25 septiembre 2006

BeNeLux


De pequeño me gustaba mirar mapas. Estar horas y horas mirando las proyecciones del globo terráqueo, de los continentes, de España y de otro montón de países, de Madrid, de Barcelona. Recuerdo que, una de las primeras cosas que me compré cuando tuve paga fue un plano de Nueva York, uno enorme desplegable en el que están señaladas hasta las direcciones de circulación de cada calle. Lo conservo en la casa familiar, junto a otro montón de mapas, doblado y a la espera de que algún día viaje a Nueva York y mi plano y su reflejo se conozcan. Me gustaría saber cómo actuará mi pobre plano, tan indefenso ante su hermano mayor. Todavía no le he borrado las Torres gemelas. El World Trade Center era horrible, pero lo que van a construir ahora no es, desde luego, mucho mejor.
Obligué a mi madre a comprarme un atlas -mi primer atlas- cuando tenía siete u ocho años y la buena mujer, que debía pensar que me lo pedían en clase, no dudó en comprar uno de pocos mapas -mapamundi físico y político, planos de cada continete, los cuatro cuadrantes de España y algún mapa detallado de Europa, poco más- pero de hojas enormes que descuaderné para calcar los planos -siempre en folios marca Galgo- pegándolos a las ventanas de mi habitación.
Mi madre estaba harta. Entraba en mi habitación y se encontraba los mapas de Europa y de Asia pegados con un celo que no se iba con limpiador alguno a la ventana, el suelo lleno de folios emborronados y a su hijo tirado en la cama rayando y rayando los planos con los rotuladores Carioca que la abuela le había regalado.
-¿Qué estás haciendo, deberes? -me preguntaba la pobre mientras observaba un mapa de Europa lleno de rayas azules, cruces rojas y puntos amarillos.
-No, juego.
-¿A qué? -volvía a preguntar la pobre mujer, perpleja al no ver ningún click -los clicks de Famobil eran mi otra gra diversión- por la habitación.
-A guerras e invasiones.
Y como la mujer me miraba extrañada cogía seis o siete planos donde se apreciaba la evolución de los distintos imperios de Pipino, Carlomagno y Roderico, los tres emperadores que dominaban Europa a lo largo de los cien años de la Edad Media en que me había centrado, y que en realidad eran inventos míos después de haber léido el libro de Historia que le había robado a mi primo después de visitarle.
Mi madre me miraba con esos ojos de "o presidente o loco" con que siempre me ha mirado cuando hago estas cosas y que cada vez son más de " está loco" que otra cosa.
Pero recuerdo que Pipino casi siempre partía del territorio heredado que se llamaba Benelux, y que sólo más tarde descubrí que se trataba de tres países, cuando mi madre se animó a comprar un atlas más grande en el que ya sa leída perfectamente Bélgica, Holanda y Luxemburgo.
La verdad es que estos juegos, como muchos otros, estaban restringidos a la soledad de mi cuarto. Si estaba en verano era la bicicleta la protagonista de las tardes. O en primavera los cumpleaños multitudinarios a los que asistía toda la clase y todos los niños de cada urbanización, en l0s que corría la coca-cola preñada de gusanitos y los sandwiches -emparedados los llamaban Yogui y Bubú- de nocilla o pralín, dependindo de los gustos familiares. Algunas madres se quedaban en la cocina y salían al poco rato armadas de nuevas bandejas y platos, y decían que al menos luego en casa no tendrían que hacer comida. Con la meriendacena que se han tomado es suficiente.
Las más de las veces, cuando comenzaban los juegos, en el salón si era invierno y en el parque infantil de la urbanización en primavera, se notaba más la integración de unos niños u otros. Yo solía quedarme con Gonzalo contando los grupos. Los agrupábamos de tres en tres, era más fácil, como un triángulo. Y así se recordaban más fácilmente. Como los números de teléfono, que iban siempe en tres grupos de números.
Todavía creo que tengo por ahí, perdido en algún rincón, el atlas descuadernado, con todas las hojas sueltas -al final Europa se me quedó corta y también hacia mapas de las campañas militares del Inca Atahualpa y del azteca Moctezuma que, por obra y gracia de mi imaginación, se batían en feroz guerra antes de que llegaran los españoles y sir Francis Drake para pacificarlos- en el que los tres países estaba coloreados de tonos distintos pero en el que sólo decía Benelux por toda explicación.
Y la verdad es que sigo sin ver al mundo muy diferente del que dibujaba en mis tardes de calco y rotulador.