09 febrero 2007

Un mundo a nuestro antojo

Lo decíamos el otro día y no está de más repetirlo de nuevo: En Media Vaca hacen libros para que nos sintamos orgullosos de ser niños. Ya se ha dicho que Picasso estuvo doce años dedicado a aprender a pintar como un maestro, y los otros sesenta empeñado en volver a hacerlo como un niño. Porque posiblemente un niño sea el que mejor saber vivir esta vida: tomándosela perfectamente en serio, como si se tratase de un juego.
Dentro de la colección Grandes y pequeños han recuperado completo un libro del escritor Antonio Fernández Molina, el cual, desgraciadamente, falleció durante la preparación del libro, por lo que ha querido la suerte que sea este libro un homenaje a la obra de este autor minoritario. En Cejunta y Gamud fue editado por Monte Ávila en Caracas en el año sesenta y nueve, y había sido reeditado por pequeñas editoriales españolas, siempre con viñetas del propio autor.
En este caso la ilustración de los divertidos textos sobre estos dos pueblos colindantes ha ido a cargo del mexicano Alejandro Magallanes.
El libro, que es un goce para la vista y el resto de los sentidos, se lee con deslumbramiento creciente, a medida que nos sumergimos en las particulares costumbres de los habitantes de estos dos pueblos que parecen vivir –como todos- en perpetuo desconcierto.
Fernández Molina explica en un texto autobiográfico que se recoge en el volumen que una de sus influencias decisivas fueron los dibujos de García Lorca. Esos dibujos surrealistas, iconoclastas, con los que el poeta granadino parecía unirse al mundo para burlarse de él al mismo tiempo. Y ese mismo espíritu es el que parece ser el germen de este conjunto de… ¿articulos de costumbres?
Bajo la forma de un clásico texto descriptivo vamos viendo pasar a los habitantes de estas ¿aldeas? y sus modos de vida. Al principio pueden parecernos extraños, incoherentes, alocados. Pero según vamos profundizando en el conocimiento de ambas ¿villas? nos vamos dando cuenta de que los lazos que las unen con la realidad son más férreos de lo que nos podría parecer. ¿Por qué? Porque sus ritos, sus normas son tan arbitrarias como las nuestras. Lo que se produce al ir leyendo estos textos es un proceso de extrañamiento que nos lleva no ya a considerar que los modos de vida de Cejunta y Gamud son caprichosos, sino que los de nuestro mundo también parecen responder más a antojos que a cuestiones verdaderamente razonadas o lógicas. Nuestro mundo es heredero de símbolos, de liturgias aprendidas, que aceptamos con naturalidad, y eso mismo hacen los personajes de estos textos.
Voy a copiar, a modo de ejemplo, algunos de ellos:

A las niñas en Gamud no se les corta el cordón umbilical cuando nacen; lo conservan incorrupto mediante un tratamiento que guardan oculto y continúa creciendo. Rodea la cintura debajo de la ropa y es su garantía de virginidad. Cuando se casan, el marido lo desprende bruscamente y algunas mueren de la hemorragia que suele seguir. El que una muchacha sin su cordón umbilical pretendiera casarse es tan absurdo que ni siquiera se piensa en ello. Desde luego, las relaciones sexuales previas al matrimonio, con cualquier persona, no se consideran en ningún caso.
A las que no se casan se les arranca el cordón el día de su muerte; con él se ciñen sus muñecas y así bajan a la tumba.
Si se da el caso de que una soltera no lo tenga, se oculta esta circunstancia por todos los medios. Incluso hablar de ello sólo se concibe en los medios más ruines.
Lo dicho, una costumbre tan extraña y voluble como las nuestras.

Vamos a leer este otro:

En Cejunta hay unos hombres que dicen:
-Prefiero violar una ley a cometer una injusticia.
Y se atienen a sus palabras.
No se sabe si con respeto, o en chanza, les llaman Los Hombres del Ojo en la Nuca, pero nadie les tira piedras.
Sin embargo, hay otros hombres que cifran su norma de conducta en no violar las leyes, aunque sean injustas.
Pues sí, Cejunta y Gamud somos nosotros, es nuestro mundo.

Leyendo el libro me ha venido a la cabeza un juego que practicaba mucho en la infancia –y que se sigue practicando mucho en la madurez después de unas caladitas a los cigarros de la risa- que es el de plantear mundos posibles, costumbres nuevas. Por ejemplo, en vez de saludar con un “Buenos días” que las palabras, arbitrarias, hubiesen sido “Me meo en tus flores”, o que para pedir el pan dijésemos “Bicicleta monte arriba”. Y cosas así. Son las típicas tonterías que no llevan a ninguna parte, pero te hacen pasar un rato agradable.
Con este libro de Fernández Molina uno pasa un rato agradable, y además nos llevan a un sitio, bueno, a dos, Cejunta y Gamud, que nos demuestran lo accidental de nuestro mundo, lo contingente de nuestras vidas.

Antonio Fernández Molina. Ilustraciones de Alejandro Magallanes En Cejunta y Gamud Media Vaca, Valencia, 2006