26 febrero 2007

Virus preventivos

Aunque tiene ya ocho años, el inminente estreno de la película 300 ha devuelto al primer plano de actualidad el cómic en que está basada, obra de Frank Miller y Lynn Varley.
La distribuidora en España del film ha tenido la buena idea de facilitar como dossier de prensa el cómic original, por lo que, por primera vez, los periodistas dedicados el séptimo arte no tendrán excusa para las más que posibles tonterías que se dirán sobre la adaptación. Pese al regalo que se les ha hecho muchos no leerán la obra original, supongo que porque dedicar una hora más a su trabajo lo considerarán casi un robo. Hay que decir también que toda la culpa no es de los periodistas, con el dinero que gana un colaborador por artículo en este país el ir a ver la película ya es estar regalado dinero a la revista.
Pero no nos vayamos por los cerros de Úbeda. Lo importante en este caso es que a la sombra de los variados éxitos de las adaptaciones de los cómics al celuloide, y especialmente en el caso de Sin City, la película permitirá dar a conocer de un modo masivo una obra estupenda.
Además lo hará de un modo respetuoso, porque parece ser que el director ha rodado todo siguiendo el cómic casi como storyboard, y ha tenido el detalle de rodar sobre cromas para permitir que mediante el retoque digital se emulen los cielos y colores que Lynn Varley creó para el tebeo, trabajo que le ha valido diversos premios como el Harvey o el Eisner.
Pero, por encima de estas cuestiones está el mensaje que se lanza al lector ya desde el tebeo y que seguramente la cinta reproducirá. Aunque era una de esas historias heroicas que siempre se destacaban en los libros de Historia, sobre todo en los del Régimen franquista, es más que posible que muchos ya no recuerden la mítica batalla de las Termópilas. Para la historia ha quedado la labor de Leónidas y sus trescientos espartanos que detuvieron el avance persa, permitiendo que la liga de polis griegas formara la armada que derrotó definitivamente a los persas en Salamina. Miller dibuja a un Leónidas pendenciero, astuto, pero justo y, sobre todo, tenaz, que fue capaz de liderar a sus trescientos espartanos y a las tropas que pusieron en sus manos el resto de las ciudades griegas. Pero esas tropas desaparecen en el título de la obra, y sólo se destaca a esos trescientos espartanos.
Por otro lado se destacan los rasgos orientales, claramente árabes y negros de las tropas persas. El propio rey Jerjes es negro. Frente a ellos la sólida civilización militar espartana, que frente a las otras polis griegas, entregadas al vicio de la razón y el pensamiento o al comercio, es la que ostenta los valores clásicos de Grecia. El resultado, como todos saben, fue la muerte de los trescientos espartanos junto a su rey Leónidas, pero también la de numerosos persas y soldados del resto de las polis griegas.
Hasta aquí los hechos históricos. Hay que decir que Miller logró en esta ocasión fusionar su dibujo de un modo maravilloso con los colores de su mujer, que la paginación es única, que la diagramación y el uso de planchas apaisadas fue otro acierto, y que el guión está perfectamente estructurado para que crezca en intensidad y los capítulos muy bien ensartados. La idea de una tragedia única que inmortaliza a los héroes está patente en toda la obra, y todo lector que se acerque a ella disfrutará de una narración magistral.
Pero y el mensaje. Cuando esta obra se editó por primera vez en el año 1998 esta idea era tan sólo algo borroso, pero hoy podemos trasladar la historia a una simbología terrorífica. Convirtamos a Esparta en los USA, a Leónidas en el presidente de la nación –me resisto a decir Bush Jr. porque tengo la certeza de que el sucesor no hará una política muy distinta como no la hizo su antecesor en el cargo-, y al imperio Persa en el avance del mundo oriental. Los que quieran tirar por la política piensen en el Islamismo radical o yijaidista, los que opten por la economía piensen en los gigantes asiáticos, en especial en uno. Y hagan una relectura del artículo siguiendo esas claves. A mí también me da miedo.
Y ojo, porque sé que muchos seguidores de Miller no consentirán que relacione de un modo tan evidente a su querido autor con esta visión política. Pero repasemos la obra de Miller, en especial la reciente, Sin City. La visión que ha planteado desde siempre de un hombre que debe solucionar el mal como abstracción, encarnados en males plurales que la sociedad y los estamentos destinados a ello no pueden controlar es evidente. Miller siempre ha señalado la posible filiación fascista del héroe, sobre todo en la cultura estadounidense, porque decide actuar como un cirujano que soluciona la enfermedad. En la traca final de la que posiblemente sea una de sus obras mayores, Born Again, enfrenta al sueño americano y la pesadilla americana encarnados en el Capitán América y Nuke respectivamente, pero conviene no olvidar que Daredevil es un héroe que soluciona en las calles lo que no puede resolver en los tribunales. Matt Murdock lo sabe, y eso le pesa, pero la decisión final de los héroes de Miller, en todas sus grandes obras, termina siendo al misma: hay que establecer una ética propia que nos permita solucionar la enfermedad de la sociedad. Esa actitud de ignorancia explícita de la ley, ese mesianismo, no está muy lejos de la política gubernamental de los Estados Unidos.
Mediante símbolos, mediante obras de ficción como este cómic y su adaptación cinematográfica, intentan convencernos de la bondad de sus métodos, y conviene estar un poco más despiertos para no caer ante ello como ya sucedió con las hamburguesas.
Frank Miller, Lynn Varley 300 Norma, Barcelona, 2002