22 septiembre 2006

Servicios discrecionales

El otro día, dando unas de esas vueltas que le higienizan a uno del ordenador, la casa y la lectura, recalé en la sección de ofertas de la Casa del libro. Está en un callejón que sale a la Gran Vía, al lado de la tienda grande que es el buque insignia de la cadena, y de un tiempo a esta parte se ha visto algo relanzada gracias a que también alberga la sección de cómics de la tienda.
La mayoría de las veces uno no encuentra nada. Muchos ejemplares de esas ediciones que parecen pensadas para acabar en pulpa de papel y poco más. Pero a veces los saldos de las editoriales, que se ven obligadas a sacar dinero de debajo de las piedras con su fondo, hace que haya cosas interesantes. Por tres euros me llevé a casa un ejemplar de Gente del siglo, un libro de artículos más o menos biográficos de Felipe Benítez Reyes.
A mí sus libros de artículos siempre me han gustado mucho. Sobre todo los que están compuestos de piezas variadas en las que habla de lo que le viene en gana con ese estilo, que mezcla la retórica con el silogismo y la reducción al absurdo, siempre bañado de una capacidad metafórica única.
No es éste, de todos modos, el mejor de los libros de artículos de su autor. Las misceláneas de este tipo venden mal, y seguramente por eso en Tusquets no se las reeditan –como hacen con el resto de su obra- y en algunos casos, como Papel de envoltorio o La pipa y el oriente, cometen grandes errores, pero en otros, como éste, no se le puede echar nada en cara.
En este libro se pueden ver las ráfagas a las que su autor nos tiene acostumbrados. Momentos en los que su ingenio brilla de un modo cegador y sólo podemos quitarnos el cráneo ante él. En otros se evidencia el lector profundo de una tradición poética española que reelabora desde sus propios poemarios. Y en muchas otras ocasiones se ve el profesional que, con dos quites y un trincherazo, cumple con la faena, cobra el cheque y se va a casa.
Y ese es el problema de este libro, que es un libro más alimenticio que otra cosa –y no deja de ser curioso lo poco que venden estos libros alimenticios- cuyo objetivo es mantener una presencia en las mesas de novedades y sacar dos veces dinero de un texto –el que pagó la publicación periódica y el del editor del libro.
Que sea un libro de artículos de tema literario –aunque hay por ahí algún desvarío en el que se habla de músicos, de algunos pintores y de algún otro personaje suelto la mayoría son escritores- se echa de menos una mayor ambición a la hora de construir un nuevo canon. Ha dicho ya uno aquí que cualquier autor al hablar de otro no hace sino hablar de sí mismo, y en el caso de los poetas de eso que se llamó “nueva sentimentalidad” o “poesía de la experiencia” se hace más evidente. De hecho, ahora que ya ha pasado el torbellino y lo de la experiencia es algo tan lejano en el tiempo y fosilizado en los manuales como los “novísimos”, lo que sí parece ser casi un patrón uniforme en todos sus autores es que han sido tal vez muy poco ambiciosos a la hora de analizar la Historia de la literatura. Casi todos sus libros sobre el asunto son recopilaciones de artículos para revistas, de conferencias en casas de cultura pagadas por cajas de ahorros, alguna entrevista, algunos artículos de ocasión. Tal vez el peaje que más van a tener que pagar en los años venideros muchos de estos poetas es haberse dedicado poco a buscar su sitio en los manuales y los estudios y demasiado en despachos e institutos Cervantes repartidos por el mundo.
Uno, en cambio, entiende que alguien que vive en una calle con su mismo nombre no pierda el tiempo ni la cabeza en esas cosas. Y tal vez por ese despego que tiene, Benítez Reyes se me hace tan simpático. Por eso y porque, cuando quiere, escribe como los ángeles. Lástima que de esos momentos haya pocos en este libro.

Felipe Benítez Reyes Gente del siglo Nobel , Oviedo, 1996