07 febrero 2007

Nunca se fue


Fue la noticia del día dentro del mundo de la cultura: el premio Nobel Orhan Pamuk se ve obligado a dejar su patria porque no se siente seguro en ella. No se puede expresar libremente y se exilia a Nueva York. Por encima del sensacionalismo de la noticia, que olvida voluntariamente que el Nobel turco lleva ya muchos años viviendo en la metrópolis norteamericana la mayor parte del año porque es profesor de la universidad de Columbia, hay que lamentarse de que una vez más un hombre tenga que modificar su vida de un modo tan drástico por su libertad.
Ahora bien, conviene no usar esa noticia con la intencionalidad con que, en algunos medios, se ha utilizado. Pamuk huye de los extremistas, de los que no permiten que se discrepe con ellos, que se vea el mundo como ellos lo ven. Conviene no mezclarlo con el islamismo, es necesario no caer en el discurso simplista que sólo persigue fomentar el enfrentamiento y el tribalismo, que reconocemos en otras culturas pero no queremos ver en la nuestra.
Saramago se exilió voluntariamente de su país cuando el gobierno de Cavaco Silva solicitó, a instancias de la Iglesia portuguesa, que no se le entregara el premio Nobel a un autor que había escrito El evangelio según Jesucristo. Cuando los académicos suecos premiaron a Dario Fo muchas voces cercanas a los partidos neofascistas italianos, los nietos de los camisas negras, se alzaron protestando contra el reconocimiento que el dramaturgo obtenía.
La voluntad silenciadora, exterminadora, no pertenece sólo a una cultura, no está adscrita a una ideología. La voluntad exterminadora es un rasgo que evidencia la incapacidad de algunos hombres de convivir.
En España lo vemos cada día: unos y otros extremistas se tiran los trastos a la cabeza, y una voluntad de venganza entendible pero no justificable, propia de familias mafiosas más que otra cosa, es alentada desde un partido político y sus órganos de propaganda afines –ellos mismos, con evidente benevolencia, se autodenominan medios de comunicación o prensa libre- para retornar al poder y a los privilegios económicos que conlleva. Y en medio, la mayoría de los ciudadanos contemplan perplejos declaraciones y actos más propios del patio de recreo de un cotolengo –basta con observar los gestos que vemos en el Congreso o la sofisticación de los enunciados de las ruedas de prensa- que de una cámara de representantes de la nación, esa que tanto sienten.
El fascismo no está de vuelta, nunca se ha ido. Lo hemos tenido siempre a nuestro lado. En las instituciones –heredadas de un régimen fascista-, en la educación que se nos ha dado –donde nadie podía rebatir al profesor-, en las reuniones de vecinos –que casi siempre están a punto de llegar a las manos-, en los partidos de fútbol –donde se matan por los colores de una camiseta-, etc.
El fascismo comienza en el momento en que no escuchamos al otro, y por esa puerta pasamos todos.