La frase que titula la entrada es de Nietzsche, y viene al pelo para hablar del concierto en que estuve la noche del miércoles. Dominique A, el cantautor menos convencional del panorama galo y a la vez el más prototípico -de hecho ahí radica su encanto- recalaba en Madrid para promocionar su último disco L'Horizon -la foto es la portada del disco, para lo que vayan a comprarlo al Corte Inglés, porque si esperan que se lo encuentre algun dependiente...
A mí me gusta que me sorprendan, que un concierto comience a las doce y pico de la noche, y no a las ocho de la tarde porque las niñas del club de fans tienen que coger el metro para volver a casa. Y llegar a la sala del conciertos y meterte en uno de los dos bares que hay junto a ella y tomarte las cañas con la misma gente que luego te va a acompañar en la sala, con el cantante incluido -que se come los nachos y las quesadillas como si le fuera la vida en ello- y tener la extraña sensación de que uno va más a una ceremonia religiosa -o de una secta- que a un concierto.
Y que después de cruzar unas palabras con la mujer del guardarropa de la sala -que para sorpresa de uno es lectora de Stevenson y me pregunta qué tal está esa Moral laica que llevo junto a unos papeles que le pido que me guarde- y otro par con Rafa, de Green Ufos, que es el encargado del puesto de discos y camisetas que todo pequeño concierto tiene, al que le pido que le de recuerdos a Santi -gracias a él estoy viendo el concierto- me coloco en el mejor sitio para ver un concierto en la sala El Sol: Junto a una columna que está cerca de la barra para no tener que moverme al pedir las cervezas y poder verlo todo estando apoyado.
Y allí, sólo, con un par de micrófonos, unas guitarras, unos pedales de efectos, Dominique A fue desgranando buena parte del nuevo disco que venía a presentar, con alguna que otra canción de discos anteriores, y algunas versiones, como mínimo, sorprendentes -esa Teenage kicks íntimo y tenue. Pero sólo, un hombre fuerte tocando solo en un escenario sin necesidad de nadie -a veces, sólo a veces, parecía que ni tan siquiera nosotros, toda la gente que estábamos allí, le hacíamos falta- como si estuviese en el salón de su casa, repasando sus canciones. No hacían falta los músicos, ni los pregrabados. Unos acordes, unos rasgueos, un compás grabado con el pedal de efectos repetido como base, coros secuenciados con el mismo pedal. ¿Para qué músicos?, ¿para qué espectáculo?
Lo mejor del concierto de Dominique A es que a veces parecía que no estabas en un concierto, que alguien había colocado una cámara en la habitación de la casa del artista para que le viéramos puro, sincero, sin afectación, disfrutando de cada acorde, cada imagen, cada una de sus canciones.
Y alguien tuvo el detalle de invitarnos para que lo viéramos, pero aquello habría sucedido de igual modo.
Dominique A actúa como si no lo hiciera, ¿puede uno encontrarse con un ejemplo mejor de sinceridad sobre un escenario?