Me viene ahora a la cabeza la primera clase que imparte el profesor que interpreta Robin Williams en El club de los poetas muertos –Dead poets’ society para los que nos leen desde las Américas-, cuando les pide a los alumnos que arranquen el prólogo del manual de literatura donde se da una fórmula para analizar la excelencia artística de los textos. Y tal vez me viene a la cabeza porque ando leyendo estos días un libro que recoge las “poéticas” –lo entrecomillo porque yo creo que muchos de esos cuentistas no han debido comprender qué es una poética- de un grupo de autores reunidas por el profesor universitario –qué miedo- Eduardo Becerra. En dichos textos muchos autores divagan en torno a algunas de las reflexiones que los clásicos han hecho sobre el género, y muchos llegan a la conclusión de que esas poéticas, normas, decálogos o lo que sea están para saltárselos. Yo coincido con ellos en el fondo. Pienso, también, que se debe escribir vulnerando esas normas, pero, al contrario que muchos de ellos, no lo pienso después de toparme con ellas y descubrir que no me vienen bien para definir o encuadrar mi obra, sino porque creo que una de las capacidades maravillosas que tiene el cuento como género es que crece en la medida en que el autor es capaz de violentar dichas barreras. Para resumirlo: yo creo que se debe ir contra la norma, muchos autores reniegan de ella cuando ven que ellos no están dentro.
En eso actúan igual que muchos editores que se pavonean en ferias y simposios como “editores independientes” cuando no lo son. Son editores pequeños, que no pueden competir por falta de pasivo y activo con los grandes editores, pero que no dudarían en cambiarse por ellos para tener un tresillo de piel de vaca. Ser editor independiente es otra cosa, y violentar los cánones también.
Benítez Ariza –no crean que me había olvidado de él- en su último libro, Lluvia ácida, pretende violentar esas ideas de los que debe ser el cuento. Uno de los tópicos más difundidos sobre el cuento –y que, como todo tópico, siempre tiene algo de cierto- es que de un cuento siempre se puede contar en voz alta su argumento pero que debe ser leído para entender realmente qué es lo que nos quiere decir el cuento. En dicha unión se pretende unir el origen oral, mítico del cuento, con su formulación literaria como género moderno, que comienza en el siglo xix de la mano de Poe.
Bien, todos los cuentos de este libro se pueden resumir en voz alta. Uno los podría contar a un amigo en un bar, entre caña y caña, como sucedidos más o menos sorprendentes. Pero lo peculiar del trabajo que ha realizado Benítez Ariza es que los ha escrito de ese modo, bajo ese contexto. No ha pretendido crear unos artificios retóricos con los que un profesor universitario pueda pasar el rato, ni un cadáver listo para la autopsia de un forense crítico. Lo curioso del trabajo de este libro es que los platos se sirven crudos, sin pasar por los fogones o el horno. La historia, desnuda, expuesta de un modo a veces anticlimático, a veces nunca llega el núcleo del cuento, a veces este se ha producido antes de que empezase la narración. Lluvia ácida es un libro de historias, y así parece darlo a entender en un epílogo que funciona como poética –cuántas veces la dichosa palabrita- y como narración a partes iguales. Allí recalca que hay gente que le dice que olvida los cuentos, y él se empeña en demostrarles que olvidan la narración, pero no la historia, y eso es lo importante. La gente, el lector, es igual que un niño: quiere historias, y eso se lo puede dar mejor que ningún otro género el cuento.
Si en vez de estar hablando de cuentos –aunque Benítez Ariza preferirá, como su paisano Quiñones, la palabra relato- hablásemos de un disco de música pop-rock, ahora yo estaría diciendo que este libro es un libro de rock puro, sin producción, sin arreglos, donde sólo tiene cabida la melodía, sin más aparato estilístico.
Pero no estamos hablando de un disco, ni de un libro de relatos, estamos hablando de un puñado de historias, algunas de las cuales sorprenden, otras conmueven, y algunas marcan. Un libro con un poquito de vida metida en sus páginas, ahí es nada.
José Manuel Benítez Ariza Lluvia ácida
Algaida-Fundación Municipal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz, Madrid, 2006
Algaida-Fundación Municipal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz, Madrid, 2006