No creo en el tópico de la literatura femenina. Ya saben: una escritora es más capaz de mostrar la sensibilidad femenina que un escritor, lo que nos llevaría, por un sencillo silogismo, a inferir que una escritora es incapaz de mostrar todos los matices de la mente masculina. Y todo eso, por supuesto ignorando a las mujeres que uno ha conocido leyendo a Tolstoi, Cervates, Flaubert o Galdós, o a los hombres que uno ha conocido leyendo a la Highsmith, o a Flannery O’Connor. Y todo eso así, a vuelapluma. Pero sí que creo que Runfola sabe sacar lo mejor de esas mujeres porque lo hace a través de los hombres, del modo más sencillo y a la vez menos connotado. Por ejemplo, hay un momento en el libro en que nos habla de la huida de Franz Werfel por Europa siendo un autor joven pero ya reconocido que viaja con su esposa, mayor que él, Alma Schindler. Nos enteramos, en apenas una frase, que era la viuda de Gustav Mahler –que es la Alma Mahler que conocíamos, pero a la que no considera una mera paternaire de su marido- y que se separó de Walter Gropius en 1929. O sea, una mujer capaz de enamorar y convivir con uno de los genios musicales del siglo pasado, con otro de los pilares de la arquitectura de la época, y con uno de los mejores escritores en lengua alemana de entreguerras. Así, en dos frases, la persona de Alma Schindler se agranda hasta límites casi inimaginables, y no porque fuera la mujer, la esposa, el apoyo de todos esos hombres geniales. No, porque si, de hacer caso al proverbio, detrás de cada hombre hay una gran mujer, ¿cómo no debió ser esta mujer para estar ahí junto a estos tres?
Y uno lamenta no cruzarse con Alma Schindler algún día en el café, aunque tal vez se ha cruzado con la que sería su Alma y no lo sabe.