23 febrero 2007

La sociedad condenada

Normalmente en los textos de contracubierta –o en las solapas, los textos de los catálogos y los folletos de prensa- los editores exageran. El objetivo es claro: vender el libro. Las librerías no son como un concesionario, no hay un vendedor –ahora los llaman comerciales, que es más fino- colocándote un producto. La idea es que el producto se venda solo –y al escribir esto me he acordado de Juan Rulfo en la entrevista del programa A fondo, cuando dice que se le daba bien ser viajante de la Goodyear porque la llantas eran un producto tan bueno que se vendían solas, la verdad es que no se imagina uno a Rulfo vendiéndole a nadie nada-, o como mucho con el empujoncito del texto de contracubierta.
Por eso, pese a que uno ya había leído las dos novelas que se han traducido en España de Adám Bodor, la estupenda El distrito de Sinistra y la algo más floja –es difícil estar siempre a tanta altura- La visita del arzobispo, al leer la contracubierta de La sección me pareció que se exageraba un poco.
Como es feo hablar de oídas vamos a traer aquí el final de ese texto de contra:
Al contrario que en Kafka, en el que solamente uno es el escogido, en este breve e intensísimo relato de Bodor es toda una sociedad quien sufre las consecuencias.

Uno ha visto ya demasiadas veces usar el nombre de Kafka en vano –qué teológico queda, la verdad- como para tomarse muy en serio este tipo de aseveraciones. Pero uno también ha leído ya narraciones de Bodor como para saber que es posible que la comparación no sea un mero truco comercial –vaya, otra vez la dichosa palabra. Pero hay que ser sinceros, esa última frase de la contracubierta está cargada de verdad, y es un resumen casi perfecto de la nouvelle que tenemos entre manos.
Es breve –poco más de cincuenta páginas de generosa tipografía- e intensa –puesto que es capaz de exigirnos una atención total como lectores y nos evade completamente de lo que tenemos a nuestro alrededor. Pero, sobre todo, es una narración kafkiana, en la que nos vemos enfrentados a un universo reconocible pero que no podemos definir, a una realidad que parece relacionada con nuestro mundo pero en la que se siguen otras reglas, y, como bien dicen en el texto citado, vemos que en la sociedad en la que se mueve la protagonista son todos los condenados. Frente a la sensación del individuo enfrentado a su destino, a su culpa esencial y sus deseos que nos muestra el escritor checo, en este texto son –quizá somos- todos los condenados.
Y por eso resulta doblemente interesante este texto. No ya por lo perturbador del mismo –que lo es y mucho, y bastará como ejemplo decir que yo leí este libro en un café tras haber decidido tomarme algo una tarde y echármelo al bolsillo, pero que me fui capaz de abstraerme a todo durante su lectura y, una vez terminado, no pude hacer otra cosa que pagar y volverme a casa-, sino también por trasladar el centro de atención de lo singular a lo plural. Bodor se centra en la travesía de un personaje, de Gizella Weisz, hacia la sección a la que ha sido destinada, pero en realidad todo su entorno está lleno de condenados, y tal vez no esté diciendo, del modo alegórico y poético en que siempre lo hace, que toda nuestra sociedad es culpable.
Adam Bodor La sección Acantilado, Barcelona, 2007