La lectura del mismo puede hacer pensar lo contrario a un meriodional de los que tenemos las terrazas de los bares a nuestra disposición durante más de medio año, pero nos equivocaríamos. La frialdad, la incomunicación, el entorno turbio que sabe dibujar Askildsen en sus relatos no parece que sea algo excepcional. Lo más desasosegante de ese ambiente en el que se mueven los personajes es que uno no tiene ni por un momento la duda de que se trata de la rutina, del día a día de sus personajes, lo que hace sus vidas -ya la representación de las mismas en estos cuentos- tan inquietantes.
Los matrimonios que toman conciencia de que ya no se quieren, que se ocultan cosas, que se mienten, que pueden cambiar en cualquier momento de vida y de pareja sin que su vida se trastocase, los que recuerdan una imagen violenta de un país mediterráneo como ejemplo de ese calor que han perdido en su relación.
Un lector como lo somos nosotros, que conoce los fiordos por los documentales de la 2 y al que cualquier prado con una casita de madera se le asemeja mucho al "paraíso" que tanto ha soñado para vivir su jubilación, puede caer en la trampa de imaginar que esos paisajes aparentemente idílicos no cuadran con las historias que nos cuentan; pero esos lugares fríos y solitarios son un fiel reflejo de la angustia de los personajes que se mueven en ellos.
Los incestos nunca consumados, las infidelidades, la incomunicación se muestra así cotidiana, perfectamente reflejada en el entorno, en las rutinas. Y esa monotonía carente de actividades y llena de inquietud se transmite en una prosa seca, escueta -ahora se llama minimalismo, aunque nunca ninguna de las lumbreras de la modernidad haya dicho que la meseta castellana es minimalista-, de una austeridad cautivadora, que sirve como perfecto modelo de la escasez de comunicación de hechos, de los personajes. Traductor de Beckett al noruego, el autor de estos textos ha asimilado de un modo perfecto las posibilidades del "no decir", del transcurso soterrado de la existencia bajo una capa de silencio que no somos capaces de romper, como si se tratase de la grusa capa de hielo que condena la vida bajo las aguas de un lago en invierno.
Solitarios, incomunicados, la soledad de los personajes de Askildsen los hace ser observadores, voyeurs de su propia vida, que espían con la conciencia de culpabilidad de los que se saben inermes para solucionar su propia existencia. Y, usando un mecanismo prodigioso, logra que el lector se sienta también espía de esas vidas desoladas, y que, del mismo modo que esos personajes se espían entre sí buscando esa vida que la incomunicación les hurta, uno se sorprenda desgranando esos momentos en que se tiene la sensación de que no vivimos los días que nos han tocado.
Ayer regalé este libro de cuentos en un cumpleaños y lo leí la tarde anterior a la fiesta, como suelo hacer siempre con los libros que regalo para asegurarme de que no la he cagado, con una creciente ansiedad. Algunos de los invitados a la fiesta me comentaron que me notaban algo frío, me da miedo pensar que he interiorizado demasiado el libro. Es lo suficientemente bueno para que sea así.
Kjell Askildsen Los perros de Tesalónica Lengua de Trapo, Madrid, 2006