sin embargo la solapa pertenece al libro, a su fisionomía, como el color y la imagen de la cubierta, como la tipografía con la que se ha impreso. Una cultura literaria se reconoce también por el aspecto de sus libros.»

Con motivo del vigésimo quinto aniversario de la editorial y aprovechando el número quinientos de la colección Piccola biblioteca, Calasso reunió cien solapas de la editorial. Las condiciones eran sencillas: estar escritas por él –ese no fue un problema insalvable, ya que durante los primeros veinte años de la editorial todas salieron de su pluma, y en los siguientes casi todas-, no repetir autores y ordenarlas cronológicamente indicando la fecha de su redacción.
El resultado son estas Cien cartas a un desconocido que publica su editorial española, la de su amigo Herralde, y que son una verdadera delicia. Yo, desde luego, como lector, compraría casi todos los libros de los que aquí se me habla. La capacidad de Calasso para promover la lectura es fascinante. Leyendo estas cien solapas me he sorprendido queriendo leer novelas distópicas, tratados clásicos chinos y novelas centroeuropeas que nunca me habrían llamado la atención. Y eso se debe a la capacidad del editor de Adelphi de rescatar lo mejor de cada texto para hablar de ellos. Basta con leer lo que dice de algunos textos que ya han pasado por mis manos para comprobarlo. Una delicia.
En un mundo como el actual, donde el mercado manda y hasta cierto punto impone sus leyes, estamos viendo el surgimiento de un nuevo lector que se escapa de esos corsés, que picotea un poco de todas partes, que le interesan los libros, tanto su contenido como su formato, y que se está viendo respaldado por editores que demuestran su curiosidad intelectual al hacer su catálogo, y libreros que comprenden que hay libros para lectores que acuden a librerías y lectores que acuden al supermercado, y que unos y otros no deben ser rivales, sino conocer sus diferentes hábitat.
Desde hace veinticinco años un editor curioso e infatigable trabaja desde sus oficinas en Milán para arrojar nuevas cartas a desconocidos de todo el mundo. Se llama Roberto Calasso, su editorial es Adelphi, y cada vez que alguien abre un libro de esa editorial y lo hojea le está leyendo, aunque sea un poco, a él.

Roberto Calasso Cien cartas a un desconocido Anagrama, Barcelona, 2007