«La ética es la estética del futuro.»
Lenin
«La verdad es siempre revolucionaria.»
Gramsci
«Y es que el público es un examinador, pero sin duda uno distraído.»
W. Benjamin
13 septiembre 2006
Intertextualidad no está en el diccionario
Yo tengo publicado un libro aunque en el ISBN no sepan que existo. Sí, yo he sido negro -tranquilos, no es la confirmación de que el caso Michael Jackson no es único, yo nací ya blanco-, yo he escrito un libro que está publicado con el nombre de otro.
Lo he recordado al leer uno de los blogs de Miguel Ángel Muñoz, El síndrome Chéjov, donde se reflexiona sobre el "nuevo" -qué terrible saber que es la tercera vez que se lo echan a uno en cara- plagio de Lucía Etxebarría. Yo, como no considero que lo que hace sea literatura no lo considero plagio literario, sino tan sólo chapuza.
Pero, por encima de la caradura de esta tipa -me parece de mal gusto tratarla de señora- me ha recordado que yo también escribí para esa editorial un libro que se publicó bajo otro nombre. Y por eso, la verdad, no me ha sorprendido nada toda esa historia. Todavía recuerdo como mi jefa -yo era editor junior, que es como se llama a los becarios en Planeta para que no protesten por la miseria de sueldo que tienen- me pidió que buscara en Internet recetas típicas de unas de las autonomías españolas. Yo, obediente que soy, comencé a buscar, y encontré tres o cuatro sitios en la web donde había nutridos ejemplos de platos autóctonos de la zona buscada. Yo procedí a ir guardando en un archivo de Word, una tras otra, las recetas de dichas webs. Y dejé el archivo en el escritorio de mi ordenador. Creo recordar que eso me llevó unas cuatro tardes, entre copar todas las recetas y suprimir luego las repetidas, las muy parecidas y demás.
Al mes de aquello, más o menos, llegó el famoso que pondría cara al libro y trajo consigo un cuaderno de una vecina o conocida -no recuerdo bien aquello- donde había "numerosas" recetas caseras. Apenas se hubo marchado mi jefa me preguntó si conocía a alguien que pudiera escribir el libro. Yo, perplejo de mí, pregunté por el que luego aparecería como autor del mismo considerándole el más indicado para desempeñar dicha labor. Pero mi jefa, abriendome los ojos a la realidad del mundo editorial, me explicó que ninguno de los libros de esa colección los había redactado el autor, sino negros.
En un brote de audacia decidí aumentar mis escasos ingresos -a uno siempre le ha tirado mucho el dinero, qué se la va hacer, por más que lo intento no puedo quitarme el vicio de comer- y me ofrecí como voluntario. Mi jefa al principio dudó pero me lanzó la propuesta de que, siendo como era jueves, llevase el libro escrito el lunes. El objetivo era claro: reescribir las ciento y pico recetas almacenadas de Internet con el estilo "típico y localista" de los cuadernos prestados.
Así fue como en un fin de semana convertí unas frías recetas del ciberespacio en consejos caseros, con expresiones domésticas del corte de "un chorretón de aceite" o "una pizca de sal", acompañadas de localismos como "una miaja de puerco" o "darle un arrimo". Ah, y transformar todos los participios al estilo -no vamos a ocultarlo más- andaluz.
En tres días me presenté en la oficina con un libro de recetas caseras que ha vendido no sé cuántas ediciones. Mi jefa todavía tuvo la jeta de decirme que el libro le había dado mucho trabajo al corrector porque estaba lleno de modismos locales -¿pero qué coño me pidió si no?- para pagarme un poco menos. Y fue, como el sueldo, otra miseria.
Lo mejor fue cuando escuché en la televisión lo "duro que había sido escribir ese libro", las horas "que le había robado a su trabajo para hacerlo", y demás maravillas. Yo, antes de escribir ese libro, respetaba a esa persona. Lo juro.
Pasados unos meses, cuando me di una vuelta por allí para ver cómo iba todo, tuvieron el detalle de darme un ejemplar del libro que había escrito. Está en la casa familiar, muerto de risa hasta que algún pariente de visita me pregunta qué tengo publicado. Normalmene tardan en creérselo, pero les recito alguno de los platos y listo. Al final yo gané dos duros pero cada vez que cuento la historia la editorial y el autor del libro pierden crédito.
Lo de la Etxebarría es difícil porque ni los de Mediatis le dan un crédito a alguien que copió fragmentos de su primer libro, plagió a Colinas en uno de poesía, ganó un premio literario presentando sólo el primer capítulo del libro y ahora demuestra lo que se curra el plagio.
Yo, la verdad, sospecho que ni tan siqueira el plagio lo ha hecho ella. Que pregunten a los editores juniors que haya ahora en la editorial, seguro que ellos saben de qué página web sacó los textos.